Cuatro décadas después de que la sociedad transitara por el terror causado por dos bandos, cuyo enfrentamiento dio pie al golpe militar que desequilibró la lucha con prácticas también terroristas, debemos sincerar nuestra “memoria” y ser conscientes de nuestra situación actual.
Porque esa realidad está cada vez más cercana al comienzo de los 70, pero tiene un impredecible final, que a juzgar por algunos linchamientos y reacciones que ocupan la escena, se encamina inexorablemente hacia una “Justicia por mano propia”, que es consecuencia de acciones y omisiones instigadoras también provenientes del Estado.
Quienes crecimos durante esa década infame, padecimos el terror a los atentados, los secuestros y los enfrentamientos entre las facciones de derecha y de izquierda, que propiciaron a esa versión autóctona de escuadrones de la muerte institucionalizados por la “Triple A”, y por la posterior represión ilegal del Estado que jamás imaginamos quienes ingenuamente, –la gran mayoría–, deseaban silenciosamente a un derrocamiento para vivir en paz.
Hoy, el miedo de la sociedad vuelve a estar motivado por el accionar delictivo enraizado en la misma ideología de aquel entonces, pero que tiene como protagonistas ya no a jóvenes digitados por mercenarios que invocaban a Marx, sino a delincuentes comunes devenidos en tales por el hambre y la exclusión social, exacerbados por políticas clientelares y garantistas que han desalentado la cultura del trabajo y del cumplimiento de la ley.
Porque quienes fueron por entonces vilmente tomados por “idiotas útiles” o sus descendientes, instrumentan e instigan al odio y resentimiento de los que sin ideales ni esperanza, y sabedores de su cuasi-impunidad que se intenta amparar hasta con un Código Penal proyectado para un cantón suizo, han comenzado a torturar y a matar incluso a niños y ancianos, o a formar parte de bandas de narcotraficantes que, emulando a sus modelos latinos más nefastos, irán por el poder para aumentar su riqueza y garantizar su libertad.
De ese modo, y al igual que 40 años atrás, un gobierno también liderado por una mujer que heredó el poder, y que exhibe capacidad y coherencia similares para ejercerlo y para elegir a su vice, a sus ministros y hasta al jefe del Ejército, opta por darle la espalda a la situación social y política a sabiendas de que ya no la podrá controlar sin ir sobre sus pasos, limitándose a pedirle calma a las víctimas en lugar de darles las garantías que hasta ahora sólo les ha obsequiado a los delincuentes.
Gracias a ello, y como en aquellos años infames, padecemos a una Justicia laxa que acepta sin vendas y con la balanza inclinada que las cárceles sean permeables, logrando que nos torture el recuerdo de aquel efímero presidente que las abrió al asumir su “interinato”, y que sólo ha legado su apellido al también circunstancial movimiento que sabe de repartos, mas no de la justa distribución de derechos y obligaciones que la sociedad reclama…
En ese escenario, en el que la escasa y mal retribuida policía poco puede o quiere hacer, quedan atrapados como rehenes la mayoría de los argentinos, quienes van sumando a las rejas voluntarias tras las cuales habitan mecanismos de defensa personal cada vez más peligrosos, y voluntades dispuestas a unirse para reemplazar a un Estado instigador y ausente.
*Abogado. Especialista en seguridad y justicia en la Fundación Bicentenario.