Lo bueno de ser oposición es no ser oficialismo. Es poder hablar de todo lo maravilloso que sucederá en el país cuando los opositores lleguen al gobierno. Y es poder criticar lo malo que son los oficialistas, sin consecuencia alguna.
Lo bueno de ser oficialismo es no ser oposición. Es haber llegado al poder y desde ahí hablar de todo lo malo que hizo la oposición cuando le tocó ser oficialismo. Y es disimular los errores propios argumentando lo difícil que es revertir la herencia recibida.
Lo malo de ser oposición es el despoder. Lo malo de ser oficialismo es que en el futuro siempre los esperará el despoder.
Reino contrafáctico.
Hace un año los roles cambiaron. Los que antes hablaban de lo mejor que estaría el país cuando llegaran a la Rosada son los que hoy explican que es difícil hacerlo mejor con lo que Macri dejó y con una pandemia mundial. Los que antes ocupaban la Rosada son los que aseguran que si ellos siguieran ahí, no habría ni tanta crisis ni tantas muertes.
En el reino de lo contrafáctico, es una suerte que oficialistas y opositores se tengan mutuamente. Ayuda a tranquilizar conciencias y a justificar cualquier culpa.
Su campaña arranca ya con tres ideas fuerza: república vs. populismo, somos antimafia y aprendimos de los errores.
Hace un año, quienes dejaban el poder estaban de duelo y se llamaron el silencio. Temerosos de la dispersión de Cambiemos y expectantes frente a una eventual captación a manos del nuevo oficialismo, en especial cuando vieron a Rodríguez Larreta y a Gerardo Morales muy cerca de Alberto Fernández.
Pero a medida que la cuarentena se extendió y la crisis se profundizó, los opositores comenzaron a pasar de la etapa depresiva del duelo a la etapa de la aceptación. Hasta terminan el año con cierto optimismo.
En la lógica de que cuanto peor le vaya al Gobierno, más chances tendrán de volver pronto al poder, celebran la unidad que conservaron, agradeciendo los ataques del oficialismo a Larreta que sirvieron para cohesionarlos. Y empiezan a creer en lo que hace poco les parecía imposible: convencer a una mayoría de argentinos de que los elijan nuevamente. Porque ellos también volverían mejores.
La duda es cómo llegará esta oposición, no a 2023, sino a las legislativas del próximo año. Cómo va a convencer a la sociedad de que, después de su tan reciente fracaso, deben ser votados otra vez.
Tres ideas de un nuevo relato
Cuando se les pregunta a dos de sus principales estrategas electorales cuál será el relato a construir para regenerar las expectativas sociales, explican que el año electoral comenzará en enero y que la campaña se basará en algunas ideas fuerza que se podrían sintetizar así:
1) “Republicanismo vs. populismo”. Instalar ese duelo como eje de discusión permanente con el Gobierno: “Y poner en valor la gestión de Cambiemos, lo que hicimos bien: el respeto a las instituciones, a las libertades individuales y a la propiedad privada, y las relaciones maduras con otras democracias y de ruptura con Venezuela”.
2) “Somos los antimafia”. Reivindicando el rol de Patricia Bullrich y de María Eugenia Vidal en la lucha contra la delincuencia y el narco, y la “transparencia y eficiencia de gestión” de Larreta y otros jefes territoriales.
3) “Aprendimos de nuestros errores”. Para contrarrestar la imagen de soberbia del macrismo, aunque limitándolo a lo económico.
Pero lo que está en debate es cuál será el relato profundo de Juntos por el Cambio, su nueva razón de ser.
El macrismo empezó a construir hace 15 años un exitoso relato del no-pasado, una apología de lo nuevo (simbolizado de forma extrema cuando en los billetes reemplazó a los próceres por animalitos). Con la lógica de que en el pasado no había una referencia histórica para reflejarse y entendiendo que, para un sector de la sociedad, el pasado era sinónimo de fracaso.
El no-pasado y el nuevismo fueron funcionales a la posmodernidad tardía de una mayoría social, agotada de 12 años de relato recargado del kirchnerismo.
Ese nuevo relato sirvió para ganar en 2015 y terminar un mandato presidencial no peronista por primera vez. No fue poco.
Pegarle a Peña, no a Macri.
El problema es que ahora ya estuvieron en el Gobierno y demostraron que los globos de colores, la suma de CEOs en la gestión y el discurso de la antipolítica tradicional no alcanzan para gobernar bien.
Puede ser que, por eso, en el macrismo surge cierta reivindicación de la política tradicional en contraposición con el “marketing y el marcopeñismo”. Esa crítica se escucha en el sector político del PRO y de Cambiemos: “Durante años, la única voz que Macri oía era la del marcopeñismo, lo que es entendible, teniendo en cuenta los éxitos electorales.
Por eso creemos que el fracaso del año pasado lo hizo madurar, lo volvió más político y más consciente de las limitaciones del marketing”.
Apuntan contra el ex jefe de Gabinete, pero sus dardos llegan hasta el propio ex presidente. Aunque no se las oye en público, las críticas provienen incluso desde los dirigentes que en el partido lo tienen como referente. Pero referente no significa candidato: “Mauricio aportó mucho y él ya dice que no es presidenciable”. Le tomaron la palabra rápido.
Pero nadie va explícitamente sobre Macri. Van sobre Marcos Peña. Preparan un chivo expiatorio para ofrendar en algún momento de 2021 al electorado frustrado por la gestión macrista. Él fue quien obnubiló a Macri y Jaime Duran Barba quien le aportó las herramientas para hacerlo. Sin ellos, todo hubiera sido distinto.
Después del fracaso reciente, la oposición busca un nuevo relato que le dé una razón para seguir siendo
Peña habla con todos, pero se siente más cómodo colaborando en silencio cerca de Rodríguez Larreta y haciendo consultoría dentro del país y la región. Lo que no quiere es levantar el perfil y confrontar con sus críticos.
Supondrá que le pegan a él por no atreverse con Macri, que quienes lo critican nunca ganaron una elección, que es raro que le peguen por haber sido duro y blando a la vez o por el fracaso económico del gobierno.
Quienes lo escuchan en privado agregarán que su prioridad es la unidad de ese espacio. Ironizarán con que si la crítica es que ejerció un cerco que obnubiló a Macri, “el problema es el líder que se dejó obnubilar y no el ‘obnubilador’”, y ratifican que lo castigan a él porque es más fácil que castigar al ex presidente.
El macrismo originario (los Macri, Peña, Larreta, Vidal, Duran Barba) tiene el mérito de haber construido un partido de la nada y, en poco más de una década, haber llegado a la presidencia.
Son responsables de haber sido el único gobierno no peronista en terminar su mandato y en irse consiguiendo un nada despreciable 40,28% de votos. Y también son responsables de que tres de sus cuatro años tuvieron caída del PBI, y que dejaron un país en crisis, con más deuda, desocupación, pobreza e inflación que cuando lo recibieron.
Pedir mucho
Unos y otros ahora tienen el desafío de hacer una síntesis de lo que fueron y encontrar una nueva razón para seguir siendo.
Pedirles, además, que hagan un aporte generoso para que a este oficialismo le vaya bien puede ser pedirles demasiado (igual que habérselo pedido a este oficialismo cuando era oposición). Pero quienes hagan el esfuerzo, quienes transmitan que hacen ese esfuerzo, quizá encuentren un relato superador que incluso les sirva electoralmente.
Esto es: la construcción de “estrategas del bien común” que reflejen a una sociedad cansada de tantos que, de un lado y del otro, son expertos en el bien propio.