El otro día participé de una mesa redonda –como espectador, por supuesto, nunca en mi vida hablé en público– sobre la edición argentina, en la que se reprodujeron, uno tras otro, sin ninguna reflexión crítica, todos los lugares comunes, todos los mitos –en la acepción trivial del término– que dan vueltas por el imaginario cultural autóctono. Uno, por ejemplo, es la superioridad de la edición nacional, en especial la de los años 60, por sobre la de los otros mercados hispanohablantes. Que Jorge Alvarez esto, que Jorge Alvarez lo otro, bla, bla, bla. Es evidente que de Puig al Viñas de Literatura argentina y realidad política, de la traducción de Rodolfo Walsh de El diccionario del diablo, de Ambrose Bierce, a Los pollos no tienen sillas, de Copi, y muchos más, el catálogo de J.A. tiene un conjunto de libros extraordinarios, y una mirada única como editor. Pero también hay colecciones enteras de basura comercial, libros fallidos, libros que nacieron envejecidos de antemano, cocoliches sin ton ni son (como la colección Crónicas que dirigía Julia Constenla), e incluso traducciones mediocres (la propia versión de José Bianco de El puente sobre el río Búho, también de Bierce, no parece del mismo traductor de The Turn of the Screw de Henry James, traducida excepcionalmente como Otra vuelta de tuerca, para la colección La Quimera, de Emecé, en 1945).
Contemporánea de J.A., en una España que ingresaba al franquismo tardío, es decir, a una cierta apertura, tengo una especial preferencia por los primeros años de Anagrama, por las colecciones Acracia –de pensamiento anarquista– y Los Heterodoxos –dirigida por Sergio Pitol–, ambas en Tusquets, y sobre todo por el catálogo de Barral Editores, fundada por Carlos Barral en Barcelona en 1970. Nunca más la edición española –reunida en Barcelona– fue tan interesante como entonces. De hecho, ahora mismo tengo en mis manos dos de mis libros favoritos de Barral, creo que nunca más reeditados, y por lo tanto casi inhallables en castellano. Uno es ¿Los oye usted?, de Nathalie Sarraute, publicado en 1974, recubierto con una funda de plástico transparente, verdadera genialidad gráfica que, además de a mí, me consta que fascina a Luis Chitarroni. Es una de las mejores novelas de Sarraute, redundancia obvia, ya que todas las novelas de Sarraute son obras maestras, de las mejores que se han escrito en el siglo XX. El otro es Sobre literatura rusa. Itinerario de lo maravilloso, de Angelo Maria Ripellino, publicado en 1970 en la colección de bolsillo de Barral, que incluía títulos increíbles, como Ferdinand, de Louis Zukofsky –en estos días se lo encuentra en Mercado Libre a $ 260– o Realismo y utopía en la Revolución Francesa, de Babeuf. La interpretación de San Petersburgo de Bieli (lo escribe así, no Bely, como se lo transliteró después) como “un poema de sombras”, lleno de pantanos, niebla y oscuridades, es de las más convincentes que leí sobre el autor de La paloma de plata. Luego, como es sabido, la edición española entró en una larga e interminable decadencia, que lleva un nombre: mercado. (Este artículo está dedicado a mi amigo D.S., que se fue a vivir a Barcelona. En sus librerías de viejo podrá encontrar libros como esos, y no como los bodrios de las colecciones Grandes Novelistas de Emecé y otros por el estilo, que se encuentran todo el tiempo por aquí).