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Los motivos de Máximo

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El raid ululante y autopromocional de Ivo Cutzarida, que empezó en un episodio de gastronomía descerebrada y terminó en un programa de preguntas y respuestas, fue el baluarte de los programas de las señales de televisión no alineadas. El otro tópico que llenó las horas de muerte en vida que nos ofrece siempre la pantalla correspondió a la mostración y el análisis del acto de La Cámpora y el debut como orador de Máximo Kirchner.

Líbreme Dios, que no existe –salvo bajo el nombre de Borges– de perderme en las sutilezas de morondanga que destilaron los exégetas oficiales para extraer la quintaesencia de la sabiduría de las entusiastas generalidades pronunciadas por el príncipe heredero para la ocasión, tanto como de los intentos de demonización de los adversos que todavía se escandalizan porque desde los rincones del feudo sureño haya llegado a la capital para contar que sueña con colocarle a su madre la corona de una monarquía plebiscitaria. De hecho, lo único raro del asunto es que Máximo se haya referido en público a su madre no por su función sino por su nombre, como si la familiaridad hubiera desaparecido en beneficio del rol que ella desempeña. Desde luego, en política, toda aseveración es consecuencia de un motivo no mencionado. No obstante, si pretender que tu propia madre sea una reina es un sueño infantil, seguir porfiando en el asunto luego de dos períodos de mandato parece menos efecto de una voluntad de reformismo constitucional que efecto de una misteriosa, sutil venganza.

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