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Luchas de género

Iván Noble ha hecho, a mi entender, un aporte de importancia a la lucha contra la violencia de género.

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Iván Noble ha hecho, a mi entender, un aporte de importancia a la lucha contra la violencia de género. Me sorprende, lo confieso, que no se lo haya interpretado así. Bajo la estricta disciplina de abreviación que impone el formato de Twitter, mencionó el caso terrible de una violación cometida contra una mujer en Villa Gesell, y planteó seguidamente una cuestión por demás medular: ¿por qué no tuvo mayor repercusión? ¿Por qué quedó socialmente acallado?

Sabemos desde hace tiempo, por lo menos desde que la sociedad de comunicación de masas existe, que es imposible separar la entidad de los acontecimientos de la forma en que se los transmite al público. No es cuestión de plegarse, en absoluto, a aquellas frívolas tonterías de lo que en su momento dio en llamarse posmodernidad, según las cuales la realidad como tal no existía pues no era otra cosa que una pura construcción mediática. No era así y no es así. Pero plantearse la pregunta por la forma en que los hechos se comunican es indispensable en cualquier análisis del carácter social de esos mismos hechos, sobre todo cuando se los quiere denunciar y contrarrestar.

¿Hay acaso violencias contra mujeres que resultan más propicias para encajar en los parámetros comunicacionales de la sociedad del espectáculo? ¿Y hay violencias contra mujeres (las mismas violencias, pero contra otras mujeres) que resuenan mucho menos, que se pierden en referencias más vagas y más difusas? ¿Hay ámbitos en los que los abusos contra mujeres cuentan con caja de resonancia y ámbitos en los que, por el contrario, se asordinan y se atemperan? ¿Hay abusos protegidos por cierto desgano comunicacional frente a otros que, en cambio, prontamente alarman y consternan?

Me resulta desconcertante que se quiera reducir semejante cuestión a una especie de disputa baladí entre géneros musicales. Y me resulta inexplicable que se pretenda que los repudios contra la violencia de género se limiten estrictamente a eso, sin plantearse nada más, sin preguntarse nada más, sin pensar ni dar a pensar nada más. Como si no se supiera, cuando en verdad se sabe de sobra, que no hay lucha contra el horror que no se nutra de la reflexión sobre las formas en las que ese horror se produce y sobre las formas en las que se lo codifica en la sociedad, para poder ir más allá de ese punto en el que la pura repetición de consignas empieza a volverse más que nada una limitación.