COLUMNISTAS
La muerte de Alfonsin modifica el mapa politico

¿Mañana se acordarán?

El Dr. Raúl Alfonsín ya descansa en paz. El impacto político de la imponente manifestación que se acercó a darle el último adiós y que acompañó sus restos hasta el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque de 1890, en Recoleta, ha sacudido tanto a la dirigencia política como así también a gran parte de la sociedad.

1105nelsoncastro150
|

El Dr. Raúl Alfonsín ya descansa en paz. El impacto político de la imponente manifestación que se acercó a darle el último adiós y que acompañó sus restos hasta el Panteón de los Caídos en la Revolución del Parque de 1890, en Recoleta, ha sacudido tanto a la dirigencia política como así también a gran parte de la sociedad. No es original decir que ha habido un mensaje claro dado por esa muchedumbre que, sorpresivamente para muchos, generó uno de los episodios de civismo más relevantes y constructivos de este tiempo. El mensaje fue simple y directo: no a la intolerancia, sí al respeto al que piensa diferente; no a las antinomias, sí a la pluralidad; no a las peleas personales, sí al debate, con pasión, de las ideas.

Claro que tras esto se imponen varias preguntas:
¿El mensaje será comprendido?
¿La comprensión, si existe, cuánto durará?
¿La semana que viene, se acordarán los dirigentes del legado de Alfonsín del que todos han hablado?
Fue un muy buen gesto de la Presidenta el abrir su alocución por la cadena nacional desde Londres, destinada a memorar la gesta de Malvinas, con su recuerdo de homenaje a la figura del ex presidente muerto. A Néstor Kirchner se lo vio emocionado cuando se acercó al féretro durante el velatorio.
“Néstor estaba realmente conmovido y lo mismo me consta de la Presidenta. A muchos en el Gobierno nos sorprendió la cantidad de gente que hizo la cola para despedirse de Alfonsín y la que se desplazó hasta el cementerio”, confesaba un hombre que estuvo acompañando al Dr. Kirchner en el Congreso.
¿Modificará el matrimonio presidencial su actitud de intolerancia hacia quienes piensan distinto dentro y fuera del Gobierno?
La muerte de Alfonsín logró dos cosas casi imposibles después del 17 de julio del año pasado: una fue que la Presidenta le atendiera el teléfono a Julio Cobos y dialogara con él. Las fuentes coinciden en señalar que fue una conversación breve y con una actitud glaciar de parte de la Dra. Fernández de Kirchner, quien no logró entender el significado institucional del gesto del vicepresidente. Cobos podría haberse ahorrado el llamado ya que, estando a cargo del Poder Ejecutivo, tenía toda la potestad para disponer la ejecución de los procedimientos legales y administrativos de uso y costumbre en estos casos. Sin embargo, actuó con tino y no dudó en darle el protagonismo de preeminencia correspondiente a la jefa de Estado.
Fue una buena actitud de valoración de la investidura presidencial. Cobos, incluso, se ofreció a hacer gestiones ante la familia del Dr. Alfonsín a fin de postergar el funeral y, de esa manera, hacer posible la concurrencia de la Dra. Fernández de Kirchner.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

El otro imposible que “generó” la muerte del ex presidente fue el encuentro entre Néstor Kirchner y Julio Cobos, quienes se abrazaron y hasta compartieron algunas palabras. ¿Comprenderán los Kirchner que, cuando dialogan con los que piensan diferente y hasta pueden ser sus adversarios, nada pierden y, por el contario, mucho es lo que ganan?

