La presidencia de Donald Trump coloca a los Estados Unidos y al mundo ante una experiencia nunca vista. Nunca se vivió en la historia de este país la impactante circunstancia de un hombre que, sin ninguna experiencia en las arenas de la vida política, llegara a la Casa Blanca. Nunca se vivió una experiencia de un hombre que, estando absolutamente fuera del sistema del así llamdo establishment político, llegara a la cumbre del poder de la nación más poderosa de la Tierra y de la democracia de mayor antigüedad y solidez en el mundo entero.
De tal enunciado dan muestra las numerosas anécdotas que jalonan la vida cotidiana en distintas partes de los Estados Unidos. En Nueva York, desde donde se origina esta nota, late el corazón de la resistencia contra Trump. Y la palabra es esa: resistencia y no oposición. Hillary Clinton, en la increíble elección que ganó por más de 3 millones de votos y perdió en el Colegio Electoral, obtuvo aquí una mayoría aplastante.
Al llegar el sábado pasado, en el vuelo que compartimos con Jorge Fontevecchia, nos sorprendió una noticia que causó gran revuelo: el congresista John Lewis expresaba sin cortapisa que Donald Trump no era un presidente legítimo. No fue lo único. Ambos tuvimos reminiscencias de tiempos duros para la prensa cuando vimos la volanta en la edición online de The New York Times, en la que se instaba a la gente a suscribirse al diario para apoyarlo. Esa reminiscencia nos llevó a los tiempos del fideicomiso de PERFIL en los difíciles momentos en que el entonces presidente Néstor Kirchner buscó ahogar la sustentabilidad de PERFIL con el objetivo de llevarlo a la quiebra y al cierre. En estos días aquí, hablando con algunos colegas, no son pocos los que por ser críticos del flamante mandatario temen represalias que busquen ahogarlos financieramente, a través de las presiones sobre los anunciantes.
Por primera vez en la historia de EE.UU. no surge sólo una fuerza opositora en la sociedad. Directamente se trata de una resistencia.
Todopoderoso. Las designaciones del flamante presidente no han hecho más que confirmar las sospechas de que estamos en presencia de un hombre que siente que su posición lo coloca por arriba de la ley. Veamos.
Nombró a su yerno, Jared Kusher, como asesor en la Casa Blanca. Luego de que John Fitzgerald Kennedy hubiera nombrado a su hermano Robert como attorney general, se dictó una ley por la que se prohíbe la designación de familiares del presidente en cargos federales. Más allá de una modificación sancionada en 1978, que podría dar algún sustento a esta designación, los expertos en ética son contundentes: la designación de Kussher transgrede las normas vigentes.
Como secretario de Trabajo designó a Andy Puzder. Puzder es empresario, dueño de una cadena de restaurantes de comidas rápidas en California que se opone a las leyes laborales vigentes en el país. En realidad, no sólo se opone a conceptos como el del salario mínimo o los descansos en medio de la jornada laboral, sino que también violó leyes laborales. En 2013 fue denunciado porque la firma de su propiedad no les pagó a sus gerentes las horas extras aun cuando les exigía estar de guardia las 24 horas del día.
Para la comisión de evaluación de las vacunas nombró a Robert Kennedy hijo, sobrino del ex presidente Kennedy, quien es un severo crítico de las vacunas e increíblemente pertenece a un grupo de desacreditados científicos que asocian las vacunas con el autismo, uno de los mayores disparates científicos de los últimos tiempos. Por estos días surgió a la consideración pública un para muchos olvidado tuit de Trump del año 2012 que decía: “Estudios dicen que el autismo está fuera de control; creció 78% en los últimos diez años. Paren de dar las monstruosas combinaciones de vacunas” (sic).
Como titular de la Agencia Protectora del Ambiente (EPA, Environmental Protection Agency) seleccionó a Scott Pruitt, un hombre proveniente de Oklahoma que niega el cambio climático y sus efectos. Pruitt será el ejecutor de la política de Trump para desmantelar todas las acciones realizadas durante las dos presidencias de Barack Obama tendientes a morigerar los efectos del calentamiento global.
La designación de Rex Tillerson como secretario de Estado –equivalente al ministro de Relaciones Exteriores– tampoco escapa a la controversia. Tillerson, ex CEO de Mobil Exxon, es conocido por sus relaciones de cercanía con Vladimir Putin, hecho altamente controversial en medio de las sospechas crecientes de injerencia del gobierno de Rusia en los comicios que ganó Trump.
El secretario del Tesoro tampoco les fue en saga a estas objeciones. Steven Mnuchin es un multimillonario que desarrolló una extensa carrera en Goldman Sachs. En el medio de su audiencia de confirmación ante el Senado, se vio en apuros cuando se reveló que le había ocultado a la Cámara alta 100 millones de dólares en patrimonio y cuando se supo que, además, es director de una cuenta bancaria en las Islas Caimán, un paraíso fiscal, hecho que no dejó de sorprender, encima teniendo en cuenta que una de las críticas del flamante presidente apuntó contra los paraísos fiscales.
Y está también el caso de Betsy DeVos, la secretaria de Educación, que sostuvo que debía haber armas en los colegios debido a la presencia de osos.
