COLUMNISTAS

Los dueños de la pelota

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Dice Julio Grondona (...): “Es hora de que le paguen al fútbol lo que el fútbol vale”. Treinta y cinco años presidente de la Asociación de Fútbol Argentino (AFA), Grondona, fallecido en 2014, no hablaba exactamente del número de abonados al cable, el precio del abono o la relación peso-dólar. Hablaba de otra cosa. ¿Cuánto vale, si no, el fútbol como zanahoria que le permitió a Clarín construir su imperio en la TV de cable? ¿Cuánto vale el Fútbol para Todos (FPT) que ayudó a la administración Kirchner a tener una plataforma ideal para difundir su plan de gobierno? ¿Y cuánto vale el fútbol que, Boca mediante, le permitió a Macri que lo llamáramos Mauricio e iniciar una carrera que hoy lo convierte en el gran candidato a la sucesión del kirchnerismo?

Si había dudas, el escenario de fines de mayo y comienzos de junio de 2015 las despeja: allí estaban Barack Obama, Angela Merkel y David Cameron hablando del Fifagate, el escándalo de corrupción denunciado por el FBI que desnudó lo que todos sospechábamos. Que detrás de la “democratización” del fútbol, la FIFA de Joseph Blatter, Grondona y otros permitía el cobro de comisiones millonarias. Sobornos. (...)
Confirma, en todo caso, que el fútbol, como decía el gran Dante Panzeri, es mucho más que lo que vemos en la cancha. Porque mientras todos quedamos imantados con la pelota, otros juegan su propio partido.

No era fácil preguntarse cuánto valía el fútbol cuando el socio de la AFA era el matrimonio Torneos-Clarín. No podían hacerlo los periodistas que trabajaban en sus empresas o en empresas amigas, es decir, casi todo el periodismo deportivo. Menos podían hacerlo los clubes que no estaban de acuerdo con el dinero que recibían. Le temían a Grondona. Y le temían a Clarín. Y tampoco pudo hacerlo la Justicia. Tres jueces, cada uno a su turno, osaron investigar ese contrato. A los tres, cada uno a su turno, cámaras ocultas de programas de investigación les descubrieron alguna trampa que los sacó del cargo. “Cablevisión –decía una propaganda– es el dueño de la pelota”. El hincha de TV abierta no tenía partidos. Apenas podía ver goles. Acaso dos minutos de su equipo por fecha. Y siempre después de la medianoche del domingo, una vez que terminaba Fútbol de Primera y quedaba levantada la veda que imponía el contrato. El negocio avanzó a tal punto que también quiso dejar al hincha sin los partidos de la Selección. Para escapar a leyes locales, los derechos de TV de los partidos de la selección argentina habían sido cedidos a una firma de Estados Unidos con sede en las Islas Vírgenes británicas. Así fueron los años del monopolio privado.

Grondona, cuyo patrimonio creció de modo notable, habló siempre loas de ese contrato. Comenzó a filtrar quejas en voz baja y elevó la voz sólo cuando encontró a un socio todavía más poderoso que Torneos-Clarín: el gobierno de Kirchner. Unos presionaron con el sindicato, la AFIP y hasta con las barras. Otros, a través del multimedios. Ganó el kirchnerismo, que juntó dos en una: por un lado, sumó el fútbol a su política de Estado presente, y por otro, le quitó la pelota al enemigo Clarín. Comenzamos entonces a tener goles a toda hora y en espacios privilegiados. Si la TV privada nos vendía un gran show en formato síntesis con lo mejor de cada fecha, el FPT nos hizo ver que, con todos los partidos completos, el fútbol argentino no era tan lindo como nos lo habían vendido.

Una gran imagen (...) es la de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner viendo el debut del FPT, un gol contra Gimnasia y Esgrima de La Plata, su equipo. Gimnasia descendió con el FPT. También Independiente y River. Y se coronaron equipos de poco rating, como Banfield, Argentinos, Lanús y Arsenal. Campeones tan inéditos como el torneo de treinta equipos de 2015. El FPT nos ofreció a cada gol el aviso, primero, de una obra de gobierno. Y luego, con loas al presidente. O a la Presidenta. Y, en los momentos más calientes, palos a los opositores. (...)

Históricamente popular, el fútbol argentino siempre estuvo cerca de la política. Julio Argentino Roca, primer jefe de Estado que –en 1904– fue a la cancha, bajó a un vestuario en 1912 para pedir, sin éxito, que los jugadores argentinos aflojaran en un amistoso ante Brasil. En 1931, el general golpista José Félix Uriburu recibió a jugadores en huelga. Y en 1939 el general Agustín Justo puso como presidente de la AFA a su yerno, Eduardo Sánchez Terrero. El Mundial 78 es el ejemplo más evidente en los tiempos modernos. El dictador Jorge Videla, que jamás había pisado una cancha de fútbol, fue un hincha desaforado en junio de 1978. En democracia, el alfonsinismo presionó para echar a Carlos Bilardo antes del Mundial 86, y si antes Juan Domingo Perón había evitado mundiales, el menemismo quiso luego echar a Grondona. El kirchnerismo, ahora, terminó convirtiendo al Estado en socio directo de la AFA. Estableció una relación inédita entre el poder político y la pelota. El Fútbol para Todos. (...)

Y me cuesta calificar como “naves insignias del aparato comunicacional kirchnerista” a los canales Encuentro y Paka-Paka, especialmente al primero, una de las obras más talentosas en la historia de la TV argentina. Prefiero un Estado presente. Que atenúe las injusticias fruto de la codicia del poder económico y que dé alternativas en tiempos de entretenimientos regidos por la ley del negocio. Que entienda el fútbol como una expresión de cultura popular y garantice que llegue a todos, aun asumiendo los riesgos del uso político. (...)

El kirchnerismo había asegurado que el FPT no costaría nada al erario. Casar nos muestra que no es así. Que, si contamos 40 millones, nos cuesta a razón de dos pesos por habitante. Sí, dos pesos por habitante, aunque el ruido siempre excesivo de la pelota pareciera que fuera mucho más. (…) ¿Estaría mal que, eventualmente, pudiera establecerse un sistema mixto, como existe en muchos países, y se cedieran uno o dos partidos a la TV de pago a cambio de más dinero para el fútbol?

No. La pelota, dice el kirchnerismo, es mía, mía y sólo mía. (...). Y hay que entender que el fútbol, en la Argentina, será siempre una cuestión de Estado.

 

*Periodista. / Fragmento del prólogo del libro Pasó de todo, de Alejandro Casar González (Editorial Planeta).