COLUMNISTAS

Lo imposible

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Como dice una vecina mía, rubia y petisa ella, cada vez que va a hacer una pregunta impertinente: “Seré curiosa…”. Y bien, yo, señoras y señores, seré curiosa… ¿Alguien podría alguna vez explicarme cómo fue que sobrevivimos, cómo fue que llegamos hasta acá? ¿Cómo fue que partiendo casi de la nada llegamos al acelerador de partículas, al sacapuntas, a la nanomedición, a la Luna, al señalador magnético, al i-Pod, al alfiler de gancho, al teléfono celular? Y conste que no estoy pensando en guerras, hambrunas, pestes, terremotos, choques de meteoritos, tsunamis, y otras catástrofes y calamidades. Tampoco en la historia de la humanidad, no, no es eso. Pensaba solamente, hoy, en esta siesta y en primavera, en que es casi imposible que seres como nosotros, hayamos podido recorrer estos miles de años y seguir vivos haciendo más o menos lo mismo que hacíamos cuando vivíamos en las cavernas. A ver, que alguien me explique.

Mi admirado don Pío Baroja, aquel de quien nada menos que Hemingway que no era precisamente generoso, dijo a su muerte: “Después de no haber recibido el premio Nobel de literatura, ha muerto Pío Baroja”… (empiezo de nuevo este párrafo confuso). Mi admirado don Pío, dejó en pocas y precisas palabras esto que intento decir: “Por instinto y por experiencia creo que el hombre es un animal dañino, envidioso, cruel y pérfido, lleno de malas pasiones”. Eso dijo don Pío. Debió haber dicho “la humanidad” en vez de “el hombre”, pero bueno, perdonémoslo: eran otros tiempos.

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Eso sí, lo que dijo es verdad y preside lo que yo trato de decir. Dañino, de eso no hay ninguna duda. Mire lo que hemos hecho con el planeta, mire cómo lo hemos asaltado, rasgado, robado, maltratado, despojado hasta dejarlo exhausto, tratando a bocanadas de sobrevivir mientras nosotros seguimos talando árboles, matando ballenas, agujereando glaciares, envenenando el aire y no sigo porque la lista es larga y toda del mismo tenor.

Envidioso, tampoco hay dudas al respecto. La grey humana sigue mirando con desconfianza al otro y tratando de ver qué es lo que tiene que yo no tenga para poder saltarle a la yugular o disimular y darle la puñalada trapera a la primera oportunidad. ¿El otro es poderoso? Yo quiero más poder que él. ¿La otra es rica? Yo quiero ser requetemillonaria para humillarla. ¿Al otro le dieron el premio Nobel? Bah, fue favoritismo por razones políticas. ¿El otro vive más allá de la frontera? Vamos y hagámoslo pelota. ¿El otro piensa distinto, tiene otros nombres para dios? Aplastémoslo, torturémoslo, violemos a sus mujeres, matémoslo y destruyamos sus ciudades.

Cruel, dijo don Pío. Y, sí, crudelísimo cuando deja morir de hambre a sus chicos, cuando se desentiende de la desgracia del prójimo, cuando no le importa que mueran cientos de miles en las guerras puesto que la guerra, ay, la guerra es una gesta heroica a la que vamos cantando cánticos de destrucción y muerte.

Pérfido sí: no hay más que dar un repaso a la historia de la humanidad, comprobar que progreso no es igual a civilización, detenernos en los pogroms, las persecuciones, el nazismo, las dictaduras, la esclavitud, el desprecio a las mujeres (recordar el asunto ése de las brujas), los sótanos de la tortura, la doncella de hierro, los ingeniosos artefactos para matar (recordar el asunto ése de la pena de muerte) la justicia que no llega o llega tarde, la explotación de los débiles.

Quién sabe cuándo habrá empezado esto. Un autor hubo que escribiendo sobre prehistoria llamó a nuestros fallidos antepasados “los dulces Neandertales”. Tal vez sea cierto que se extinguieron violentamente barridos por el homo sapiens, nosotros. Tal vez si aquellos hubieran sido nuestros abuelos, hoy seríamos todo lo contrario de lo que señaló don Pío: bondadosos, desinteresados, pacíficos, generosos, solidarios. Tal vez no hubiéramos inventado las fronteras pero sí el remedio para el cáncer. Tal vez no hubiera misiles, pero sí escuelas y parques de diversiones y teatros.

Y sin embargo. Sí, sin embargo somos en cierto modo admirables. Por qué no. Pueden dos términos antagónicos coexistir sin necesidad de que uno borre al otro. Deleznables, pero también admirables. Criaturas efímeras que saben que la muerte está a la vuelta de la esquina y que sin embargo siguen viviendo, pensando, escribiendo, tocando música, inventando cachivaches, organizando festivales de cine, enamorándose, dando de comer al hambriento, rezando, peleando sin tregua contra la adversidad, pariendo a los que, esperamos, serán mejores que nosotros.