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Libertad, divino tesoro

1-11-2020-Logo Perfil
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La nariz del emperador Justiniano fue alguna vez la unidad de medida que garantizaba la justeza y la proporción de todo lo que se concibiera. No sabemos si funcionó; todo ese imperio marmóreo de reglas (restricciones) sucumbió ante la invasión de los bárbaros. Hoy sus ruinas son parte de una ciudad también cerrada.

Algo había que hacer, pero nadie quiere hacerlo. Las escuelas serán lo último que se cierre, pero lo primero será nada. Tenemos la curva de contagio mucho más empinada que la del temible Brasil, pero aun así nadie quiere hacer nada. Inglaterra o Alemania son nuestro modelo vivo, salvo si coartan libertades como en el AMBA, nuestra nariz de Justiniano, esa unidad de medida equis que nos tapa el mundo.

Esto ya pasó en todas partes. El virus es quien manda. Pero seguimos llamando libertad a eso que trae trampa, como todas las palabras. Zizek ya lo demostró citando a Hegel: libertad es un conjunto grande de ideas nobles (libertad de elección, de comercio, de circulación, de género) que contiene en alguno de sus subconjuntos al menos una idea contraria de eso que entendemos en el general, por ejemplo: la libertad del obrero de vender su fuerza de trabajo, que es lo que bien se podría llamar explotación. 

Los discursos que justifican o rechazan las restricciones (que también podrían llamarse cuidados) suelen ser torpes porque también están hechos de palabras, o sea, de neurosis. ¿Qué quiere decir que el sistema de salud se relajó? No veo muy relajados ni a los médicos ni a los docentes sin vacuna. ¿Qué quiere decir que las escuelas no se cierran? Tampoco se cerraban en Hiroshima. Ni en Nagasaki, mientras soplaba la radiación en cada niño. No se cerraron porque allí había un imperio y un emperador y su medida, como la de Justiniano, buscaba una norma Iram tan convencional como la de las palabras, que definen lo que quieren decir pero dicen también lo opuesto. De allí que nunca estemos satisfechos con ninguna opción cuando el mundo arde alrededor.