Yo –que no estuve allí– siento ante los videos del episodio de las tetas en las playas necochenses la misma incompletitud de las obras de teatro filmadas. Se ven todos los síntomas de la puesta, pero la distancia y la falta de presencia tornan ridícula la materialidad de lo que se debate. ¿Hacer topless es un problema social, legal, estético, filosófico, revolucionario, irrelevante? Nadie lo sabe; vivimos en comunidades de sentido que se fabrican agujeros negros espontáneos para tentar los límites de la ley. Y es la presencia de la ley lo que crea el deseo. Deseo legítimo, casi siempre, de romperla. Y es el deseo lo que mueve las cosas. ¿Se vive más tranquilo en las playas españolas, desde cuya perspectiva parecería que Necochea es Neanderthal? Es posible que sí, que se viva más tranquilo, que la amenaza oscura de la ley (mal entendida) no aparezca como mácula. El juez de Necochea lo ha dejado claro: ¿de qué ley hablan estos policías ignorantes, mal educados en reglas cuya procedencia ellos mismos desconocen? ¿De qué contravención? Nadie lo sabe, nadie parece haberlo analizado. Y un puñado de mujeres, sin más plan que tomar algo de sol, parece haber descubierto ociosamente el vacío de sentido que ronda al espíritu siempre bifaz de la ley, de todo orden.
El operativo represivo playero contiene los ingredientes del Verfremdungseffekt brechtiano, el efecto de distanciamiento que rompe la ilusión para acceder a zonas menos visibles de la mímesis. La bota autoritaria en la incómoda arena (poco propicia para la persecución y el arresto), la mujer policía que se niega a identificarse (ubicando su propio accionar en la zona del delito), la congregación espontánea de curiosos y opinadores de ambos sexos (divididos sólo por el tamaño de las mallas), la aparición del facho a la distancia (siempre gesticulando como Videla, como el pitecántropos que carece aún de lengua), las camionetas policiales amontonándose tontísimas en la modesta cima, en la teta geológica del médano; todo el espectáculo es bastante triste.
Días después: tetazo al Obelisco. Traducción del azar playero en acción pura y dura, de la excepción singular en regla para todos y todas, operación de visibilidad alrededor del falo erigido en la ciudad para conmemorar ni más ni menos que el progreso.
Apresado en el estacionamiento de Plaza Lavalle no tengo opciones de salida: en el Obelisco se congregan las mujeres a protestar por enésima vez contra lo que es evidente; Libertad y Viamonte, cerradas (rompen las calles que están bien para volver a hacerlas); nadie ha reparado en que los que trabajamos hasta tarde no tenemos por dónde salir del laberinto. Paso por encima de unos montículos abandonados sin saber si mi derecho a transitar, a salir, será visto también como contravención, como delito. Acelero discretamente sobre el canto rodado. Total, es evidente que no hay plan de ningún tipo.