Temprano en su vida descubre que al entregarse a una pasión no hay progreso que no se pague con una pérdida, y descubre también que eso es una pequeña o gran tragedia, quizá sueña con repararlo, espera que lo imposible le será alguna vez concedido, tal vez porque, conocido el carácter de ese imposible, que se hace carne, decidirá que la lucha contra los hechos es su destino fijado de antemano.
Dicho de otro modo, en ese momento tempranero se encuentra con que su descubrimiento y pasión por la palabra leída y escrita comienza a aniquilar otras larvadas vocaciones.
Las pérdidas sucesivas desfilan como un cortejo de parsimoniosos criminales
Las pérdidas sucesivas desfilan como un cortejo de parsimoniosos criminales: su mano antes fluida ya no avanza en el arte del dibujo, a cuyas facilidades se entregaba con distraído placer, y hasta el tiempo adulto en que ya no puede alzar la mano sin temblores, solo le quedará la capacidad de un niño de 6 años que dibuja cuadrados como casas, monigotes como personas y palmeras dentro de islas redondas donde un náufrago lee algo que podría ser un libro mientras en un mar hecho de rayitas como olas se deslizan quietos ochos que figuran peces. Y así con el resto de los ejemplos, de los que prescindimos porque la columna debe ser breve.
En algún momento, de lector puro se convierte en un remedo de escritor (el escritor puro y verdadero es una entelequia, flota en el reino de los arquetipos, es una perfección irrealizada que sirve como faro para los salames) y cree que por fin esos múltiples paraísos entrevistos le serán dados por la vía de la sustitución imaginaria, sin saber que lo poco que le fue dado será un paso más en el camino de la sustracción.
La lucha, claro, es cruel y es mucha, pero lucha y se desangra por la fe que lo empecina. Un buen día algo de todo ello comienza a temblar y se desvanece y él queda en bolas como nuestros hermanos los indios. Está solo y ya no escribe y cada vez le cuesta más hablar; pronto, las palabras comienzan a confundirse en su mente. Se da cuenta de que su reino no es de este mundo ni de otros. Fue una frase, luego un punto, después nada.