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Lo vamos a extrañar

Haber hecho todo ese esfuerzo para esto? ¿Para irse hoy por una puerta lateral, para volver a la trastienda? ¿Entonces todo fue en vano?

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Haber hecho todo ese esfuerzo para esto? ¿Para irse hoy por una puerta lateral, para volver a la trastienda? ¿Entonces todo fue en vano? Haber sido primero del PC, luego cafierista, duhalista, embajador menemista, asalariado de la SIDE, ibarrista, antiibarrista, kirchnerista despechado, aliado de Carrió y finalmente cristinista entusiasmado con quizás ligar la Secretaría de Cultura, todo ese frenesí ¿para nada? No, no es posible. Alguna explicación debe haber. Este es tal vez el momento previo al olvido. Gran injusticia. Al contrario, yo creo que dejó una huella tan profunda que no será fácil de olvidar.
¿Cómo olvidarse de los primeros cientos de miles de afiches de propaganda de su gestión? Escritos en un infracastellano que sólo usaba verbos en infinitivo, con contenidos tan profundos como “Disfrutar la ciudad” o “Respetar las normas”, marcaron toda una época. Por no mencionar los otros cientos de miles pegados durante la campaña electoral, jugando con la idea de su pelada. No es muy difícil imaginar el contexto: primero se contrata a la agencia de publicidad más fashion del mercado, luego se escribe un brief en donde se busca posicionar su pelada como un ícono cultural de Buenos Aires. Es curioso, tan cuestionada fue su campaña, sin embargo logró su objetivo. La pregunta es ¿a quién le importaba la pelada como ícono urbano? Pero eso es apenas un detalle. Lo vamos a extrañar por su voluntad de convertir a toda la ciudad en un inmenso chill-out, por la inauguración de obras ya inauguradas por el gobierno anterior, por el nivel intelectual de sus colaboradores, por los continuos cambios de gabinete, por el intento de suba indiscriminada del ABL, por sus cócteles con intelectuales besamanos en el Salón Blanco (recuerdo a un llamado escritor prestigioso diciéndome que “él en realidad es uno de los nuestros”. ¿De qué “nuestros” hablaba?). Desde los tiempos de Menem que no se veía a alguien que disfrutara tanto de estar en el gobierno. Se lo veía exultante de estar ahí, gozoso, radiante. Era evidente que la pasaba bomba. Con Menem, compartía también la infinita capacidad de mutar y adaptarse a lo que sea sin perder nunca su identidad (identidad, claro está, que consiste en mutar y adaptarse a lo que sea).
Entró al gobierno como licenciado y salió sin el título. ¿Es eso tan grave? Es bastante menos que lo que perdieron muchos otros políticos a lo largo de un gobierno. También lo vamos a extrañar por haber dejado servido a Ciudad Abierta para su cierre. Por haber triplicado su presupuesto y producido la mitad, por haber convertido un canal innovador, crítico, que ponía en cuestión el sentido común televisivo, que daba lugar a mucho de lo más interesante de la cultura local (del nuevo cine argentino a la revista Barcelona, de los reportajes de María Moreno a entrevistas a intelectuales sin caer en la opinología, del rock alternativo al pensamiento urbano) en un canal convencional, con programas que podrían encontrase en cualquier otra señal. Nunca entendió qué es un canal público. En su primera época, lo convirtió en una trivialidad disfrazada de falsa vanguardia y en su retorno, en una trivialidad tout court. Pero eso no tiene demasiada importancia. Lo vamos a extrañar por citar a Saer en el programa de Petinatto y por haber despedido a una ministra a través de un mensaje de texto.
Cuando se habla de los 90, se piensa en el menemismo, pero poco se habla de la Alianza, último avatar de esa época, la gran catalizadora del desastre. El Frepaso nunca cuestionó el uno a uno, y no sólo eso, sino que su máximo prohombre terminó apoyando el ingreso de Cavallo al gobierno. Otro tanto ocurre ahora. El triunfo de Macri es producto de múltiples causas, sin dudas una es la decepción después de años de gobiernos progresistas. En esa década, su lugar fue también el de acelerador de la historia. Sin él, Macri no hubiera sido posible.