Palabra compleja y rebuscada: objetividad. Denostada y abominada desde la convencional sabiduría progresista, acaba de ser santificada por Cuba. Les cancelaron sus permisos a tres corresponsales acreditados en La Habana. El gobierno aplicó nuevo reglamento para la prensa. Raúl Castro castiga a los periodistas que “no se ajusten a la objetividad”. ¿Qué se diría si tamaño disparate fuera promulgado por un gobierno “neoliberal”?
En muchos casos, palabras meneadas por políticos enjundiosos transportan mensajes surrealistas. Le preguntan a Elisa Carrió qué hará respecto de la candidatura a jefe de Gobierno que su espacio, ARI, presentará en las elecciones del 3 de junio. Responde: “Es claro que yo puedo ganar en la Capital, pero no se puede dejar huérfana a la Nación”. ¿Qué quiso decir? ¿Si se presenta como candidata a presidente, los porteños nos quedamos sin padres?
ARI debutó en la Capital en las parlamentarias del 14 de octubre de 2001, quedando segundo, con el 12 %, mientras que la Alianza obtenía el 19,5 por ciento. En las presidenciales del 27 de abril de 2003, Carrió repitió: fue segunda, con el 20 %, superada por Ricardo López Murphy, con el 26 %. En las parlamentarias del 23 de octubre de 2005, ARI reiteró: segundo, con el 22 %, superado por el 34 de Mauricio Macri. Carrió no se candidatea en la Ciudad de Buenos Aires porque “no sé nada de baches”. ¿Y de hospitales, escuelas, vía pública y vivienda? Aún no se lo preguntaron.
Palabras explosivas y a veces estremecedoramente ciertas, diga quien las diga. Acaba de afirmar Henry Kissinger: “La diplomacia debe comprender cuál es el mínimo por debajo del cual un acuerdo pone en peligro la seguridad nacional, así como el máximo por encima del cual resulta contraproducente esperar que la otra parte ceda”.
Armonioso apotegma para aplicarlo al diferendo argentino-uruguayo: un esmerado razonamiento demuestra que la seguridad nacional argentina no peligra con la fábrica de Botnia y esperar que la otra parte “ceda” (¿qué debería hacerse, desarmar íntegramente la planta casi terminada?) es visiblemente contraproducente.
Las palabras a menudo asesinan a quienes las maltratan. El precandidato vicepresidencial del Gobierno, el radical mendocino Julio Cobos, defiende con uñas y dientes lo actuado por su munificente protector, el Presidente. Resultado de una actitud largamente cocida a fuego lento, se diferencia del partido que lo llevó al gobierno de su provincia con argumentos graciosos y disparatados. Le pregunta un periodista si la UCR tendrá candidato propio en las elecciones presidenciales, algo ya descartado. Responde Cobos: “No veo ninguno en el horizonte”. Asegura: “Es una lástima que empiecen (los radicales) el diálogo hablando con foráneos (sic) y no con su propio partido”. Enseguida recupera el equilibrio emocional y subraya: “A esta altura, es muy difícil encontrar a un radical que pueda ser una alternativa seria y responsable”. O sea: Lavagna es “foráneo” y se debería buscar candidato adentro, pero como no lo hay, entonces, bueno, Kirchner.
En otros casos, palabras envenenadas crean un problema delicado a diario argentino que viene entregando el diccionario básico de la lengua española para niños editado por Espasa Calpe. Pero, Houston, tenemos un problema. Ese diccionario define a la palabra judío como “avaro, tacaño”. La DAIA reclamó ante el INADI y, entonces sí, se hace el cambio. Ahora, canjea el fascículo por otro sin ese contenido odioso, pero no se disculpa ante sus lectores. Califica al episodio de “agraviante”, sin admitir errores.
