Lo que se conoce como “la calle” suele ser algo ajeno a la experiencia cotidiana de los políticos en general y de los funcionarios y gobernantes en particular. Esto si se entiende por “la calle” el transporte público, bares y restaurantes de uso generalizado, filas para trámites burocráticos y pagos, conversaciones en eventos y encuentros familiares y sociales (casamientos, cumpleaños, bautismos), charlas de vecinos en las veredas, comentarios de diferentes trabajadores (desde plomeros y electricistas hasta empleadas domésticas), diálogos en salas de espera, gimnasios, comercios, talleres, oficinas y demás espacios laborales, etcétera. “La calle” reúne y conjuga los escenarios en los que transcurre la vida real con sus acontecimientos, expectativas, humores, logros, sorpresas y frustraciones. En “la calle” está “la gente”, abstracción que políticos, funcionarios y gobernantes usan y han usado hasta el abuso, vaciando de contenido a la palabra, como lo hacen con tantos vocablos que caen en sus labios. En sus bocas “la gente” es nadie. O alguien a quien de veras no conocen, no escuchan, no miran a los ojos y en cuyo lugar son incapaces de ponerse.
Por otra parte “la calle” que dicen conocer y transitar no es la de la ciudadanía rasa, sino un escenario falso, habitado por extras convenientemente conchabados y preparados por punteros, asesores y marketineros para la foto y el video que se exhibirán en campañas electorales o de imagen. En esas imágenes aparecerán el niño o la niña convenientemente sacrificados por sus padres para la foto, el “abuelito” al que se le pondrá la mano en el hombro, la “vecina” con la que se tomará mate antes de correr a hacer buches para desinfectarse la boca de posibles contagios, el operador de una fábrica junto al que posarán sonrientes luciendo un casco que los muestra tan falsos como ridículos. Todos extras. En ese afán de simular cercanía pueden incluso convocar a L-Gante a una visita a la quinta oficial (donde se realizan festicholas violatorias de las prohibiciones que se ejercen sobre “la gente”), para que el rapero pase un informe del estado de la sociedad, y reciba el elogio presidencial en un acto que alcanza nuevas cumbres de patetismo en alguien cuyos dislates parecen no tener límites.
En “la calle” que no conocen ni trajinan (y que cada gobernante, más allá de sus filiaciones partidarias, ignora a su manera) hay hoy desesperanza, tristeza, agobio e indignación. Bronca. La bronca del humillado, del ignorado, del manipulado, al que se vuelve a humillar, ignorar y manipular con las súbitas “buenas noticias” y repentinos permisos para lo que hasta antes de la derrota electoral se prohibía. Pero ninguna “buena noticia” devuelve las vidas, los trabajos y los futuros perdidos, y ninguna “platita”, por mucho que se emita, alcanza a la hora de las cuentas, los gastos y las facturas reales en “la calle” real.
Sin embargo, en la calle verdadera mucha gente verdadera deberá sincerarse respecto de la legitimidad de su bronca. Esto vale para quienes se dicen decepcionados de este gobierno luego de haberlo votado, y que hoy dudan de volver a hacerlo o están seguros de no reiterar el voto. En su reciente, preciso, claro y didáctico ensayo titulado “El mito del ciudadano ingenuo”, la platense Mónica Beatriz Bornia, abogada, filósofa política y doctora en Ciencias Jurídicas, describe cómo un pensamiento egoísta (priorizar el propio interés desechando el bien común) lleva a muchas personas a olvidar que también el candidato, como ellas, piensa ante todo en sí mismo y en sus intereses cuando, en las campañas miente para cosechar votos. Dos egoístas (uno como candidato, otro como ciudadano) no hacen un solidario. Cada candidato tiene una historia fácil de rastrear en la que su probidad moral y su confiabilidad están a la vista. No hay peor ciego que el que no quiere ver o solo ve su propio interés. Bornia señala el alto costo social que acarrea el encuentro del político corrupto que crea votantes adictos y el ciudadano hipócrita que lo critica pero que espera beneficiarse del modus operandi de ese político. Votar es sincerarse.
*Escritor y periodista.