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Libros de Navidad

No es necesario creer en conspiraciones para establecer vínculos entre las cosas: que el único vocero intelectual del Gobierno recomiende reemplazar el pensamiento crítico por una especie de estado de optimismo permanente que se imparte en cursos oficiales se liga con la voluntad manifiesta de su principal asesorado de reducir el financiamiento de la ciencia.

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No es necesario creer en conspiraciones para establecer vínculos entre las cosas: que el único vocero intelectual del Gobierno recomiende reemplazar el pensamiento crítico por una especie de estado de optimismo permanente que se imparte en cursos oficiales se liga con la voluntad manifiesta de su principal asesorado de reducir el financiamiento de la ciencia. El pensamiento crítico es, se supone, la base mínima de operaciones de cualquier científico, y reemplazarlo por una especie de estado de entusiasmo oficialista permanente no es sólo convertir en programa de gobierno la canción de Charly García, que pide que la alegría no sea sólo brasilera, sino postular sotto voce que es la fe y no los hechos comprobables y verificables lo que mueve las montañas, omitiendo el dato de que hasta las famosas cinco pruebas de la existencia de Dios fueron formuladas recurriendo no a expresiones como “iupi iupi” sino a una especie de método deductivo-teológico derivado del pensamiento filosófico de los griegos.

 En todo caso, para estas Navidades recién pasadas decidí ejercer mi derecho a la oposición silenciosa comprando libros para obsequiar en la cena del 24. Haber podido pagar por lecturas después de un año recesivo despertó en mi alma el puro sentimiento de alegría de vivir que recomienda Rozitchner, Alejandro, quizá porque en principio, y como la caridad bien entendida empieza por casa, me regalé La cosa y la cruz, cristianismo y capitalismo (en torno a las Confesiones de san Agustín). Dicho ensayo, aseguran los entendidos, es la obra cumbre de su padre, León Rozitchner, publicada por las Ediciones Biblioteca Nacional durante la gestión de su anterior director, Horacio González, y ejemplo supongo de ese mismo pensamiento crítico que el hijo del autor aconseja sustituir por ejercicios antiintelectuales. Sinceramente, es mi deseo de fin de año que el actual director de la Biblioteca desoiga los cantos de sirena de la reducción presupuestaria para todo lo que no sea obra pública instrumentada por amigos o parientes o testaferros de los funcionarios de turno, y mantenga en funcionamiento la ejemplar política editorial de la gestión anterior, absteniéndose en la medida de lo posible de publicar la edición acrítica de las canciones de Palito Ortega (“La felicidad ja ja ja ja”).

Siguiendo con las compras, para mi madre elegí La mujer justa, de Sandor Marai, porque más allá del chiste fácil de carácter freudiano me pareció bueno arrancarla de las garras de la psicomagia de Jodorowsky y de cualquier verdura de autoayuda, ofreciéndole la posibilidad de que se sumerja en una prosa elegante y burguesa. La madre de mi hija recibió Stoner, de John Williams, porque es un libro que me recomendaron personas que respeto y porque siempre mi modo de acercamiento a los textos que podrían resultarme significativos se opera por vías indirectas: así como la experiencia no se me vuelve real si no es mediada por alguna forma del relato, la experiencia de la lectura necesita ser intervenida por alguna clase de dilación. Por su parte, mi pobre hermana cometió el error de comentarme que no le disgustaría leer la última novela que publiqué, así que aproveché para hacerme de un lector menos con un libro conseguido con descuento para el autor. Mi hija –que tanto quiere cambiar el mundo como a sus padres mientras averigua la manera de funcionar del cosmos– recibió Agujeros negros y pequeños universos, de Stephen Hawking, en una edición de –perdón, Rozitchner– Crítica. Y su sonrisa de aceptación fue como la luz de una luna llena. A mi sobrino le regalé Las imágenes del universo: una historia de las ideas del cosmos, de Marcelo Leonardo Levinas. ¡Qué curioso! El autor es profesor de Filosofía y doctor en Física por la UBA e investigador del Conicet. ¡Claramente, una conspiración antioptimista! Mi ex suegro ligó El último teorema de Fermat, de Simón Singh, pero como ya lo tiene se lo cambié por un libro también prometedor: Historia universal de la infamia científica. Imposturas y estafas en nombre de la ciencia. El autor, Matías Alinovi. ¿Adivinen dónde estudió? Si ponen Newman, se equivocan.

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