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Lucecitas y adrenalina

¿Cómo se llamaba aquella película en la que Michelle Morgan era una ludópata que se escandalizaba en una playa de la Costa Azul ante los que tomaban sol? No me acuerdo. Pero sí recuerdo la escena y que florecen los casinos como los malvones.

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¿Cómo se llamaba aquella película en la que Michelle Morgan era una ludópata que se escandalizaba en una playa de la Costa Azul ante los que tomaban sol? No me acuerdo. Pero sí recuerdo la escena y que florecen los casinos como los malvones.
Es que de repente estamos rodeados de casinos o de construcciones próximas a inaugurarse como casinos. Del de Victoria ni hablemos, porque de noche se ve a la distancia el desfile de las luces de los autos que van o que vienen sobre el puente con toda prolijidad. Para ir a Victoria que no sea los fines de semana, cuando los colegas de Michelle Morgan se apeñuscan en las carreteras. Lo mejor, si se quiere gozar del edén, son los martes y los miércoles y los jueves. Después está el de Melincué, el balneario que parece resucitado gracias a no sé qué procedimiento hidrológico que está recuperando la playa. Y después está el de la zona sur de Rosario, que todavía no es más que una estructura y algunas paredes, pero a la cual le faltan detalles de edificación y mobiliario ad hoc listo para quedarse con la plata de quienes están interesados en el juego. Una maravilla, si se piensa que hasta hace poco lo único que había en materia de casinos era Corral de Bustos, para llegar al cual había que recorrer unos cuantos kilómetros. Ahora tenemos todo al alcance de la mano, y no es que a mí me interese particularmente el asunto. Prefiero tomar sol en la arena o meterme en el agua. No me escandalizo ante los casinómanos, pero no los entiendo. Sólo me gustan cuando los veo en los libros o las películas. Ahora que casi todo es adrenalina, supongo que debe haber una buena descarga surgiendo de las suprarrenales para hacerle sentir al sujeto que está llegando al paraíso. Tal vez valdría la pena probar. Pero tal vez no.