Guarismos espantosos: la expresión “guarismo” me suena pésimo. De chico la asociaba con “guasca” y su doble referencia a latigazo y a eyaculación. Pero este domingo, justo a la hora del té y ansioso por acceder a algún guarismo fidedigno de las elecciones, me doy tiempo para recordar el origen noble de esta palabra, tomada del nombre del matemático persa Al-Khwarizmi que introdujo el cero en la notación numérica. Nacido en la actual república de Uzbekistán, vivió bajo la fe del profeta, en Bagdad, en el siglo IX de nuestra era, para expresarlo en torpe numeración romana. Seguimos sin noticias electorales, esto amenaza demorarse, la edición de PERFIL cierra las 21.00 de este domingo gripal, nublado y nada peronista. Esta mañana decidí no ir a votar por Solanas: pesaron, más que mis reservas sobre la estética y la ética de su cine-arenga, mis temores al contagio del virus estacional o el del chancho, y mis ganas de caminar envuelto en la atmósfera de eucaliptus que rodea los lagos de Palermo: Palermo bien vale una multa.
Fue en Palermo, con nueve grados de temperatura, entre las tablas de abdominales y la barras paralelas de los Arcos de la Infanta cuando, a la vista de esas obras paradas y tapiadas desde la época de Ibarra, concebí el tema de este comentario que seguirá valiendo cualquiera sean las cifras que determinen o amañen los funcionarios a cargo del escrutinio. Pensé que lo más importante de esta elección no es lo que se ha votado, sino todo aquello que no se ha podido votar.
Por ejemplo, en el ámbito de la ciudad relativamente autónoma de Buenos Aires, lo más importante del evento es que los ciudadanos han vuelto a ser privados por quinta o sexta vez desde los tiempos del penoso jefe de Gobierno De la Rúa del derecho a elegir las autoridades de sus comunas establecido por la Constitución. Esto es muy grave e Ibarra, Telerman y Macri incurrieron en un grave incumplimiento de sus deberes al sucederse en el “pedaleo” del mandato constitucional, algo que la Justicia acaba de exigir perentoriamente, con fecha límite del 15 de julio, a los poderes Legislativo y Ejecutivo de Buenos Aires, que parecen confabulados para burlarse de la gente.
En el ámbito de la Ciudad y en todo el ámbito nacional no se está votando programa alguno y, pese al promisorio título de “elecciones legislativas”, nadie habrá votado por una ley. ¿Qué ley? Por una parte, se sabe que a los legisladores electos, que recién asumirán en vísperas de las fiestas de fin de año y del receso veraniego de las cámaras, les faltan condiciones para legislar y les sobra tiempo para espantarse, arrepentirse, renunciar a sus bancas, borocotizarse y cotizarse en las mesas de canje y de negociación con sus pares. También se sabe que el único mandato que establecen los comicios es el de “representar”, y esto en los dos sentidos del término: el constitucional y el teatral.
Comienzo este párrafo a setenta minutos del cierre de las mesas de votación. La radio y los medios que tengo abiertos por Internet cayeron como chorlitos en el juego institucional del Gobierno: lo que informan es mera anécdota: el triunfo penoso de Michetti en Capital, el empate virtual del neoperonismo y los socialistas en Santa Fe y del macriperonismo y el peronismo K en la provincia de Buenos Aires, y hasta el florecimiento de Solanas en Capital y ese “tercero lejos” obtenido por la entente neorradical en los distritos importantes son pura anécdota que cualquier cronista político creíble pudo haber narrado hace un par de semanas y de meses.
Son la 21.00 y los medios siguen sin contar cuántos empadronados repudiaron los comicios. Y sin estimar cuántos ciudanos de Capital repudiaron la gestión de Macri y cuántos repudiaron la gestión del matrimonio presidencial en la Ciudad, en la provincia de Buenos Aires y en Santa Fe, Córdoba y Mendoza y recordar, de paso, que las listas votadas proceden es su mayoría de caprichos de ricachones como De Narváez y de circunstanciales poderosos como el entorno cleptócrata de Kirchner.
*Escritor.