Nadie podrá decir que Donald Trump no es consecuente. El presidente de Estados Unidos prometió en la campaña todas las medidas que tomó en sus primeras dos semanas en la Casa Blanca. Tan sólo sorprendió a los que no lo creían capaz de cumplir con sus incendiarias propuestas. Esa coherencia tiene un origen más remoto que la última campaña. Hace 30 años, el magnate inmobiliario debutó en la política de una forma poco convencional. Lo hizo con un aviso de página completa publicado en The New York Times, Washington Post y Boston Globe, por el que pagó 95 mil dólares. Titulado “No hay nada en la Política Exterior de Defensa que un poco de agallas no pueda curar”, el panfleto tiene las mismas premisas con la que conquistó el Salón Oval: proteccionismo, aislacionismo y retórica agresiva hacia otros países, que, según él, “se ríen” y benefician de la asistencia de los Estados Unidos.
“Carta abierta de Donald J. Trump sobre por qué Estados Unidos debería dejar de pagar para defender a países que pueden financiar su propia defensa”, rezaba el texto, publicado sobre el final de la segunda presidencia de Ronald Reagan, ícono del Partido Republicano. En 1987 el enemigo señalado por Trump no era China o México, sino Japón, al que acusaba de dumping y manipulación de divisas. “En Kuwait viven como reyes y venden petróleo gracias a nosotros. ¿Por qué no nos pagan un 25% de lo que ganan?”, disparaba también.
Su propuesta era simple: dejar de gastar ciento de miles de millones de dólares en el extranjero y cobrarle a esos países por la asistencia militar del Pentágono. Por ese entonces, sus propuestas ya estaban embebidas en un populismo jacksoniano que postula que los trabajadores, granjeros y la clase media están amenazadps por factores externos -Japón, México o China- e internos -la élite de Washington, representada por Hillary Clinton-.
Su aviso publicitario, que desafiaba no sólo a Reagan sino a todo el orden liberal norteamericano de la posguerra, tuvo el efecto deseado. El joven y próspero inversor inmobiliario de Nueva York fue invitado a los programas de Oprah Winfrey, Larry King y David Letterman. Allí, se declaró republicano y negó que fuera a postularse a la presidencia. Sin embargo, un año después acudió a la Convención Nacional Republicana que nominó a George H. W. Bush, ya sea por vocación política o para captar la atención de las cámaras.
Con el paso de los años, Trump construyó hábilmente una marca inmobiliaria destinada al segmento ABC1. Amparado por un discutible “éxito” -heredó una fortuna de su padre y quebró en cuatro ocasiones-, supo alzar la voz en la arena pública y construir un perfil político. Así, se expresó en 2007 contra la Guerra de Irak, cuando George W. Bush ya estaba en sus mínimos históricos de popularidad. Tras la derrota de Mitt Romney en 2012, se zambulló de lleno en la política nacional, al denunciar falsamente que Barack Obama había nacido en el extranjero. Pese a ser desmentido, esa polémica desnudó un estilo que luego adoptaría en su campaña. Ya en 1988 le había confiado a Oprah: “Creo que si me postulase ganaría. No lo haría para perder. Nunca fui para atrás en mi vida. Si me decidiese, creo que tendría grandes chances de ganar. Porque la gente está cansada de que estafen a los Estados Unidos”. Por 30 años nadie lo tomó en serio. Ahora, que llegó a la Casa Blanca, sería bueno empezar a hacerlo.