Afirma Arturo Jauretche en El medio pelo en la sociedad argentina (1966) que “desde 1914 estamos en eso: en la lucha del país nuevo y real con el país viejo y perimido, que para vivir él impide el surgimiento de nuestras fuerzas”. Si observamos el conflicto entre el Gobierno y el campo en 2009, todo indica que la historia continúa.
La cita viene a cuento porque la presidenta Fernández de Kirchner ha dicho que el libro es uno de sus preferidos y que su autor es “el intelectual más formidable que ha tenido la República Argentina” (Quito, 2008).
Este ensayo desgrana hábilmente el fruto de investigaciones ajenas y de reflexiones propias combinadas con una rica experiencia de vida. En cuestiones rurales, insiste en la dicotomía campo/industria y distingue al estanciero ausente vinculado al mercado inglés del chacarero trabajador y del peón criollo olvidado por todos. Su vívida descripción de la sociedad argentina conserva validez aunque también es cierto que refleja las cuestiones que hicieron furor en los años 1930/1940, más que la realidad de los años sesenta en que fue escrito. Entonces ya se advertían novedades tan importantes como la fundación del INTA (1957), por iniciativa de Raúl Prebisch, o los grupos CREA (1957), inspirados por Paul Hary.
Otro ícono cultural citado en el discurso presidencial, José Luis Hernández Arregui (1913-1974), asocia en sus obras a la lucha por la liberación nacional en los países del Tercer Mundo con la lucha por la industrialización; esto lo lleva a condenar a la “oligarquía agraria”; tampoco confía en la inmigración europea que se instaló en el campo y en sus descendientes. Elige como agentes del cambio social a los regímenes apoyados en el pueblo y en el Ejército, que controlan desde las exportaciones hasta los medios de propaganda (casos de Nasser, Perón y Fidel). Hernández Arregui pronosticó entre otras cosas la inminente victoria del socialismo sobre el capitalismo, el fracaso de Brasil y el olvido en que caería Jorge Luis Borges, apenas muriese: “con él se irá un andrajo del colonato mental”, sentenció.
El tiempo pasó. El capitalismo sigue en pie, Brasil se convirtió en potencia continental y Borges está entre los grandes de la lengua castellana. Incluso aquellas páginas que estigmatizaban al latifundista como expresión de la vieja Argentina, y proponían al industrial nacional como representante de lo nuevo, han perdido vigencia.
Hace rato que el estanciero como sector carece de poder político y que quien persistió en gastarse cómodamente la renta que le daba el campo tuvo que venderlo y dedicarse a otra cosa. Hasta en la clásica Exposición Rural de Palermo se da hoy tanto espacio para la maquinaria industrial de punta, la robótica y la biotecnología como para los reproductores de raza.
Por su parte, el productor (grande, mediano o pequeño propietario o arrendatario) afrontó una serie de obstáculos: políticas internas de precios máximos, control estatal de las exportaciones, tipo de cambio desfavorable, inflación, retenciones, deudas y campañas políticas de desprestigio que se sumaron a las alternativas de los mercados externos y de los accidentes climáticos. Los que persistieron, aprendieron a diagnosticar problemas; trabajar en equipo, asesorados por ingenieros agrónomos; utilizar fertilizantes; formar pooles de siembra; destinar los cascos lujosos de antaño al turismo, y acceder en forma directa a la información. Así pudieron aprovechar en estos últimos años las condiciones favorables por la demanda de alimentos en el mercado mundial Abrieron las tranqueras y van por más. Recurren a fuertes presiones gremiales para respaldar sus reclamos y cuentan con voceros cuyo lenguaje es comprensible para todos.
¿Cuál es hoy el país nuevo y cuál el perimido que nos impide crecer? ¿Quiénes constituyen hoy la nueva oligarquía? Para entendernos mejor, es necesario que desde el poder se observe esta realidad sin inspirarse en los viejos profetas, por respetables que sean, para darle vuelta a la página del conflicto con el campo, y enfrentar juntos las vicisitudes del presente.
*Historiadora.