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Los niños del Paleolítico

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Hace unos 12 mil años, en verano o primavera, una familia caminó hacia una cueva al pie de una montaña. Antes de entrar, esta familia recoge ramas de un pino, las atan entre sí, las cubren de resina y las encienden, de modo que obtienen simples antorchas para iluminar el interior de la cueva. El grupo está compuesto por dos adultos, un hombre y una mujer, y tres hijos: un niño de tres años, uno de seis y un preadolescente de no más de 11 años. Los acompañan perros. Hoy sabemos que es verano o primavera porque si fuera invierno no se habrían atrevido a entrar en una cueva en cuyo interior podría estar hibernando un oso.

A unos 150 metros en el interior, la familia llega a un pasillo largo y bajo. Caminando en fila india, iluminados por las antorchas, lo atraviesan. El niño pequeño va último. El pasillo de pronto se convierte en un túnel a medida que el suelo se inclina hacia arriba, dejando poco espacio para gatear. Sus rodillas dejan huellas en el suelo de arcilla. Internándose en la cueva, esquivan estalagmitas y grandes bloques de piedra, bajan una pendiente empinada y cruzan un pequeño lago subterráneo. Finalmente, llegan a una abertura, una sección de la cueva que los arqueólogos de una época geológica futura llamarán Sala dei Misteri (la Cámara de los Misterios).

Mientras los adultos dejan las huellas de sus manos en el techo sirviéndose de carbón, los jóvenes juntan arcilla del piso y la untan en una estalagmita, modelando con los dedos, y trazan líneas en la sustancia blanda. Cada trazo corresponde a la altura del niño que lo hizo. Se supone que la familia logró lo que se había propuesto hacer, o tal vez simplemente se aburrió. De cualquier manera, después de un corto tiempo en la cámara, salieron de la cueva a la luz de la Edad de Hielo.

Esta excursión familiar, para la antropología y la arqueología, representa un pequeño momento fundamental de entender el pasado. No fue hasta 1950, en la Liguria, Italia, cuando la cueva fue descubierta y bautizada como Bàsura, que se empezó a tratar de desvelar la historia de la excursión de la familia sin nombre, que más contribuyó a develar el pasado remoto de la Humanidad.

Más o menos así describe la arqueóloga April Nowell, profesora en la Universidad de Victoria, en Canadá. El artículo apareció hace más o menos un mes en la revista Aeon, y allí Nowell reconoce que a primera vista puede parecer una historia banal, pero hicieron falta muchos años, mucho estudio, mucho trabajo de campo para desvelar ese simple trayecto, ejemplo de la vida cotidiana en la Edad de Hielo. Pero lo más extraordinario de esta excursión familiar es que pone en primer plano una presencia hasta ahora omitida en los estudios arqueológicos del Paleolítico superior, es decir los que se dedican a desentrañar lo ocurrido en la Tierra en el período que comprende hace 40 y 10 mil años: los niños. 

Los arqueólogos siempre fueron reacios a de-sentrañar las pistas dejados por nuestros antepasados menores de edad: a diferencia del recorrido direccionado, por lo general recto, de los adultos, los de los niños son siempre aleatorios, desprolijos e impredecibles; de pronto se detienen y vuelve a aparecer más adelante; una huella firme y definida puede convertirse en una línea ininterrumpida, o de pronto multiplicarse indefinidamente. ¿Y eso por qué? Porque los niños del Palolítico, como los actuales, juegan. No aceptan el avanzar metódico de los adultos, continuamente se distraen y combaten el aburrimiento. 

Lo que la Gruta de Básura dice de manera ejemplar, con pasmosa claridad, es que los niños, los nuestros, los de antes, siguen siendo los mismos.