“La muerte de Nisman fue la primera, pero podría no ser la última”. Esta frase, pronunciada el viernes por el fiscal federal Carlos Stornelli a las puertas de los tribunales federales de Comodoro Py, marca el estado de ánimo con el que se convive en ese ámbito en estos días de tragedia republicana. La geografía no es casual: es allí donde se ventilan todas las causas que involucran a los funcionarios públicos. Es decir, es el ámbito de la Justicia donde se investiga al poder. Y como si el trágico fin de Nisman fuese poco, a ello se ha agregado la amenaza de muerte que recibió Claudio Bonadio, el juez federal que investiga el caso Hotesur, que involucra a la Presidenta, a sus hijos y a Lázaro Báez.
La estrategia del Gobierno destinada a enfrentar los efectos negativos causados por la muerte del fiscal pasa por tres ejes principales. Primero, colocarse como víctima. Segundo, continuar con la tarea de desprestigiar la figura de Nisman. Y tercero, llenar la agenda política con los Aló Presidenta que desvíen la atención de la opinión pública hacia otras temáticas menos urticantes para el oficialismo.
Nada de ello ha dado los resultados que el kirchnerismo busca. Por el contrario, a medida que esta estrategia diseñada desde el “Ministerio del Humo” y estimulada por la jefa de Estado se ha desplegado, los errores groseros cometidos por ella y el jefe de Gabinete de Ministros, Jorge Capitanich, no han hecho otra cosa que complicar al Gobierno y preocupar a muchos de sus funcionarios, que no entienden hacia dónde se va. La repudiable actitud de Capitanich –un hombre de creciente pequeñez que cada mañana hace del ridículo una rutina– en la conferencia de prensa en la que rompió las páginas de Clarín con los artículos de Daniel Santoro, Nicolás Wiñazki y Eduardo van der Kooy demostró no sólo su intolerancia, sino también su absoluta falta de información.
Esto último es la confirmación de la confusión que se vive en el centro del poder. Si nadie le advirtió al Gobierno del hallazgo del borrador escrito por Nisman encontrado en su departamento con la acusación a la Presidenta, ¿qué cabe esperar para otros objetos o datos de más compleja averiguación?
Ante semejante zafarrancho, el proyecto de creación de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI) que impulsa el kirchnerismo no representa más que otra cortina de humo.
Nisman sabía que iban a desplazarlo de su cargo. El fiscal había comentado esta novedad que lo indignaba con varios de sus colegas. El convencimiento sobre la concreción de esta alternativa se había acrecentado cuando vio cómo escalaba el conflicto entre la procuradora general, Alejandra Gils Carbó, y el fiscal Guillermo Marijuan, titular de la Unidad Fiscal de Investigaciones para los delitos de la Seguridad Social (Ufises), que culminó con su remoción a fines del año pasado y el nombramiento en su lugar de los fiscales Diego Iglesias, del fuero federal, y Gabriel de Vedia, de la Seguridad Social y miembro de la agrupación kirchnerista Justicia Legítima.
Gils Carbó ha transformado la Procuraduría General de la Nación en un antro de militancia partidaria. Por ello buscó coparle la fiscalía a Viviana Fein, que enfrenta en el final de su carrera judicial el caso más importante de su vida. El tema del comunicado de prensa que negaba la existencia del borrador redactado por Nisman convenció a Fein de que, en adelante, debía estar ella misma a cargo de esa tarea y no delegarla más en el equipo de prensa asignado por la Procuración. De hecho, el último comunicado lleva su firma.
Otro costado de este magnicidio institucional es la guerra que el Gobierno lleva adelante contra los fiscales y los jueces que no le responden. Allí vienen cobrando protagonismo el secretario general de la Presidencia, Aníbal Fernández, y el presidente de la Asociación de Fiscales, Ricardo Sáenz, quien es el fiscal de Cámara que deberá opinar sobre el caso Nisman cuando éste llegue a la instancia de apelación. La estrategia de Fernández es provocar al fiscal para hacerle “pisar el palito”, a fin de generar una reacción que pueda dar pie a una recusación y/o sanción de Sáenz. Tan intenso es el accionar provocador del secretario general de la Presidencia que entre la 1 y las 5 de la madrugada del viernes le dedicó una andanada de tuits al fiscal, que éste respondió a partir de las 7 de la mañana.
Otra de las claves del caso pasa por las pericias. Ante la ausencia de testigos, la muerte de Nisman sólo puede esclarecerse –¿ocurrirá eso?– a través de ellas. La posición del arma, a dos centímetros del cráneo y detrás de la oreja, es extraña. El rumor creciente por estas horas del supuesto hallazgo de sustancias tóxicas también. A ello hay que agregar la declaración de la persona que limpiaba el departamento que habitaba el fiscal, quien afirmó que, cuando estaba solo, trababa la puerta de servicio por dentro, cosa que sugestivamente no ocurrió el día de su muerte.
Estamos frente a dos causas judiciales emparentadas: una es la muerte del fiscal, sobre la que es muy poco probable que se llegue a saber la verdad. Los agujeros que dejaba su sistema de custodia hacían de Nisman una persona vulnerable. Por otra parte, las desprolijidades de la investigación no hacen más que sembrar nuevas dudas. La otra causa es la del encubrimiento del atentado contra la AMIA que motivó la denuncia del fiscal. ¿Quién o quiénes se harán cargo de ella? ¿Con qué voluntad y con qué ánimo trabajarán? ¿Se animarán a sostener las acusaciones de Nisman contra la Presidenta, el canciller Timerman y Larroque?
La repercusión internacional que tiene la muerte de Nisman da idea de la dimensión del hecho. Cuando el fiscal especial del caso Watergate, Archibald Cox, le ordenó a Richard Nixon entregar las grabaciones de sus conversaciones en la Casa Blanca, Nixon lo echó. Ese episodio, conocido como la “Masacre del Sábado a la Noche”, dio pie a una frase pronunciada por Cox que devino célebre: “Dependerá del Congreso y del pueblo norteamericano que el nuestro siga siendo un gobierno de la ley y no de las personas”. Al igual que Cox, Nisman estaba investigando al poder. Nisman está muerto, y la frase de Cox resume los desafíos de la Argentina del presente y del futuro.
Producción periodística: Guido Baistrocchi con la contribución de Santiago Serra.