COLUMNISTAS
RESPONSABILIDAD GLOBAL

Las universidades en la crisis

Hasta ahora se ha hablado muy poco de la responsabilidad de las universidades norteamericanas en la gran crisis financiera y productiva mundial. Fueron esas altas casas de estudio las que forjaron la mentalidad, el espíritu y el ánimo desafiante de los que condujeron a los bancos hacia una bancarrota que viene paralizando al mundo.

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Hasta ahora se ha hablado muy poco de la responsabilidad de las universidades norteamericanas en la gran crisis financiera y productiva mundial. Fueron esas altas casas de estudio las que forjaron la mentalidad, el espíritu y el ánimo desafiante de los que condujeron a los bancos hacia una bancarrota que viene paralizando al mundo.

Se trató de hacer ganancia fácil, de inventar nuevos artilugios, impresionantes y novedosos mecanismos creados para vender y revender tantas veces como fuese necesario los mismos activos. Una cadena cuyo negro final ya estaba presente desde el comienzo. Esa magia oportunista que se erigió en fórmula para hacer negocios fue, del mismo modo, compartida por ejecutivos europeos, que reprodujeron los mismos tics de sus pares estadounidenses. Ahora se saben las consecuencias: Irlanda, un ejemplo de triunfalismo económico en los últimos quince años, pasa por una grave y endiablada crisis que no sólo se deriva de la especulación inmobiliaria, financiera e impositiva; Islandia se esfumó como modelo mundial de organización social; todos los países bálticos y gran parte de las naciones que formaban parte del bloque comunista han sido azotadas por una parálisis productiva que se originó en especulaciones bancarias de todo tipo y color. Muchos gobernantes sólo encontraron como solución estatizar antes que todo se cayera al abismo.

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Los banqueros, con el respaldo de funcionarios oficiales ineptos, pilotearon el avión hacia el desastre con ceguera y omnipotencia. Y lo que es peor, crearon una banca en la sombra, sin ningún control, sin regulaciones de ningún tipo. A gusto y placer. Alan Greenspan, el ex titular de la Reserva Federal durante décadas, una especie de pope respetado y consagrado por la Academia, sostenía hasta poco antes de la debacle que su país vivía en el mejor de los mundos, que todo funcionaba sobre rieles. Sólo cuando pasó lo que algunos poquísimos profesionales pronosticaban, el veterano Greenspan no pudo ocultar su torpeza e incredulidad. Aumenta la preocupación cuando bien se sabe que muchos de los que hoy están obligados a vigilar los balances y actuaciones de los bancos han sido empleados de esas instituciones, y no han renegado públicamente de la misma línea de pensamiento de Alan Greenspan.

El origen quizá deba encontrarse en la derrota de la superpotencia en los pantanos de Vietnam y en los cambios sociales y psicológicos que aparejó. El hippismo, la oposición más contundente a esa guerra, fue el rechazo de una generación a ciertas reglas austeras y puritanas establecidas históricamente en los Estados Unidos. Luego se sumó el crack petrolero y el incremento fenomenal de los precios que le sucedió en 1973. A partir de entonces, las universidades norteamericanas fueron al encuentro de nuevos paradigmas en la estructura capitalista y, en especial, en la financiera. Sólo debía interesar el balance, contentar a los accionistas, repartir dividendos y, por sobre todo, enriquecer a los directivos que capitaneaban empresas e instituciones crediticias.

En una de sus últimas notas periodísticas, el economista Paul Krugman, Premio Nobel, ha elogiado el reciente libro El mito del mercado racional, de Justin Fox, columnista de la revista Time, quien denuncia los abusos de algunos profesores universitarios muy bien remunerados, que respaldaron todo tipo de tropelías de los banqueros aferrados a teorías que tenían como base el funcionamiento de “mercados eficientes” o al desarrollo de determinadas variables financieras matemáticamente “correctas”. De este juego con fuego –el llamado “big money”, el gran dinero– participaron analistas de distinta formación, quienes aseguraban ser dueños iluminados de la verdad absoluta.

Con el paso de los años, los banqueros, que se autocalificaron como “profesionales de prestigio que merecían salarios elevados”, demostraron que, para conseguir ganancia inmediata, no interesaban los métodos a aplicar y aprobaron productos de los que desconocían sus consecuencias. Como escribió un experto en España, el axioma “El que las hace las paga” no se ha podido cumplir. Ha mutado por “Al que la hace, le pagan”. Porque hasta ahora los responsables no han recibido castigos.Al contrario: gran cantidad de ellos han perdido sus puestos privilegiados, pero se han ido a sus casas con muchos millones de indemnización. Es plata de los ciudadanos. Fue el Estado el que evitó la desaparición de los bancos.


*Periodista especializado en economía.