Incluso ante situaciones tan excepcionales como la pandemia de Covid-19 se tiende a pensar con las herramientas que se tienen a mano, con las hipótesis e ideas con las que ya se venía pensando, con teorías anteriores. Se declara la novedad, los cambios que ya llegaron o llegarán, los aprendizajes que se extraerán, pero aun ante esos inmensos vaticinios no hay más remedio que seguir usando caminos ya conocidos. Profundizarlos, acelerarlos o reformularlos, pero sin poder todavía realizar un quiebre teórico. El pensamiento necesita un tiempo para asir en profundidad fenómenos como el actual. Y al mismo tiempo, la filosofía y las ciencias sociales tienen la necesidad o, más aún, la responsabilidad ética de pensar el presente. O mejor dicho: de pensar en presente. Cuando se piensa en tiempo presente, la filosofía –por momentos cómodamente resignada a haberse convertido en historia de la filosofía– piensa en un a tientas. Avanza retrocediendo, retrocede avanzando, da pasos en zig-zag, y en ese estado de vacilación extrae consecuencias críticas.
No es casual que Agamben piense la pandemia como exacerbación del concepto de “estado de excepción”, que, bajo una relectura de Carl Schmitt, era el marco que ya definía, según él, la situación de la política y la vida contemporánea previa a la pandemia. La pandemia aceleraría aquello que ya existía antes. Tampoco es casual que Jean-Luc Nancy en Un virus demasiado humano (La Cebra, Buenos Aires, 2020, traducción de Víctor Goldstein) vuelva sobre una reflexión acerca de la noción de comunidad, concepto central en libros claves como La comunidad inoperante y La comunidad revocada. Para Nancy la comunidad –y la noción de “comunismo literario”, que retoma de Georges Bataille– remite a “lo en común”, a la posibilidad de poner en suspenso el mito y volverse “singular-plural”. En Un virus... escribe: “De hecho, el virus nos comuniza. Nos pone en pie de igualdad (para decirlo sin dar muchas vueltas) y nos reúne en la necesidad de hacerle frente juntos. Que esto deba pasar por el aislamiento de cada uno no es más que una manera paradójica de experimentar nuestra comunidad. No es posible ser único sino entre todos. Es lo que constituye nuestra más íntima comunidad: el sentido compartido de nuestras unicidades (…) Experimentamos el aislamiento como una privación, mientras es una protección”. Este es el punto de su desacuerdo con Agamben, con quien, por cierto, comparte muchos otros aspectos, en particular la crítica al deseo de estar sano como un bien de consumo, como queda claro en la entrevista que le fue realizada en este mismo bisemanario el domingo pasado.
Nancy reclama el derecho “a la libertad de protegerse”, que desemboca en una crítica frontal al sentido común contemporáneo que, en nombre de una supuesta libertad individual, en verdad ejerce tan solo una defensa del individualismo neoliberal, que imagina cualquier demanda ética de solidaridad como sinónimo de autoritarismo: “Quiere vengarse de los tímidos inicios de solidaridad y de exigencias sociales que se manifiestan de nuevos modos. Quiere cortar de raíz toda veleidad de cambiar este mundo (…) quiere que no se amenace nada de la libre empresa y del libre comercio (…) quiere que la cosa siga girando en redondo y hundiéndose en el nihilismo y en la barbarie que tan mal ocultan esas supuestas libertades”.