Diego Cocca no tardó ni cinco minutos en darse cuenta de que lo iban a tergiversar. Apenas finalizada la conferencia de prensa previa al clásico de Avellaneda se comunicó con la producción de Estudio Fútbol (TyC Sports) para preguntar si podía salir al aire para aclarar los dichos.
En realidad, el técnico de la Academia dijo, crudamente, ese tipo de cosas que, en el fútbol argentino, se pueden pensar o expresar en privado, pero jamás manifestar en público. Sólo una sociedad patética que disfruta más de joder al de enfrente que de dar una vuelta olímpica puede decir que prefiere ganar un clásico a pelear un campeonato. Cocca dijo que prefería perder contra Independiente pero luchar por el título hasta el final. No sólo ambas cosas se cumplieron, sino que la Academia llega a la meta con una ventaja que debería ser decisiva: la de depender de sí mismo ante el equipo que más goles recibió en el certamen. Como Diego no sólo se ve como una persona con sentido común, sino que también vive en el mundo del fútbol casi desde que nació, entendió que era imprescindible salir a aclarar que, si bien su expectativa es lograr objetivos importantes y no golpes de efecto de corta duración, jamás minimizaría lo que significa un clásico para un club y sus hinchas.
Mientras Cocca aclaraba en la tele, las puntocom de los principales medios nacionales ya habían publicado el presunto exabrupto (muy presunto, inexistente según una lógica que no negocio). Es más, la mayoría de esos portales se negaron a publicar la aclaración de Diego y mantuvieron el texto original hasta después de la derrota ante el Rojo. A veces, lo que es básicamente mala fe se disfraza de repercusión mediática. Y abundan los editores –jerarquía cagada a palos desde hace un tiempo– que prefieren sostener el título falaz o distorsionado con tal de que su sitio tenga un par de clicks más. Lo que ese viernes dio la declaración de un técnico, a diario lo buscan con un par de tetas. El mundo advierte sobre la extinción de los diarios de papel sin advertir que, a la par, la inescrupulosidad y el escaso rigor de algunos medios informáticos nos acercan a la extinción del periodismo en sí.
En el caso que nos ocupa, la actitud capciosa de los medios que se aferraron a la confesión inicial del entrenador derivó en esa imprudencia de la cual los periodistas jamás nos hacemos cargo y que se corporizó en las banderas cobardes, posteriores a la derrota con Independiente en las que, además de insistir en la condición de pesetero de Sebastián Saja –hoy Racing le está debiendo al arquero un enorme porcentaje de esta ilusión–, acusaban a Cocca de hacer negocios con las incorporaciones, haciendo punta en la de Gustavo Bou, a cuyos goles la Academia le debe otro gran porcentaje de la expectativa de esta tarde. Es probable que, aun con una actitud digna de la prensa, las banderas igualmente hubieran aparecido: los imbéciles que ayer acusaron y hoy se emocionan sin mediar la mínima disculpa son, ante todo, imbéciles. Y cobardes. Pero convengamos en que desde un sector importante de la prensa se fogoneó el presunto desliz de Cocca sin dar espacio al atenuante.
Es impropio de un señor que vive de su oficio ignorar que los medios viven de vender. Tan impropio como creer que todo lo que se vende es legítimo. Comprendo que vender diarios es honesto y vender cocaína es siniestro. Pero ese asunto de que el mismo medio que se indigna con los narcos crea tener derecho a sacar provecho de una frase debidamente aclarada para tener un puñado más de lectores me resulta igualmente miserable. Saber titular bien es clave en el periodismo. Inventar un título es mentir. El asunto es honrar “lo que vende”. Entonces, parece más popular darle a Boca la razón en la disputa con Vélez sobre si debe jugarse o no el famoso desempate por la clasificación a la Libertadores. Lo que no se debe es ignorar que el reglamento avala a los de Liniers, en tanto lo único que avala a Boca es una decisión del Comité Ejecutivo de la AFA que no responde a las normas que el mismo organismo redactó en su momento. Está claro que no es justamente ése un rasgo de lucidez de nuestra dirigencia. Por el contrario, se los advierte incapaces de armar un cuadrangular de truco en una carpa de un balneario de Las Toninas. Pero que esa ineficiencia se convierta en un argumento aprovechable para creer que todo es discutible podría llevarnos a que el mismo Comité Ejecutivo establezca que, aunque Racing pelee mano a mano con River, ambos equipos definirán en un triangular con el Loma Negra de Amalita Fortabat.
Párrafos atrás hubo una referencia al asunto de las incorporaciones. A esta altura, lo único que se puede cuestionar a Cocca es no haberse negado a recibir jugadores cuyos intereses estuviesen en manos de su representante. Es decir, podrá discutirse una cuestión de principios –de esos que en el fútbol abundan poquito– pero no la eficacia de la elección. Entre jugadores de Bragarnik –el representante del técnico– y de otros, entre los que volvieron (Milito y Centurión) y los que jamás habían estado, Racing sustentó gran parte de su éxito en futbolistas que se sumaron luego del Mundial. Por un lado, rompe con el preconcepto de que es impropio de un aspirante al título armar un equipo con más de una decena de incorporaciones. Por el otro, deja en claro que el entrenador sabía bien por qué pidió lo que pidió. Así, la Academia llega a la recta final habiendo jugado la mayoría de los partidos con no menos de siete jugadores “nuevos” entre los once titulares. Sin ir más lejos, hoy tendrá de movida a Lollo, Grimi, Díaz, Videla, Centurión, Milito y Bou, más Cabral, que encontró su lugar en el equipo a partir de la llegada de Diego.
Decir que aún Racing no es el campeón es una obviedad semejante a decir que es el gran favorito de hoy. De todos modos, a este equipo le cabe el mismo concepto usado para el River de Gallardo en la previa de la final de la Sudamericana. Aun con la convicción de que River es el mejor equipo de la Argentina –incluyo el torneo doméstico–, creo injusto minimizar los méritos del principal aspirante. Un equipo se convirtió en el más consistente del último tramo largo del torneo ganando casi todo lo que jugó, mientras institucionalmente, camino a las elecciones de esta tarde, Racing perdió casi todas las batallas del decoro. Que jugó un puñado de muy buenos partidos, que soportó momentos de asfixia absoluta –desde el bendito clásico hasta la continuación en la Bombonera estuvieron a punto de empezar con el “que se vayan todos”– y que tuvo una sabia convicción para ser pragmático y comprender que, al menos en Racing (por lo general, en el fútbol argentino), a las buenas ideas se les da tiempo sólo si las respalda un resultado. En un Racing que está a un paso de ganar, apenas, su tercer título doméstico en casi cincuenta años, apoyarse en una conquista de esta magnitud debería ser la garantía para un mejor juego por venir. Y que este equipo puede jugar con más frecuencia que la de este semestre.
Y si algo saliera mal, porque “así es el fútbol” y “los partidos hay que jugarlos”, será cuestión de tener la lucidez suficiente para entender que el de Cocca es el camino correcto.
Que para bancar las victorias hacemos fila pero para pensar en la tristeza no se nos cae una idea.