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Macri en una ruta electoral sin banquinas

La reunión en Chapadmalal, la arenga al gabinete ampliado en el CCK –donde ratificó que el triunvirato integrado por Peña, Quintana y Lopetegui son sus ojos y le marcó la cancha a Monzó– y la salida de Isela Costantini de la conducción de Aerolíneas Argentinas quizás puedan leerse en un mismo sentido: como una señal de cuánto sintió Macri que las concesiones hechas para comprar tranquilidad en diciembre y sacar adelante una reforma de Ganancias fueron una debilidad.

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La reunión en Chapadmalal, la arenga al gabinete ampliado en el CCK –donde ratificó que el triunvirato integrado por Peña, Quintana y Lopetegui son sus ojos y  le marcó la cancha a Monzó– y la salida de Isela Costantini de la conducción de Aerolíneas Argentinas quizás puedan leerse en un mismo sentido: como una señal de cuánto sintió Macri que las concesiones hechas para comprar tranquilidad en diciembre y sacar adelante una reforma de Ganancias fueron una debilidad. Y de cómo decidió con el cierre del año cerrar esa etapa en la que, más allá de sus inusuales calificativos públicos para Massa, la práctica fue meter la mano en el bolsillo, sonreír con dientes apretados y acordar.

Quizás también por eso haya decidido que las señales de fortaleza (o de “no debilidad”)  debían empezar puertas adentro, aunque esto suponga alguna contradicción. De hecho, el Gobierno edita ahora cierto desagrado con la forma en que Isela Costantini abrazó la causa Aerolíneas Argentinas como propia y aparece sorprendido por la dureza con que resistió decisiones del propio oficialismo, cuando en realidad ambas características fueron parte de las razones por las que había sido convocada. Si se busca armar un equipo con los mejores mastines guardianes, no debería causar tanto asombro que un día sea uno a quien el perro le muestra los dientes.

El Presidente trazó la raya y mandó esas señales a la tropa, pero descuenta que eso también tendrá su efecto entre los dirigentes opositores. Sabe que ningún signo de firmeza interna pasará inadvertido para el resto y que, aunque las aguas de momento aparezcan calmas, los tiburones de la política tienen muy desarrollada la capacidad de detectar a la distancia una gota de debilidad.

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 La ruta a recorrer en los próximos meses estará delimitada a uno y otro lado por el déficit fiscal y las elecciones, y con 2017 empieza un camino sin banquinas.

Así como el año que se va fue el de la política, el que viene, aunque sea electoral (y precisamente por serlo), será de la economía. El plan no sólo es compensar parte de los millones que costó la gobernabilidad, sino conseguir los fondos que permitan mostrar que la gestión llega a la gente. Macri está convencido de que su mejor negocio electoral es la obra pública y quiere poner todos los cañones en desparramar cantidades de pequeñas obras que se perciban como mejor calidad de vida. En su entorno no falta quien hace cálculos de cuántos votos puede aportar una nueva red de cloacas o la llegada del agua corriente. Para el Gobierno, de aquí en más, esos votos puestos en la balanza siempre pesarán más que la continuidad de cualquier funcionario que haga bien su trabajo.