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Las preocupaciones de la Presidenta

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Las favorables perspectivas electorales que reflejan las encuestas no han privado a Cristina Kirchner de importantes disgustos en las últimas semanas. Más allá del diagnóstico médico de la descompensación que sufrió entre el lunes y el martes, existe consenso en su entorno de que las situaciones de tensión hacen mella visiblemente en la Presidenta. En algún momento, le afectaba la voz. Así se pasó sin poder hablar las dos primeras semanas posteriores a que su esposo fuera electo presidente. En los últimos tiempos, se hicieron más frecuentes sus cuadros de baja presión. Lejos de la imagen firme que busca dar en público, su cuerpo asume el costo de las tensiones.

“No tiene muchas vías de escape para evadirse de la realidad. Néstor se refugiaba en una charla de trasnoche con amigos o en un partido de fútbol, y así y todo lo pagó caro. Ella no, absorbe todas las situaciones en forma directa”, relata un funcionario que la frecuenta.

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Y a la hora de generarle disgustos, su Gabinete suele ser más efectivo que la oposición. Uno de los temas que más la alteró en las últimas semanas fue la declaración de la ministra de Seguridad, Nilda Garré, cuando dijo que la propia Policía Federal es el problema mayor de la inseguridad. Esta situación puso particularmente furiosa a la Presidenta y motivó un fuerte llamado de atención a Garré. A los pocos días, la ministra declaró que se había basado en denuncias de vecinos para decir lo que dijo, aunque en realidad ella contaba con información concreta de los sumarios que se habían elaborado en la fuerza policial.

Otro ministro que logró alterar a la mandataria fue el canciller Héctor Timerman, quien ya está hace tiempo en la mira por su incontinencia twittera. Emisarios de la Presidenta debieron salir en su nombre varias veces a pedirle que moderara sus comentarios en las redes sociales. El detonante fue la publicación en este diario de que había avanzado en una propuesta para apartar de la causa AMIA a los funcionarios iraníes sospechosos. La Presidenta le ordenó que restituyera la relación con Israel en el viaje que ya tenía agendado, y que se transformó en un largo explicativo de ese oscuro episodio, que nunca refutaron en público, ni Timerman ni el Gobierno.

Pero el tema que más la ha preocupado es la relación con la CGT, y con Moyano en particular. Las constantes presiones públicas de los gremios reclamando desde fondos de obras sociales hasta un lugar en la fórmula presidencial le demostraron que la primera muralla de contención a las demandas sindicales luce derrumbada. El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, está volcado íntegramente a la campaña porteña, y eso obliga a que deban salir a escena jugadores más pesados, como Julio De Vido, quien agotado por años de gestión sólo actúa como último recurso. No ocurre lo mismo con Amado Boudou, otro de los que tienen aspiraciones en la Capital: pese a estar de recorrida permanente, mantiene una relación cada vez más privilegiada con Cristina. “En términos de influencia, viene primero Zannini y después ya está Boudou”, jerarquizó un hombre del oficialismo con acceso a los movimientos en el entorno presidencial. Así parece difícil que el titular de Hacienda no termine siendo el candidato a jefe de Gobierno, y que en una eventual derrota no termine con un cargo central del Gabinete en si el kircherismo gana.

Pese a las dudas de los últimos días, en el entorno cristinista todos descuentan su postulación a la reelección. No le preocupa tanto su decisión como pensar el escenario que deberá afrontar desde el 11 de diciembre. Sabe que a partir de entonces será más difícil armonizar los distintos sectores que hoy integran el amplio espacio kirchnerista.