Resulta obvio señalar que el mundo está atravesando una situación límite, casi de improviso, que arremetió con velocidad abrumadora.
No podría decirse que sea inimaginable. Quizás para algunos, pero otros podrían evocar en el orden local las epidemias de fiebre amarilla del siglo XIX, o la de la llamada gripe española del último siglo. Ni qué decir que Albert Camus recreó con anticipación de muchas décadas, en su maravilloso libro La peste, situaciones similares a las actuales.
No obstante, a pesar de las consecuencias terribles del coronavirus, podrían rescatarse, como en casi todas las situaciones vitales, algunas positivas, entre otras:
- La actitud del Presidente, quien se puso personal y enérgicamente al frente de la crisis, tomando las decisiones conocidas. Cerró fronteras, suspendió clases, canceló vuelos y viajes de colectivos de media y larga distancia, y finalmente dispuso la cuarentena obligatoria.
- La foto inicial del Presidente junto al jefe de Gobierno de la Ciudad y el gobernador de la provincia de Buenos Aires. Lo mismo que las sucesivas muestras de unidad, en las reuniones con los líderes de la oposición.
- La actitud de la oposición, deponiendo hostilidad y críticas a la acción gubernamental en esta circunstancia.
- La conducta responsable de vastos sectores de la sociedad, que comprendiendo la gravedad de la situación respetan las consignas oficiales.
Lo malo del coronavirus
- Fundamentalmente el riesgo para la salud de la población, que, si bien presenta menores índices de letalidad, supone una gran amenaza.
- Consecuencia directa de la restricción de la actividad, la actividad económica entró en una espiral descendente, sin precedentes en muchas décadas, con consecuencias aún más graves para los sectores sociales más desguarnecidos, panorama que se agrava en un país como la Argentina, aquejado de un estancamiento económico casi secular.
- El descenso del producto bruto mundial a cifras casi inimaginables, con sus consecuencias graves en los países más débiles (la Argentina es uno de ellos) y la consiguiente escalada de los niveles de desocupación. Evoca para muchos el escenario de la depresión de 1929 con las secuelas económicas, financieras y sociales conocidas.
- Así como se señalaba la positiva concientización de una parte importante de la población respecto de las medidas de precaución a adoptar, existen lamentablemente aún muestras de falta de solidaridad y conciencia comunitaria ante las disposiciones para tratar de contener la pandemia. Desde aquellos que se apuraron a desabastecer los supermercados, o quienes tomaron la suspensión de las clases o las licencias forzadas como vacaciones imprevistas, hasta quienes hacen caso omiso de restringir la circulación y/o, en su caso, cumplir las cuarentenas obligatorias.
- La actitud de los diputados que dispusieron originalmente asignar a cada legislador un subsidio de 100 mil pesos para que puedan destinarlos a: “evitar la propagación del coronavirus, brindar asistencia a...” . Resabios de una actitud acostumbrada de utilización de fondos públicos con características de punterismo partidario. Afortunadamente, ante la reacción de la prensa seguida de inmediato por el interbloque de Juntos por el Cambio, casi todas las bancadas anunciaron que se destinarán esas sumas a distintas entidades abocadas a la tarea de combatir el avance del coronavirus.
- Por último, la actitud incomprensible de la segunda autoridad nacional, la vicepresidenta, quien en una situación de gravedad extrema se ausentó del país, trasuntando, en el mejor de los casos, desinterés por los problemas nacionales.
En este contexto, cabe esperar que los aspectos inesperadamente positivos de este flagelo se prolonguen, en un mundo donde, como reza el texto bíblico: “Esto también habrá de pasar”.
*Economista (www.pablobroder.com).