COLUMNISTAS
Interpretar la realidad

Los límites de la ciencia y de la teología

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UNCs. Pionera de la reforma universitaria. | cedoc

En un reciente artículo de opinión en la prestigiosa revista de divulgación científica Scientific American, Avi Loeb –astrónomo y autor del best seller Extraterrestre– se pregunta si podemos testear las afirmaciones de la teología con experimentos y sostiene que es comprensible por qué mucha gente prefiere no testear sus propias creencias y que la ciencia nos enseña que la realidad no se disipa con ignorarla. Esta es una visión un poco reductiva de la teología y de la ciencia. Para ser claro desde el comienzo, soy astrónomo, investigo la vida extraterrestre inteligente y elijo pensar críticamente mis creencias. En pocas palabras, el objetivo de la teología es la inteligencia crítica, razonada, de los contenidos de la fe para que la vida del creyente pueda ser plenamente significativa.

No todo saber se puede reducir al método falsacionista de Karl Popper –Loeb habla de la guillotina de los experimentos– y hay distintas modalidades con las cuales se da el progreso científico. Thomas Kuhn propone que los avances en ciencia se consiguen a través de un cambio de paradigma en la comunidad científica. En la comunidad académica buscamos también explicaciones simples y elegantes que nos permitan interpretar la realidad confrontando nuestras teorías con los datos observables. En época de la posverdad deberíamos preguntarnos si la ciencia y la teología nos ayudan a comprender la realidad. Estas disciplinas nos ayudan a interpretar la realidad acercándonos a la verdad desde distintas perspectivas sin poseerla. Se requiere una actitud “contemplativa”. Ciencia y teología se caracterizan por la búsqueda de inteligibilidad del mundo, en el caso de la primera, y del misterio o “problema” de Dios y su relación con el mundo, en el de la segunda.

Tanto las ciencias naturales como la filosofía y la teología tienen su origen en el asombro. Aristóteles señalaba que los hombres comenzaron a filosofar al quedarse maravillados. Un ejemplo bíblico del asombro que mueve a la búsqueda de Dios es el episodio de Moisés que, lleno de curiosidad, se acerca a la zarza ardiente que no se consume. La curiosidad del Homo sapiens lo ha llevado a formularse desde sus orígenes las grandes preguntas a las que todavía hoy buscamos respuestas: “¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?” Justamente este es el título de una pintura de Paul Gauguin que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Boston. Dan Brown en su novela Origen hace referencia a esta obra de arte. Tal vez la gran novedad de Brown –¡alerta spoiler!– en su acostumbrado formato es que el asesino es una Inteligencia artificial y la mirada del novelista hacia las religiones es un poco más benévola que la conocida.

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Resumiendo, el buen científico debe permanecer abierto a la interpretación de la realidad siendo consciente de que el conocimiento científico es incompleto, del mismo modo que el pensamiento teológico también lo es. La perspectiva cósmica de vivir en un planeta rocoso en las periferias de nuestra galaxia debería movernos a una actitud de humildad ante la tremenda y fascinante realidad del universo.

Me gustaría concluir con una pregunta provocativa. ¿En nuestra universidad pública tendría lugar el saber teológico? ¿Sería posible que el consejo superior de una universidad pública tratara la posible creación de una facultad de teología? Mi alma máter es la Universidad Nacional de Córdoba, patria de la reforma universitaria. Sería bueno que pudiéramos regalarnos el debate acerca del lugar de la religión en la universidad pública. Países como Alemania, secularizados y pluralistas con democracias liberales y separación de Iglesia y Estado, tienen universidades públicas con facultades de teología. Entre ellas la más famosa es la Universidad de Tubinga. ¿Podremos hacerlo en esta parte del mundo?

* Jesuita, doctor en Astronomía, investigador de Conicet-Universidad Católica de Córdoba, ex director del Observatorio Vaticano.

Producción: Silvina Márquez