El seguimiento del lenguaje oficial sería irrelevante y frívolo si se tratara apenas de un pretexto para no encarar las circunstancias delicadas que confronta la Argentina. Sería una especie de secuestro de la agenda verdadera: hablar de apariencias, modas, zapatos, carteras, joyas y maquillaje, pero eludir lo central. De más está decir que ésa no es mi intención ni propósito. Pero, una vez más, lo que a veces forzadamente se pretende diferenciar entre problema de fondo y problema de forma, la manera de actuar (nunca el verbo estuvo mejor utilizado que en este caso), de quien preside el país revela hasta el tuétano la naturaleza de sus políticas.
“Yo me siento la madre del país”, dijo esta tarde Cristina Fernández de Kirchner. Pero no lo dijo tomando el té con sus amigas en una confitería, sino hablando desde la residencia presidencial de Olivos, cuya manutención costeamos los contribuyentes hasta el último centavo, y lo hizo confiscando nuevamente, “de prepo”, el aire de las emisoras de radio y televisión aún no sometidas al Gobierno, con el supuesto objetivo de anunciar algo de interés general.
Mis oyentes, que son millares en todo el país y en el mundo, saben que lo vengo diciendo hace mucho tiempo y no me voy a cansar de reiterarlo. El uso de “la cadena” oficial, el encadenamiento de los medios, es una operación arbitraria, discrecional y autoritaria específicamente encuadrada en situaciones y condiciones que así lo ameriten. Hay un ordenamiento legal que establece el sentido y la razón de ser de “la cadena”. La presidente y sus seguidores claramente se ríen de eso. Ellos siguen pensando que el país es propiedad privada del grupo gobernante y que, en consecuencia, no hay nada que explicar, justificar ni demostrar. Hacen entrar a las emisoras en cadena porque se les antoja. Bastaba verla y escucharla a la presidente este jueves 27 de marzo de 2014 para advertir que nada de lo que decía ameritaba una cadena nacional. Anunciar el recorte en los disparatados subsidios que el Gobierno ha venido esparciendo por la zona metropolitana hace ya largos años, no era una razón digna de paralizar a todos los medios de comunicación para darlo a conocer como quien anuncia un gran acuerdo internacional o una guerra, Dios no lo permita.
Ella lo ha dicho y es esclava de sus palabras: “Yo me siento un poco la madre del país, la madre de todos los argentinos”. Menos mal que dijo “un poco”, ¿no? De alguna manera atenuó su concepción íntima de la naturaleza de la relación que la vincula con el país. Según ella, somos sus hijos y ella es la madre de los argentinos.
Además, se preocupa por subrayar que es “muy grande” el esfuerzo que está haciendo ella, como si se tratara de algo que hace contra su voluntad. Estamos hablando de un Gobierno que en pocas semanas va a cumplir once años consecutivos en el poder, un récord histórico. En esta misma cadena nacional, dialogando con sus asesores, haciendo preguntas supuestamente casuales, y amistosas, al ministro de Economía y a la ministra de Industria, fue ensayando una explicación según la cual el recorte de los subsidios no es un “tarifazo”. Es un auténtico acto de magia, entre lingüística e ideológica.
¿A qué se llama un “tarifazo” cuando se está eludiendo la verdad de una sociedad que aparece hoy crucificada porque siguen sin clases los niños de las escuelas públicas de la Provincia de Buenos Aires? ¿Qué quiere decir que esto no es un “tarifazo”? El concepto de “tarifazo” puede discutirse, podríamos entretenernos en una disquisición que permita establecer en qué momento un ajuste es lo suficientemente grande como para llamarlo “tarifazo”. Claro, acá el “tarifazo” no existe en sentido estricto. Pero es de una alta escuela de hipocresía esconderse en los vericuetos de las palabras para decirles a los argentinos que donde pagaban 20 ahora van a pagar 60 u 80 y eso no es un aumento significativo. Habrá que pagar desde ahora un poco más lo que corresponde pagar, porque el Gobierno había congelado absurdamente -con ese blindaje ideológico que se confunde con la negación de la realidad- un sistema de tarifas que en un país de altísima inflación como la Argentina estaba totalmente desactualizado.
Esos subsidios se mantuvieron con un pretexto, a estas alturas y desde hace años, ridículo según el cual así se fomentaba el consumo. Montaron un berenjenal de costos y precios que ha terminado explotándole bajo los pies al Gobierno. En lugar de haber ido ajustando progresivamente acompañando el incremento del costo de vida con precios un poco más razonables y lógicos para el transporte público, y servicios esenciales como electricidad, agua, luz y gas, el Gobierno decretó la inexistencia de la inflación. El Gobierno ajustaba las asignaciones universales por hijo. Dos veces por año, el Estado debe actualizar, por ley, el monto de la jubilación mínima, y sin embargo en cada ocasión de ajuste, como si en lugar de una ley fuera una prebenda monárquica, la presidente capturaba las ondas de radio y televisión para anunciar un aumento que, de todas maneras, tenía que ser hecho. Pero, de todos modos, hacia ese ajuste, pequeño, progresivo, parcial, limitado, insuficiente, pero aumento al fin, excepto en las tarifas. Cuando esto ya no se puede seguir sosteniendo, el Gobierno debe retroceder de la peor manera, pero lo hace a su modo, negando la realidad, escabullendo el bulto y, lo que es mucho más grave, tratando de plantear una realidad absolutamente demencial según la cual acá hay un ajuste pero que no significa nada para el bolsillo de la gente.
Que explique el Gobierno cómo es que esto va a suceder así y, sobre todo, cuál es la lógica, el concepto racional mediante el cual se mantuvo subsidiado el costo de los servicios públicos para sectores de la sociedad largamente capacitados a pagar precios mucho más reales que los congelados políticamente. El Gobierno ha mantenido la filosofía de que existe el almuerzo gratis y lentamente tiene que darse cuenta de que se metió el pie en la boca.Ahora, si encima de todas estas revelaciones y al margen de todos estos anuncios, nos enteramos de que la señora presidente de la Argentina se considera la madre de todos los argentinos, falta decir “¡Bingo! Cerrame la 4 y traeme la adición”. Ya no falta nada.
(*) Emitido en Radio Mitre, el jueves 27 de marzo de 2014.