COLUMNISTAS
Lecturas religiosas

Los cuerpos de la época

Yahvé, Jehová, Eli, Alá, Dios: cambian los nombres pero es el mismo dios de los monoteístas, creador del universo y legislador de los deberes de los hombres.

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Yahvé, Jehová, Eli, Alá, Dios: cambian los nombres pero es el mismo dios de los monoteístas, creador del universo y legislador de los deberes de los hombres. Nada mejor para un ateo que la lectura de los textos sagrados que definen y registran la voluntad de un dios. Nada mejor para esos textos –Torá, Biblia, Evangelios, Corán– que las lecturas de un tiempo ateo, agnóstico, escéptico y condenado al cinismo de la era de “Dios ha muerto”. El retorno periódico a las fuentes –tan hondo como lo permite la Biblia de Jerusalén, lo más original a nuestro alcance– prueba que, con los siglos, los tres grandes troncos monoteístas fueron desviándose de los mandatos de su dios para terminar tan infieles o apóstatas como nosotros, los descreídos pichones del neocapitalismo. Ahora, rabinos, imanes, ayatolás, columnistas de PERFIL, generales israelíes, cardenales pomposos, pastores mediáticos, letristas de rock y comandos de Al Qaeda burlamos por igual las leyes del creador y los profetas.

Respecto del cuerpo, la ley del dios prescribe la vagina como único acceso posible al interior de otro. Sea humano o animal, el “en la boca”, el “por atrás” tan de moda hoy, el contacto con la sangre, tal como cualquier emisión de semen fuera de su lugar vaginal sagrado, enojan al dios a tal punto que dejó ejemplos bíblicos de su ira, como la ejecución del pobre Onán, o de las ciudades pederastas que arrasó con una lluvia de fuego y azufre reduciéndolas a humo y cenizas con todos sus habitantes, incluyendo a los justos. La prohibición de invadir cuerpos sigue vigente entre judíos ortodoxos, que sólo pueden comer la carne de animales matados ritualmente y rabínicamente certificada. Salvo en estas minorías, entre judíos, cristianos e islámicos, el progreso ha incinerado con su fuego industrial toda la arquitectura de la normativa del dios.

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Cierto que Yahvé –etimológicamente “el yo soy”– era no poco caprichoso, pero el conjunto de sus leyes fue un dispositivo idóneo para la supervivencia milenaria de la cultura de su pueblo elegido: el que eligió obedecerle y narrarlo hasta que aparecimos nosotros y le desmantelamos todo. Volví al Génesis y a los capítulos de Las leyes del Exodo pensando en los temas de este enero: la dilapidación y el suicido automovilístico del rally, la dilapidación quirúrgica de las monstruosas siliconadas que afean las playas, la muerte por desidia parlamentaria de la Ley del Tabaco, la crónica de entradas y salidas del cuerpo de Roberto Sánchez como testimonio de la tortura en aras de la victoria imposible de la tecnología médica bajo la ley sagrada del progreso, la acumulación de recursos, la subordinación a la técnica.