COLUMNISTAS
ENTRE APARICIONES Y NAVIDADES

Maduro y los espectros de Chávez

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El proceso bolivariano en Venezuela pasa por una situación cada vez más preocupante. Por una parte, la economía muestra enormes problemas (incluyendo una inflación cercana al 50% anual, desabastecimiento y desorden estatal). Por la otra, el presidente Nicolás Maduro habla de un golpe de Estado suave, con el que los sectores opositores quieren desplazarlo del poder –en Venezuela existe la figura del revocatorio popular–. Y es en ese marco que el sucesor de Chávez inició una escalada de sobreactuaciones que parecen buscar su estabilización en el poder en un terreno sobrenatural.

Hace dos semanas Maduro exhibió, como si se tratara de la aparición de una virgen, la foto de la pared de un túnel en la que se ven unas líneas que parecen dar forma a un rostro humano, según él del mismísimo Hugo Chávez. “Es la mirada de la patria, que está en todos lados, inclusive en fenómenos que no tienen explicación”, dijo el presidente, “con piel de gallina”. La foto “fue tomada por trabajadores a las dos de la mañana”; luego, la imagen desapareció como había aparecido, sin dejar rastros.

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Este tipo de culto a la personalidad, con tintes extraterrenales, sólo existe en Corea del Norte. La biografía oficial de Kim Jong-il asegura que dos arcoíris y una nueva estrella de gran brillo anunciaron su llegada al mundo, “enviado por los cielos”, el 16 de febrero de 1942 en una cabaña de un campamento guerrillero secreto en la falda del Monte Paektu, un lugar sagrado donde se supone que su padre estaba luchando contra los invasores japoneses. Cuando murió, en 2011, “una furiosa tormenta de nieve hizo una pausa y el cielo brilló con un deslumbrante color rojo sobre el Monte Paektu”. En la ciudad de Hamhung, una grulla de Manchuria voló en círculos sobre la estatua de Kim Il-sung (padre de Kim Jong-il y presidente eterno), se posó en un árbol, inclinó la cabeza (un gesto de respeto) y echó a volar de nuevo, camino de Pyongyang. El problema es que la sociedad venezolana está a años luz, en las antípodas, de la norcoreana, desde cualquier punto de vista que se considere.

Cuando pensábamos que ya estaba todo dicho, la semana pasada nos enteramos de que Maduro “adelantó la Navidad”, preocupado por las elecciones municipales del 8 de diciembre (nuevo Día de la Lealtad y el Amor al Comandante Supremo Hugo Chávez). Y la cosa no se quedó en palabras: el gobierno montó una imponente feria navideña en Caracas. “Hoy, viernes 1º de noviembre, quisimos decretar la llegada de la Navidad porque queremos la felicidad para todo el pueblo, la paz para todos. La Navidad temprana es la mejor vacuna para cualquiera que quiera inventar bochinches y violencia”, dijo Nicolás Maduro durante un recorrido por el parque temático, en medio de denuncias de golpes y conspiraciones opositores. Pero ¿hacía falta todo eso para adelantar el pago de los aguinaldos?

Esto es la continuación de la creación del Viceministerio de la Suprema Felicidad, que toma una frase de Bolívar, pero que a la luz de los regímenes que buscaron decretar la felicidad toma un cariz renovado, al tiempo que permite que el antichavismo mundial ridiculice su figura. No es necesario reivindicar un socialismo iluminista tipo Bernstein para sentirse incómodo (desde la izquierda) con estas actuaciones del presidente venezolano. Tampoco se trata de un desprecio a las culturas populares: en las santificaciones populares es la gente la que santifica a determinada figura, lo que es muy diferente a tratar de apelar instrumentalmente y de manera burda a supuestas “apariciones” de Chávez. Eso sí es desprecio al pueblo. En Venezuela se juegan muchas cosas a escala continental, y el riesgo de que termine como el sandinismo en 1990 –con una derrota política y moral– es cada vez más real. Un desmoronamiento así sería un retroceso para toda América Latina y para el conjunto de la izquierda, y también para las perspectivas de cambio social.


*Jefe de la Redacción de Nueva Sociedad (@pabloAstefanoni)