Por estos días, el Gobierno asiste a una suerte de pérdida de virginidad. Tras quince meses de gestión, el Presidente y algunos de sus más cercanos allegados empezaron a sentir que no son comprendidos. Les resulta inentendible analizar desde otro lugar la pérdida de adhesión en una parte de la opinión pública y en una parte de los líderes de la opinión publicada.
Como reveló ayer PERFIL, el propio Macri llamó por teléfono a una docena de periodistas antes de su discurso ante el Congreso. La intención, según algunos de los consultados, no era reprocharles nada (como en muchos casos al comienzo de su gestión hacía obsesivamente Néstor Kirchner, hasta que cortó relación para desesperación del republicano Alberto Fernández), sino tratar de discernir el por qué de las críticas.
Más allá de los posibles argumentos que haya recibido el Presidente –cuyos llamados telefónicos tal vez hayan influido en ciertas columnas panegíricas sobre su alocución frente a la Asamblea Legislativa–, está clara cuál fue y es la mirada oficial. Según ésta, el Gobierno debe lidiar con una monstruosa herencia, con la mezquindad de variedad de corporaciones y con la impaciencia de una parte de la sociedad. Ante el señalamiento de errores (algunos de ellos, graves), la sorpresa oficialista es que no se valore lo suficiente la virtud de la rectificación.
Más allá de las crisis inevitables, las evitables y las autoinflingidas que protagonizó el Gobierno, probablemente dé más para el diván de un psicólogo que para el intento de análisis político la mala evaluación que el Poder Ejecutivo hace de su performance.
Ese virus del sentimiento de incomprensión que campea en la Casa Rosada no parece haberse extendido a La Plata. De acuerdo a números que se mantienen en reserva para no irritar al equipo “nacional”, María Eugenia Vidal no sufre la misma caída de aceptación que su mentor político. Y se mostró otra vez esta semana más proclive a pintarse la cara para enfrentar a los docentes bonaerenses y, sobre todo, ponerse al frente de la campaña electoral en la provincia clave para definir el resultado final del universo país, como ya sucedió en la presidencial de 2015. Y antes.
La mala evaluación, en todo caso, no es patrimonio exclusivo del oficialismo. Sin ir más lejos, no son pocos los ultrakirchneristas que creen que lo mejor que les puede pasar es que Cristina sea detenida y su victimización le permita recuperar apoyos añejos. ¿Estará ella dispuesta al “sacrificio”? En ese redil, nunca se menciona, claro, la posible comprobación de delitos. Para qué.
Tampoco una porción de dirigentes gremiales anota el efecto contraproducente que puede tener en un sector de la población sus medidas de fuerza. Ni quién paga la mayor parte del costo.