Emmanuel Macron formó hace menos de diez meses su partido, el único en el mundo, que incorpora a su nombre un signo de admiración: ¡En Marcha! Macron dice que no es “ni de izquierda ni de derecha”, rechaza a los aparatos partidarios y construyó su candidatura en tiempo récord por fuera de esas estructuras.
Representa el combate a los dogmas que asfixian a los franceses, siempre a la vanguardia de las revoluciones.
Cuando fue ministro del gobierno de Hollande, mantuvo la confianza de las empresas y fue criticado por los sectores más radicales del partido por sus medidas reformistas. Sintetizó su punto de vista diciendo: “Queremos preservar el modelo social francés. No haremos una política en detrimento de los asalariados, pero hay que reconocer la necesidad de tener un motor en la economía, y ese motor es la empresa”. Cuando dejó el gabinete era el político de izquierda preferido de los franceses. Macron, europeísta, tecnócrata, liberal, moderno, tranquiliza a los mercados y a los líderes progresistas europeos enfrentado a erizos de todos los colores que quieren patrocinar un “Frexit” cuando no pasa todavía el impacto del Brexit.
Cuando terminó la primera vuelta dijo: “Es un honor y una responsabilidad. Represento el optimismo y la esperanza” y rindió tributo a sus contrincantes, nombrándolos y agradeciéndoles por su participación en la campaña. No se presentó como un mesías que viene a salvar a los que están abajo, sino como un líder moderno, horizontal, que cree que Francia saldrá adelante con la participación de todos los franceses.
Estudiando esta campaña, se encuentran enormes similitudes entre la campaña de Macri y lo que comunica Macron. Varios de sus textos u propagandas, parecerían ser del PRO. No se trata de que nadie haya copiado a nadie. Ocurría lo mismo con nuestra campaña que tenía similitudes con las de Obama y la de Sanders que por momentos podía estar en Costa Salguero. Los nuevos líderes progresistas están abiertos al cambio, a la innovación, no se empantanan mirando al pasado. De la misma manera, la campaña de Le Pen recuerda inmediatamente a Trump, a Maduro, a los Evo Morales, a los nacionalismos de distintos colores, que finalmente son lo mismo. Suponer que los seres humanos son distintos y deben tener distintos derechos por el color de su piel, por el sitio en que nacen o por la religión que profesan es profundamente reaccionario. Tanto los menonitas como los trotskistas son sectas religiosas estancadas en un momento del pensamiento que pasó hace rato y que no logran descifrar el siglo XXI. Esta elección se decidirá como la primera vuelta, por la habilidad que tengan los candidatos para vincularse con la gente, con sus problemas, sus ilusiones y también con sus visiones del mundo. Las encuestas dicen que el triunfo de Macron será contundente porque todos los líderes y partidos le apoyan y ése es para nosotros su principal peligro. Cuando el aparato republicano se unió al demócrata para detener a Trump en realidad le ayudaron, cuando todos los candidatos ecuatorianos que no pasaron a la segunda vuelta apoyaron a Lasso le condujeron al abismo, cuando todos los políticos de Colombia apoyaron a la paz se perdió el plebiscito. En un país en el que cuatro de cada cinco ciudadanos ven mal a los partidos, habría que estudiar concretamente el costo y el beneficio de cada apoyo. Otras experiencias nos dicen que si los ciudadanos ven que se forma un gran frente de todos los políticos en contra de Le Pen, es posible que bastante electores tiendan a votar en contra de la alianza de los que ve como malos. Si eso es así, la distancia entre los dos candidatos bajará bastante. Es poco probable que Le Pen tenga las herramientas para usar este elemento y cambiar el resultado, pero con un electorado tan voluble como el de la sociedad de las comunicaciones, todo es posible. Ojalá esto no sea así. Que gane Macron es bueno para Francia y para la civilización.
*Profesor de la GWU.