El segundo discurso de Cristina fue el mismo que el primero en cuanto al fondo: sin levantar el
paro, no se dialoga. Cambió la forma, que fue más suave, menos provocativa. Diciendo lo mismo como
concepto, el primero exacerbó. El segundo bajó la tensión.
Pero ese segundo discurso con Moyano y D’Elía detrás de la Presidenta confirmó el giro
político que está dando el Gobierno. A fines del año pasado, el titular de la CGT no era invitado
al acto de asunción y el jefe de Gabinete criticaba públicamente a D’Elía. Se hacía
trascender que el gobierno de Cristina tomaría distancia de Chávez, diferenciándose así de su
marido. La situación se ha tornado a la inversa. Con Cristina, la alianza del kirchnerismo con
Moyano y con D’Elía se terminó reforzando. La relación con Chávez también: lo puso en
evidencia la última visita a Caracas.
La elección presidencial, como el paro del agro, han confirmado la actitud crítica hacia el
oficialismo de los sectores medios de la sociedad. Así, se generó una convergencia entre la clase
media rural, protagonista en las rutas, con la urbana, que realizó los cacerolazos. Cabe recordar
que el menor porcentaje de Cristina en el país fue Capital con el 25%, y que perdió en los grandes
ciudades del interior, Rosario y Córdoba.
El discurso oficialista en manos de D’Elía haciendo apelación a “negros contra
blancos” y planteando tomar medios de comunicación como lo hizo el chavismo ha llevado el
discurso del kirchnerismo a una radicalización impensada para un gobierno de Cristina. Se pone en
evidencia un conflicto político-social, similar al de los años cuarenta, con sectores populares
sosteniendo al oficialismo y los medios oponiéndose, que es exactamente lo que sucede hoy en
Venezuela, con Chávez y la oposición.
Evitar que el antagonismo político se siga transformando en social es quizá la mayor
responsabilidad de la dirigencia argentina en este momento.
*Director del Centro de Estudios Unión para la Nueva Mayoría.