Un video que muestra la decapitación del periodista estadounidense James Foley por un verdugo de capucha negra es el último de una serie de actos enfermizos que Estado Islámico en Irak y El Levante, o ISIS, ha expuesto al mundo en los últimos meses. La ejecución de Foley fue presentada como un coreografiado “mensaje a América” por parte de este grupo de terroristas con mentes de performistas, quienes buscan ser vistos, oídos y temidos por la mayor cantidad posible de personas. Jim Foley, quien tenía 40 años, era un hombre apuesto y discretamente intrépido que reportaba para GlobalPost, un sitio de noticias radicado en Boston. Se hallaba en el norte de Siria cuando fue secuestrado hace dos años. Antes había reportado durante la revolución en Libia y había pasado seis semanas bajo la custodia del régimen de Muamar Gadafi, tras ser capturado con otros periodistas en un campo de batalla de la zona occidental del desierto. Fue una experiencia traumática para Foley y los otros, quienes temieron por sus vidas después de ver a su amigo, el fotoperiodista sudafricano Anton Hammerl, ser herido de un disparo en el estómago y dejado morir. En el video de la ejecución de Foley, un combatiente de ISIS con el rostro cubierto con una máscara amenaza con ejecutar a Steven Sotloff, un reportero norteamericano que ha escrito para Time y otras publicaciones, si el presidente Barack Obama no da los “próximos pasos” del modo adecuado. Como prueba de sus fatales intenciones, el enmascarado también arrastra a Sotloff ante la cámara.
El miércoles, el presidente Obama dijo haberse comunicado con la familia de Foley y estar “descorazonado”. Acerca de ISIS sostuvo que “su ideología estaba quebrada” y que no ofrecía nada sino “esclavitud en su visión vacía”. El futuro, continuó diciendo, no pertenecía a ellos sino a gente como Jim Foley. El día anterior su madre escribió en Facebook: “Nunca hemos estado más orgullosos de nuestro hijo Jim. El dio su vida tratando de exponer al mundo el sufrimiento del pueblo sirio”. Ella elevó una súplica por los rehenes restantes y escribió: “Agradecemos a Jim por toda la alegría que nos dio. Fue un extraordinario hijo, hermano, periodista y persona”.
El asesinato de Foley evoca las tristes y dolorosas imágenes del asesinato grabado del reportero de The Wall Street Journal, Daniel Pearl. Esa ejecución –la de un hombre inocente, escogido como víctima a causa de su nacionalidad y quizás de su religión (Pearl era judío)– marcó el patrón y estableció una nueva referencia para los terroristas. Desde entonces, cientos y quizás miles de personas, muchas de ellas no combatientes, han sido asesinados de manera similar, con sus últimos momentos grabados y en manos de extremistas en Pakistán, Afganistán, Irak, Siria y otros lugares. No cabe duda de que internet, con su poder de viralidad y utilidad para reclutar, se volvió la herramienta preferida de los terroristas.
La última vez que vi a Jim Foley fue en el verano de 2012, en Turquía, cerca de la frontera siria. Había estado reportando por varias semanas, pero había hecho un corte para lanzarse en la búsqueda de dos colegas occidentales que habían sido secuestrados por extremistas en Siria.
Intercambiamos notas. Yo había estado en un refugio de los rebeldes sirios en la frontera, un día antes de que nuestros colegas fueran raptados; ahí me crucé con dos musulmanes británicos con largas barbas que estaban por entrar en Siria. Eran claramente yihadistas y estaban incómodos con mi presencia.
Cerca de diez días después, los colegas de Foley salieron de Siria. Resultó que habían sido tomados prisioneros por musulmanes radicales extranjeros, el más perverso de los cuales hablaba con acento británico. Fueron interrogados, golpeados y acribillados, pero sobrevivieron. Tuvieron suerte.
Fueron rescatados por un grupo de rebeldes más moderados que, en aquellos días, todavía tenían algún poder en el campo de batalla. Foley volvió a entrar a Siria y, en noviembre de 2012, fue hecho prisionero. Su familia dijo que no hubo demandas de rescate.
La voz del verdugo encapuchado de Foley se escucha en el video; parece tener acento británico. Esto alarmó a muchos en el Reino Unido, incluyendo a los servicios de seguridad, los cuales son cada vez más conscientes de que tienen un problema entre manos. El año pasado, dos británicos convertidos al islam decapitaron públicamente a Lee Rigby, un militar británico fuera de servicio, en un suburbio de Londres.
Cientos de ingleses y otros ciudadanos europeos han viajado a Siria e Irak y se han unido a ISIS. Una característica de la campaña psicopática de este grupo, que quiere establecer un califato en Medio Oriente, es que sube sus atrocidades a internet. No hace mucho, un yihadista australiano filmó a su hijo sosteniendo la cabeza cercenada de un hombre. Hubo también webcasts de ejecuciones masivas de chiitas, vistos como apóstatas por los extremistas sunitas de ISIS; de crucifixiones y de apedreamientos fatales de mujeres. La brutalidad no para. Alentada y con libertad para matar y horrorizar, al parecer mucha gente es capaz de hacerlo, incluso aquellas personas formadas en Occidente.
Justo antes de la ofensiva de ISIS en Irak en junio, un número de rehenes occidentales en Siria –la mayoría periodistas– fueron liberados de su cautiverio, renovando las esperanzas de aquellos que habían sido retenidos por largo tiempo, como Jim y otros. Tristemente, si alguna vez fue difícil concebir personas capaces de tan insondable crueldad, ya no es así. Las guerrillas de ayer han dado paso a los terroristas, y ahora los terroristas dan paso a esta nueva banda, que son algo así como asesinos en serie. ISIS, una organización de vándalos, es la respuesta de Medio Oriente a la banda psicoasesina de narcotraficantes Los Zetas, tratando de superar en maldad a sus enemigos, de intimidarlos hasta hacerlos sumisos y, de alguna forma, dibujarse a sí mismos como una caricatura del mal.
La semana pasada me reuní con Faisal Ali Waraabe, un político del Partido Justicia y Bienestar, de Somalilandia. Es un candidato para las elecciones presidenciales del año que viene.
Cuando era más joven fue socialista y devoto del Che Guevara. El año pasado su hijo de 22 años, Sayid, quien fue criado en Finlandia, sucumbió ante las oscuras tentaciones de ISIS. Su hijo también persuadió a su joven esposa para que se le uniera y ahora los dos viven, de acuerdo con lo que dice su padre, cerca del pueblo de Raqqaa, el bastión principal de ISIS en Siria. Faisal me mostró un video reciente de su hijo, con un turbante negro, montado en un caballo, hablando con acento finlandés a la cámara. Llamándose a sí mismo Abu Shuib al Somali, Sayid dice: “La autoridad de la Sharia llegará incluso a Finlandia y, si eres llamado, entonces entrarás al paraíso”.
Le pregunté a Faisal qué pensaba de ISIS y sobre lo que su hijo está haciendo. Tristemente negó con la cabeza, levantó sus manos en el aire en señal de impotencia y dijo: “Ellos son los nuevos bárbaros”.
*Periodista norteamericano.Extraído de The New Yorker.