Hay dos cosas en las que todos los informes respecto de lo que será la presidencia de Trump son homogéneos: en la exégesis sobre sus palabras (“lo que quiso decir fue…”) y en la creatividad (menor o mayor).
Los más serios se concentran en subrayar los probables límites de su accionar y en los seguros excesos de su voluntad. A ellos me remito.
Dicho lo que antecede, sin pretender ser más incisivo que los intérpretes auténticos ni más creativo que los discípulos de Ray Bradbury, el abanico de las posibilidades especulativas se reduce.
Mientras escribo estas palabras, transcurren febriles negociaciones en el Senado norteamericano para conseguir los votos necesarios a fin de que el electo Donald Trump pueda tener una parte de su gabinete en sus marcas el día de su juramento.
Los demócratas pueden a lo sumo demorar (en función de sus votos) los acuerdos para parte del dream team el día uno, pero cuando los lectores lean esto, acaso los republicanos ya les hayan torcido el brazo. Trump dirá a su nación: “No los voy a defraudar”
Los que tienen mayores problemas son el nominado Jeff Sessions (procurador general), y Rex Tillerson (ministro de Exteriores), dos cargos que precisamente son de los que mayores problemas internos y externos pueden generar. Y no por sus apodo y nombre de sólo una sílaba.
“Es un barroso gabinete lleno de banqueros y billonarios”, mascullan los demócratas. La fácil lectura de las trayectorias de los dos más resistidos me exime de ulteriores comentarios.
En el Foro Económico Mundial de Davos (Suiza), hizo su presentación el financista Anthony Scaramucci (en representación de Trump), quien apoyó el Brexit (los burócratas de Bruselas toman decisiones que afectan a la gente en Manchester) y brindó su particular lectura de la globalización (lo que es bueno para la clase media estadounidense es bueno para el mundo, por su capacidad de compra).
La estrella fue el debutante presidente de China, Xi Jinping, doctor en teoría marxista: la globalización ha impulsado la libre circulación de bienes y capitales; sólo hay que limitar sus efectos negativos. China (miembro de la OMC) enfrenta las alegaciones yanquis de que no cumple con sus normas y también la advertencia respecto de sus reivindicaciones territoriales. Poco confucianamente, respondió: “Si Estados Unidos quiere bloquear las islas artificiales, tendrá que librar una ‘guerra a gran escala’”.
En tanto, Michael Moore convoca a los primeros cien días de resistencia a la nueva administración (por ejemplo, echar a todos los expertos, pronosticadores, encuestadores; espero que no lea castellano).
¿Nuestro país? La mayoría de los reportes a los que es posible tener acceso franco, respecto de la Cumbre de Davos –presenciales, políticos, económicos, financieros, prospectivos–, no se desvelan por Argentina. Tampoco hacen alusión a Dinamarca, Noruega, Finlandia, Singapur o Nueva Zelanda, países de los que tendríamos mucho para aprender.
De modo que tanto la inasistencia (clamorosa, para la política interna) como la asistencia (numerosa, para las plateas fila uno) carecen de importancia, si se mira el bienestar de la población.
No hay nada en Davos ni en Estados Unidos que pueda suplantar el sacrificio (colectivo), por un tiempo (exteriorizado) y una finalidad (comprensible). La importancia de ser figurante en Suiza es tanta como la de ser profeta en Trumplandia: una superstición ecuménica y una parroquialidad doméstica.
*Ex canciller argentino (2003-05).