En los años 70 un médico alemán, el doctor Ludwig Aschoff, fue uno de los primeros miembros del cuerpo médico del Hospital Universitario de Berlín que tomó en consideración la importancia del acto de colocar las pantuflas debajo de la cama al irse a dormir y, por consiguiente, su derivado más directo, el acto de volver a tomarlas a la mañana, al levantarse. En estos actos en apariencia insignificantes encontró una relación con el inicio y la evolución de ciertas enfermedades.
De sus trabajos dedujo que una cuarta parte de los pacientes que trataba debían sus molestias a problemas de nocividades vibratorias debidas a la posición que debían adoptar para poner las pantuflas bajo la cama antes de entregarse al dulce sueño. El doctor Aschoff siguió encontrando las mismas nocividades en aquellos pacientes que ni siquiera adoptaban una posición determinada sino que, con agilidad, procedían a desembarazarse de las pantuflas y enviarlas debajo de la cama estando de pie, sin inclinarse. En otra cuarta parte de los casos, esta posición influía negativamente sobre una patología preexistente. La última cuarta parte de los sujetos observados no presentaba relación con ningún fenómeno geobiológico por la sencilla razón de que no usaba pantuflas. Un apartado especial, que sin embargo no consideró en el conjunto anteriormente mencionado, lo conforman aquellos que adoptaban una posición para dejar las pantuflas debajo de la cama, se acostaban, se dormían y no volvían a despertarse nunca más. El doctor Aschoff entendió que eso era el resultado de la mala suerte, y que las nocividades vibratorias, en esos casos, no tenían nada que ver. “Hasta Napoleón Bonaparte –recuerda el doctor Aschoff– llegó a considerar la buena suerte como indispensable para la consecución de ciertos logros particulares; imaginemos entonces la suerte que hace falta para la consecución de ese logro general que es la vida”.
El doctor Aschoff notó, asimismo, una relación entre el uso de pantuflas y la edad de los pacientes. Efectivamente, el uso de pantuflas se reducía a aquellos que superaban los cincuenta años, y el porcentaje iba en aumento a medida que aumentaba la edad. A saber: de entre los pacientes cuyas edades oscilaban entre los 50 y los 60 años, solamente el 17,8% usaba pantuflas, mientras que este índice aumentaba a 34,5% entre aquellos cuyas edades oscilaban entre los 60 y los 70 años, para saltar brucamente al 79,7% entre los 70 y los 80 años. Naturalmente, el 100% se encontraba en los pacientes que superaban los 80 años, que inexplicablemente en Alemania son demasiados.
Semejante estadística merece una reflexión y debería incitar a la medicina oficial a tener más en cuenta los incidentes geopatógenos en sus terapias.