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Los dueños de la última palabra

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Ya no es sólo una paradoja: el nuevo episodio ligado a la salud de la presidenta Cristina Fernández dejó al descubierto que la intervención de un actor privado resultó determinante para corregir las habituales disfunciones en la comunicación pública del gobierno nacional. De tono neutro, con una redacción precisa que no dejó lugar a interpretaciones, los partes médicos de la Fundación Favaloro fueron una expresión cabal de manejo solvente de la situación.

La lectura de esas líneas por Alfredo Scoccimarro, vocero presidencial, no fue, en cambio, una expresión del ascetismo esperable en estos casos. Hasta un ícono del análisis deseado para las noticias en el oficialismo como Mario Wainfeld pareció admitirlo. “Con signos evidentes de estar tan conmovido como aliviado, divulgó el parte médico redactado por profesionales reconocidos.” El uso adecuado del poder de síntesis del columnista de Página/12 evita abundar en comentarios.

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Hasta el anacrónico populismo de Fernando “Chino” Navarro promovió una pausa en su lucha gramatical contra las corporaciones periodísticas para esbozar una suave autocrítica pero ceñida al protocolo en que esos planteos son tolerados en las filas donde milita.

“Seguramente se podría haber informado mejor”, aceptó con oportunismo, consciente de que el vacío informativo de las primeras horas le permitió ganar protagonismo en la prensa: hace rato largo que el legislador provincial fue raleado del selecto círculo de preferencias de la Presidenta.

Martín Insaurralde procuró transmitir tranquilidad en medio de una campaña proselitista donde, antes que dedicar esfuerzos a descontarle ventaja a Sergio Massa, su agenda de trabajo tiene como ítem inamovible eludir las zancadillas con que sus pares del Conurbano le ofrendan un raro tributo a ser el primer candidato de la lista a diputados nacionales.

“Conoce el rumbo”, aseguró el intendente de Lomas de Zamora en alusión a su viejo amigo, el vicepresidente Amado Boudou.

No es una opinión extendida entre quienes se reparten por estas horas la tarea de vigilar –y acotar– sus movimientos mientras dure su mandato transitorio como máxima autoridad del Poder Ejecutivo Nacional.

Juan Manuel Abal Medina es uno de ellos.

Duro en sus palabras como es costumbre, lo mismo que para confundir la adversidad con quienes de uno u otro modo la abordan, el jefe del Gabinete calificó de “detestable” y “mezquina” la reacción de “algunos sectores políticos y algunos medios”. 

La fórmula elegida para respaldar a Boudou y resguardarlo de las especulaciones que el mismo oficialismo se encarga de dispersar no luce, exactamente, como una reivindicación de las funciones que la Constitución le asigna en ocasiones especiales como las que se atraviesan. “Las decisiones las toma la Presidenta”, fue su comentario para aventar incertidumbres.

Es cierto que la desprolija presentación del tema y la falta de datos concretos fue resuelta por los medios con una reconstrucción de los antecedentes políticos y judiciales del vice de Cristina que apuntó, en lo inmediato, a conmover una víscera sensible del peronismo bajo la forma de una hipótesis dirigida, en apariencia, a la opinión pública: si su figura es la más conveniente para dirigirlos con las elecciones del 27 de octubre por delante.

Postulado con poca discreción por sus voceros como la reencarnación del hombre providencial en la era de las comunicaciones, Daniel Scioli vivió en carne propia el síndrome de abstinencia.

Por ello, el gobernador de Buenos Aires eligió también la forma de dar a conocer su pequeña venganza: anticiparse un par de horas al parte oficial en comunicar la buena nueva.

Como ocurre casi siempre en la política vista en perspectiva histórica, los hechos emergentes remiten a la cuestión de fondo: una cruenta lucha de poder por legitimar quién es el verdadero dueño de la palabra.

Difícil que la Corte pueda dar la última expidiéndose sobre la Ley de Medios.
 

*Titular de la cátedra Planificación Comunicacional de la Universidad de Lomas de Zamora.