Dirigida por Rafael Filippelli, con Sergio Wolf como secretario de redacción y un comité integrado además por Mariano Llinás, Hernán Hevia, Rodrigo Moreno, David Oubiña y Juan Villegas, acaba de aparecer la Revista de cine, cuyo nombre recuerda a La Revue du Cinéma, publicación francesa que fue un antecedente de los célebres Cahiers du Cinéma.
La mención a los Cahiers es oportuna porque la Revista está impregnada por un ajuste de cuentas con la política de los autores que se gestó allí en los años 50 para diseminarse e influir en los críticos de todo el mundo, incluida esta orilla del Río de la Plata. Así, el último artículo de la Revista es la traducción de un artículo de los Cahiers actuales que se llama Las 10 taras del cine de autor, donde se renegaría de las viejas ideas. El primer artículo, a su vez, marca la línea editorial. Se trata de una conversación entre los redactores centrada en la crítica argentina de los últimos años en la que predominan la confusión, el rencor, el ninguneo y el lamento de directores que se quejan porque no son acompañados por los críticos como se lo merecen. En ese aspecto, se acercan a la tradición más industrial, nacionalista y vetusta del cine local.
El resto de las 136 páginas contiene unas cuantas notas orientadas a dotar a la revista de prestigio cultural, a abrumar al lector con análisis minuciosos o a proseguir la batalla por refundar (o refutar) la crítica desde una perspectiva entre académica e insidiosa, con pocas aristas originales. Pero también hay una nota muy recomendable de Villegas en la que el autor discute consigo mismo el sistema de subsidios del Incaa que resulta en películas mucho más caras y más mediocres de lo que sería deseable.
Y también están las dos notas de Mariano Llinás, el último caudillo del cine argentino, que le aportan vitalidad al estilo más bien lúgubre de la Revista. Autor de una obra escasa pero interesante como director y bastante fallida como productor, Llinás es un personaje colorido, cuyo liderazgo megalómano recuerda (en otra escala) al de Glauber Rocha. Llinás quiere ser la voz de una generación y librar una guerra internacional contra el cine dominante. En el elocuente artículo titulado Nuestros demonios, Llinás la emprende contra la industria, el profesionalismo, los fondos europeos y el Incaa, “esa Gran Usina Reaccionaria”. En el otro, intenta demostrar que Fritz Lang fue un artista en la Alemania de la UFA, cuando trabajaba con su esposa nazi, pero fue mero empleado insatisfecho que hacía banalidades en Hollywood. Llinás, polemista intenso y chicanero, busca afirmar su propia posición artística y para eso repasa con desdén las películas americanas de Lang. Tramposamente, omite las últimas y se detiene antes de llegar a Moonfleet (1955), una obra maestra que Serge Daney tenía entre sus favoritas. La Revista, cholula con los nombres importantes, incluye un homenaje a Daney escrito por Víctor Erice. Daney dice que en Moonfleet el protagonista elige a su padre por fuera de la genealogía y así define la cinefilia, esa pasión plebeya, liberadora y enemiga de las jerarquías contra la que se construyen intentos resentidos como los de Positif o la Revista de cine. Después de tanto tiempo, la cinefilia sigue teniendo algo indigerible.