La resistencia. La asunción de Trump dio pie a un hecho absolutamente inusual en la historia política de los Estados Unidos: las manifestaciones de sectores opuestos al nuevo mandatario llamando a la resistencia. Esto es algo novedoso. Hasta aquí todos habían aceptado las normas de la convivencia política. La legitimidad de quien había sido electo no se discutía. Esto es lo nuevo que ha emergido en este momento involutivo en la vida política de este país.
En vista de esto, uno de los títulos más destacados del viernes lo tuvo el USA Today: “El país necesita un discurso de unidad”. Hacía alusión a las expectativas que había generado el discurso inaugural de Trump. Desafortunadamente, como conté en la contratapa de PERFIL de ayer, el presidente estuvo lejos de acercarse a ese objetivo. Fue un discurso disruptivo con la totalidad de la comunidad política constitutiva del así llamado establishment político de Washington.
No es que no le asista la razón en cuanto al ambiente de intriga, transa y lobby que se vive alrededor de la dinámica política en la capital de los Estados Unidos. Lo paradójico es que Trump ya ha edificado su propio establishment. En su última conferencia de prensa, el ahora ex presidente Barack Obama señaló que el consejo más importante que le había dado a su sucesor era la necesidad de que completara buenos equipos de trabajo. La labor del presidente es de una magnitud y de una complejidad que no puede ser desempeñada por una sola persona. Habrá qué ver si su sucesor ha tomado su consejo.
El mensaje de Trump tuvo destinatarios muy precisos: sus votantes. Nada habló a aquellos que no lo votaron y que durante todo el día protestaron el viernes y ayer sábado en Washington, en Nueva York y en muchas otras ciudades de Estados Unidos y del mundo. El mensaje de Trump hacia sus votantes llegó en forma clara y directa. “Habla como yo” es una expresión que repitieron muchos de los que asistieron a la ceremonia de asunción cuando fueron consultados por los medios. Son ciudadanos pertenecientes a la clase media, con mayoría de trabajadores de los sectores industriales. A todos ellos, la transa de la dirigencia política los ha hartado. Todos aspiran a tener un mejor trabajo. Son víctimas del desastroso final de la presidencia de George Bush hijo, una crisis que remontó el gobierno de Obama pero que dejó muchos heridos.
Tanto las designaciones en su gabinete como las primeras medidas marcan que Trump se siente hasta por encima de la ley.
En el discurso estuvo presente fuertemente el concepto de que la mayoría de los problemas que enfrentan los Estados Unidos son culpas de otros. “Vamos a traer de nuevo los empleos que nos robaron”, fue una de sus frases que generó el entusiasmo de sus acólitos. En su discurso, Trump dibujó una nación devastada, cosa que no se compatibiliza con la realidad. Los problemas existen, pero no en ese nivel ni en esa dimensión. Una estadística oficial muestra, por ejemplo, que la cantidad de personas que reciben el plan federal del llamado Temporary Assistance for Needy Families (Asistencia Temporaria para Familias Necesitadas) se redujo en más del 70% entre 1996 y 2016. En relación con la pérdida de puestos de trabajo, las cifras lo desmienten. El desempleo en los Estados Unidos cayó del 10% en 2009 a menos del 5% en 2016. En relación con la producción, el Instituto de Estadísticas Laborales (Bureau of Labor Statitics) señala que la producción aumentó un 86% en los últimos cinco años. Aquí surge un tema que no está presente en el plan de acción del flamante presidente: el efecto de los avances tecnológicos sobre el mercado laboral.
Sinrazón. Otro de los puntos increíbles del discurso de asunción fue la mención a la política de subsidios para fuerzas armadas de otros países. Las cifras son categóricas en cuanto a que Estados Unidos está a la cabeza de los gastos militares en relación con cualquier otra nación, incluyendo China y Rusia.
Finalmente, otra alusión que no refleja la realidad tiene que ver con el nivel de delito. Trump habló de un país asolado por el delito. Más allá de las variaciones entre distintas ciudades, la tasa de delito bajó aquí.
Trump describió una nación en guerra. Y tal retrato genera inquietud en el mundo entero. Trump habló de una “America First”, que no se sabe muy bien qué quiere decir en el mundo de hoy. Ese era el discurso de Ronald Reagan en la década del 80, en el medio de la Guerra Fría. En un mundo globalizado, la idea de una nación cerrada sobre sí misma y a la vez líder mundial es antagónica.
El llamado a la unidad, que ocupó muy poco espacio en su corto discurso, se vio contradicho con las designaciones de su gabinete. Su concepto de un gobierno de la gente también.
Al momento de cerrar esta columna culminan las marchas de las mujeres. Me tocó cubrir la que se realizó en Nueva York. La multitud fue impresionante. La dureza de su mensaje, impactante. He aquí el surgimiento no de una oposición, sino de una resistencia que promete ser intensa. El mensaje es brutal: “Trump has to get to go” (Trump debe irse) y lo que en castellano sería “el pueblo unido, jamás será vencido”. Todo incompatible con los parámetros institucionales de este país.
El tiempo y las conductas de la ciudadanía darán cuenta del curso de esta instancia nunca vista en la historia de esta nación.
(*) Desde Estados Unidos.