El progreso es innegable. Hace siete años, mientras el núcleo del gobierno de la Alianza miraba para otro lado, los ministros-operadores hacían alarde que a los senadores (de todos los colores) los arreglaban con una “banelco” para arrancarles una ley de reforma laboral. Hoy el todopoderoso diputado Héctor Recalde, respaldado por su mentor, Hugo Moyano, denunciaba que habían querido comprarlo, esta vez por US$ 20 millones, para frenar normas de contra-reformas laborales.
La desocupación es, de lejos, el talón de Aquiles permanente de todos los gobiernos desde que la democracia renació en la Argentina, hace ya 24 años. Según el Indice General de Expectativas Económicas (IGEE), elaborado por la Escuela de Economía de la UCA y TNS Gallup, el desempleo es el segundo problema que preocupa a los argentinos, luego de la inseguridad y antes, todavía, que la educación. Comparando con los inicios de los demás gobiernos democráticos, en todos estuvo en los dos primeros lugares. Un dudoso privilegio que la economía argentina no supo corregir en todo este tiempo.
En su reciente visita a Buenos Aires, el profesor Pierre Rosanvallon, director del Centro de Investigaciones Políticas Raymond Aron y cultor de la izquierda autogestionaria francesa, subrayaba que los actuales conflictos sindicales en la nación gala no se debían principalmente a cuestiones salariales sino que hundían sus raíces en la falta de reconocimiento que la sociedad en su conjunto tenía para con los trabajadores del transporte. En su último libro, La contrademocracia, el autor advierte sobre una nueva versión de populismo en que se radicaliza la democracia de vigilancia y de obstaculización, hasta el punto de llegar a lo antipolítico. Es la democracia de los poderes diseminados en el cuerpo social, opuestos a cualquier orden esbozado.
Los intentos por bajar la tasa de desempleo tropiezan una y otra vez con una realidad inapelable: bajar la desocupación es relativamente automático cuando crece la economía como en el último lustro, pero se complica más a medida que traspasa el piso del dígito. Esto sin considerar que ya el INDEC, en su primera sumisión, acordó considerar a los beneficiarios de planes sociales como personas con trabajo y así maquillar las cifras de la hiperdesocupación de 2002. Ahora los intentos por camuflar cifras consistieron en alterar la muestra de áreas urbanas para elaborar el estimado del desempleo, evitando las más populosas y con peores resultados. Los últimos movimientos del sindicalismo, la fuerza política más dinámica y mejor cohesionada, apuntaron a continuar la estrategia de mejorar las condiciones laborales de los que ya tienen trabajo, ampliando la brecha con el 40% de la población económicamente activa que está en la informalidad. Ese es el gran reto de la política económica argentina en el próximo mandato K: si erosionar el piso de desocupación puede demandar muchos años, al menos tender puentes entre los dos universos de trabajadores. Unos, los que están preocupados porque tienen que tributar Ganancias, que les suban el mínimo no imponible del impuesto a los Bienes Personales, que les incorporen los tickets al sueldo o que los protejan de la depredación de los pasantes y lo que denominan “contratos basura”.
El resto lucha por conseguir empleos de baja calidad porque la alternativa es la nada. Es probable que toda política activa para atacar de lleno el cáncer de la precariedad laboral que no sea la inducida por mayor actividad cuestione posiciones sindicales. Pero ir detrás de la corriente tampoco garantiza resultados sino tregua. Los avatares del mercado internacional, que catapulta al oro y al euro a valores récord, estabilizan el barril de petróleo arañando los US$ 100 y sostienen al maíz y a la soja; para alegría del Tesoro nacional, no pasan inadvertidas fronteras adentro. Tampoco la diplomacia de los líderes europeos: la semana anterior fue el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero; ahora, el ministro de Economía alemán, Michael Gros. Todos prometen inversiones, pero antes deslizan el password: Club de París.
El próximo ministro de Economía tendrá una agenda atribulada de objetivos de corto plazo. También otros que deberá ejercitar el mayor poder de convicción hacia los factores de poder dentro del mismo gabinete para poder avanzar. En sus cercanías ven con cierto temor, no la consistencia de sus propuestas, sino la resistencia que pudiesen generar dentro de los cotos de poder. En ese sentido, la estereotipada figura del por ahora secretario Guillermo Moreno es la más inocua. El verdadero poder fluye al costado de los discursos.