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Libros a reeditar

Muchas veces me pregunto por qué tal o cual libro no se reedita y no encuentro razón. No me refiero, por supuesto, solamente al Borges de Bioy Casares.

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Envejecer es darse cuenta tarde de que hay libros que están en falta. Me entero de que tal libro está agotado. ¿Cómo agotado? Si yo lo compré hace poco. Pero ese hace poco fue hace veinte años, y hay toda una generación que no lo leyó y que en muchos casos ni siquiera está enterada de su existencia. ¿Los libros se reeditan para subsanar ese problema? Supongo que debe haber más de una razón. A veces un autor algo olvidado, por alguna causa se pone de moda y raudamente se reeditan sus libros viejos. Otras veces una editorial, en un gesto casi de política literaria, decide reeditar un libro porque supone que hay todavía allí un yacimiento de ideas susceptibles de generar efectos críticos en el presente. También a veces aparece la idea del rescate (palabra que francamente detesto), la de ir en busca de un autor, de una obra poco presente en la actualidad, para sacarlo del injusto olvido en el que habría caído. De vez en cuando, lisa y llanamente, no hay explicación. Quiero decir, no hay explicación no para que un libro se reedite, sino al revés, para que no se lo haga. Muchas veces me pregunto por qué tal o cual libro no se reedita y no encuentro razón. No me refiero, por supuesto, solamente al Borges de Bioy Casares, libro hoy inhallable y clave no solo para acceder a Borges, sino para comprender cierto tipo específico de relación con la literatura, el campo literario e incluso la política argentina durante décadas, texto sobre el que creo que se abaten (no estoy seguro: toda aclaración es bienvenida) problemas legales, sino a otros, con menos polémica (entre nosotros, en Francia su aparición bordeó el escándalo), como El porvenir es largo, de Louis Althusser, publicado en castellano en 1992 por la editorial Destino, que no se consigue en librerías desde hace mucho.

Si pudiera, reeditaría ese libro por dos razones. La primera, menor: para ponerle un nuevo título, más justo con el sentido del texto en francés (no solo el sentido de la frase del título, sino la del propio texto). Al traducir L’avenir dure longtemps como El porvenir es largo se le da un toque optimista al título, la idea de que todavía hay mucho por delante, mucho por cambiar, mucho que podría pasar, cuando el concepto del libro es totalmente el contrario. El futuro es un tormento, un pesar, algo que no pasa, que no acaba nunca. El futuro dura mucho, dura demasiado, es tan eterno que no llegará nunca a paliar lo terrible ocurrido en el pasado. El futuro es una condena.

Pero sobre todo, si fuese editor, reeditaría ese libro porque es un texto mayor en la tradición de la confesión, de la que Rousseau es su maestro máximo, y que Althusser lleva a un extremo sin retorno. No solo por el comienzo del libro, la escena en la que Althusser ahorca a Hélène, su mujer; no solo por la necesidad de hablar después del “no ha lugar” judicial con el que fue beneficiado; sino también por la descripción de su vida de infancia, juventud y madurez llevada a cabo como un potente ejercicio de autoanálisis. Althusser realiza un ejercicio de lectura sintomática de su vida, con las mismas herramientas con las que lee, sintomáticamente, el corte epistemológico en la obra del joven Marx, aún idealista, y el segundo Marx, ya científico, en sus libros teóricos. Bajo el modo de la confesión, Althusser lleva la teoría hasta un momento desgarrador.