Mi trabajo se ha visto –como el de todos– asediado por variables azarosas que dicta el Mundial. Tuve que cambiar fechas de estreno para no coincidir con una final de países remotos; espero respuestas de entidades absurdas con las que tengo algún cruce (desde la Cancillería hasta el Deutscher Fußball-Bund de Alemania, pasando por un auspicio de Nike) y todo, absolutamente todo, debe esperar a que el Mundial termine y la gente vuelva a casa.
Ya está. Ya terminó. El fútbol vuelve a ser lo que es: la cosa más importante de todas las cosas verdaderamente irrelevantes. La disolución entrópica del espectáculo de masas busca una iconología más individualista para poder sostenerse en la memoria unas horas más, para no aceptar lo inevitable: que el Mundial se terminó. Los españoles son los mejores del mundo (con un fútbol, al decir de muchos, merecidamente celebrado) y la tal afirmación es encontrada sólo por los catalanes, que –parece– viven con horror nacionalista que sus jugadores le den la victoria al opresor, al español. La misma aseveración es refutada por unos amigos suizos, que sostienen –con cierta lógica sofista, pero lógica al fin– que si Suiza le ganó al mejor del mundo, entonces el mejor del mundo ha de ser Suiza. En el lenguaje, ambas afirmaciones son verdaderas.
Claro que el fútbol es irrelevante, pero actúa como un imán de distorsiones. Cada acontecimiento nimio es engrandecido por la metáfora de vida y muerte que el fútbol presta generoso. Así, un pulpo es el destino. Así, un partido revive enconos de la Segunda Guerra Mundial. Así, pegar o no patadas es modelo de moral occidental.
Miro la final, y no sé con quién identificarme; así cualquier partido es un plomo. Veo las emperifolladas realezas de Holanda y de España, y recuerdo súbitamente que son monarquías. No tengo ganas de alentar a ninguno. Pero, ¿por qué decido ver, en medio del partido, un símbolo de opresión anacrónico y no una Jabulani en movimiento? Es tan azaroso como que Suiza sea la mejor del mundo.
Cualquier grieta, por irrelevante que sea, es una grieta. Y deja ver porciones otras de universo.