Las palabras, trajinadas y traicionadas, se prestan a mentiras monumentales. Recuerda Rodolfo Terragno que la privatización de YPF fue explícita y entusiastamente apoyada desde 1991 por Kirchner y Oscar Parrilli, actuales Presidente de la Nación y secretario general de la Presidencia.
Pero Kirchner dijo algo diferente este 22 de febrero, en la Casa Rosada. Habló del “genocidio que pasó nuestra industria petrolera, la increíble privatización (…) Si YPF hubiera quedado en manos nuestras estaríamos recaudando (…) entre 20 y 25 y hasta 30.000 millones de dólares por año”.
Cuenta Terragno que en el acto de la semana pasada, al lado del Presidente, Parrilli aplaudía. “Ninguno de los dos recordaba, al parecer, su participación en eso que (ahora) el Presidente llama ‘genocidio’. Menem quería sancionar la ley de privatización de YPF pero no podía. No tenía en el Congreso los votos necesarios: aparte de la abierta negativa de la UCR, enfrentaba resistencias dentro del propio PJ. Kirchner ofreció la solución. El había asumido (…) la presidencia de la Organización Federal de Estados Productores de Hidrocarburos (Ofephi) (…). Si la privatización era reclamada de modo unánime por la Ofephi –argumentó Kirchner– se vencerían muchas resistencias. Pero la solución tenía un precio: la Nación debía pagar (acuerdos extrajudiciales mediante) sumas multimillonarias que las provincias de la Ofephi reclamaban por regalías supuestamente ‘mal liquidadas’. Ya el 30 de agosto de 1991, Menem, junto con (…) Domingo Cavallo y José Luis Manzano, había suscrito una curiosa ‘conciliación’ con Santa Cruz. Por ella, la Nación ‘reconocía’ una deuda de 480 millones de dólares con la provincia. Pero el ‘reconocimiento’ quedaba impúdicamente sujeto a la sanción de la ley de privatización de YPF. Si no se aprobaba esa ley, el reconocimiento (…) ‘quedará sin valor y efecto alguno, y no podrá ser invocado como antecedente de ninguna especie’”.
Cuenta que “el martes 22 de septiembre de 1992, los gobernadores de la Ofephi se reunieron con Manzano (…) y resolvieron montar un lobby. Acto seguido, Kirchner ofreció una conferencia de prensa en la misma Casa Rosada. Desde allí pidió apoyo para la privatización de YPF e instó a que los disidentes, al menos, dieran quórum. Al día siguiente, Clarín publicó, con foto de Kirchner, la noticia: ‘Provincias petroleras hacen lobby por la aprobación’. (…) Esa noche, Diputados aprobó el proyecto de ley. Parrilli (entonces diputado nacional por Neuquén) fue el miembro informante. Durante el debate, sostuvo: ‘No pedimos perdón por lo que estamos haciendo (...) Esta ley servirá para darle oxígeno a nuestro gobierno y será un apoyo explícito a nuestro compañero Presidente [Menem]’”.
Prostituidas, diezmadas, agotadas, las palabras expresan la decadencia de una sociedad. Mientras Kirchner habla del “genocidio” de los 90, hoy pisan fuerte las brasileñas Petrobrás, cerveza Quilmes, Pepsi, Arco Iris, y viejas marcas argentinas como Topper y Alpargatas, están por ser compradas por el grupo brasileño Camargo Correa, que adquirió la cementera Loma Negra, así como ya es brasileña Acindar. Desde la devaluación de 2002, Brasil ganó prominencia notable en seis sectores de la economía argentina: energía, carne, bebidas, cemento, acero para la construcción y productos textiles. Hasta 2005 había invertido US$ 5.200 millones. Desde entonces los verdeamarelhos compraron Quilmes, dos frigoríficos y Loma Negra: casi US$ 7.000 millones, vertidos aquí en solo cinco años.
Palabras manoseadas y maltratadas: colchón de piadosas fantasías con las que algún día tendrá que vérselas la Argentina.