El mensaje de la ciudadanía también fue dirigido a la oposición en la que tampoco faltan las muestras de intolerancia. Verlos caminar juntos a Cobos con otros dirigentes del radicalismo que hasta ayer lo repudiaban era una ilusión que Alfonsín no pudo ver en vida.
La vuelta de Cobos al radicalismo se da por descontada. ¿Cómo manejará esto el vicepresidente? ¿Pasará facturas? ¿Se sentirá, ahora, el dueño de la pelota? ¿Cómo abordará su particular situación institucional en el marco de la campaña electoral?
Será ésta la primera vez en la historia argentina en que el presidente pertenece a un partido y el vicepresidente está formalmente en la oposición.
¿Qué pasará con Elisa Carrió, quien siempre confesó su profundo afecto por el ex presidente del que, sin embargo, se distanció en forma irreconciliable después del tsunami político de fines de 2001?
¿Qué pasará con Margarita Stolbizer y su también complicada relación con el alfonsinismo de rancia estirpe en la provincia de Buenos Aires representado por Federico Storani, Leopoldo Moreau? ¿Cuánto pesará y cuál será el rol, de aquí en adelante, de Ricardo Alfonsín, el único de los descendientes del ex presidente que se dedicó a la política y a quien un integrante del Regimiento de Granaderos a Caballo le entregó el bastón de mando que usó su padre?
¿Qué sucederá dentro del justicialismo disidente, atravesado también por peleas de nombres y figuraciones?
¿Qué pasará con la ciudadanía, cuyo protagonismo fue clave para generar el fenómeno político que hoy está en el análisis de todos?
Y aquí vale la pena detenerse un momento.
La participación ciudadana, lamentablemente, ha venido declinando desde aquella alborada augural que, para la democracia argentina, marcó la elección del 30 de octubre de 1983.
En aquel momento, cuyo recuerdo agiganta ahora la nostalgia, hubo una magia que atravesó a la sociedad sin exclusión de ninguna bandería partidaria. Fue el despertar de una pesadilla. Esa magia generó una idea irreal por la que muchos creyeron que con la sola pronunciación de la palabra democracia los problemas quedarían solucionados automáticamente. Esa ilusión terminó, como no podía ser de otra manera, en desilusión. La consecuencia de ello fue una paulatina indiferencia que ganó cada vez a más y más sectores de la sociedad.
Las ambiciones y falta de decencia de muchos malos dirigentes transmitieron la idea, erróneamente generalizada, de que todo en política es mugre y corrupción. Y es cierto que hay mucha mugre y corrupción, como así también hay muchos dirigentes honestos cuyos actos no alcanzan para borrar el daño producido por aquellos otros. La indiferencia de buena parte de la sociedad es producto de ese daño. Es decir que a lo malo se le ha agregado un mal aún mayor ya que, sin la participación ciudadana, será imposible crear las condiciones para vencer a estos males.
El “no te metás” siempre tiene efectos nefastos, generando desde dictaduras hasta las condiciones óptimas para que cuanto corrupto ande por ahí pueda hacer de las suyas sin ningún inconveniente. En general, cuando se dejan lugares vacíos, ellos son ocupados no por los mejores sino por los peores. En nuestra democracia, buena parte de la ciudadanía, con su indiferencia, ha venido dejando lugares vacíos.
Y esto no es una frase hecha sino una realidad.
Tomemos dos ejemplos simples: cuando los ciudadanos se niegan a asumir su responsabilidad al ser convocados a ejercer la presidencia de una mesa en una elección, están dejando lugar para que aquellos que quieran implementar una maniobra de fraude lo hagan sin problema; cuando un ciudadano no ejerce su derecho a votar, está dejando que otros decidan por él.

El testamento de Alfonsín también incluye la necesidad de revalorizar a los partidos políticos. Este es otro aspecto crucial para el futuro institucional del país.
La crisis de 2001 arrasó con las estructuras partidarias, de las que la sociedad se manifestó hastiada. Ello quedó plasmado en el famoso “que se vayan todos”.
Es cierto que los partidos políticos tienen defectos que deben ser señalados y reprochados.
La solución a esto no es la destrucción de los partidos sino la corrección de sus defectos. No existe gobernabilidad democrática si no hay partidos fuertes. Por lo tanto, tampoco es factible la gobernabilidad democrática si hay una atomización de los partidos. Este es uno de los males que aqueja hoy a la Argentina. Una alianza, una coalición o un frente, agrupaciones muchas veces eventuales, pueden ganar una elección. De ahí a poder gobernar existe una brecha enorme. La historia de nuestro país abunda en ejemplos al respecto.
En las grandes democracias del mundo, los partidos son la columna vertebral de su andamiaje político institucional. En los Estados Unidos, los dos grandes partidos –el Demócrata y el Republicano– se ven atravesados por batallas internas durísimas para seleccionar a sus candidatos; pero una vez que esto ha terminado, a través de decenas de votaciones, nadie osa romper la estructura. Aquí nada de esto ocurre. La crisis partidaria ha liquidado prácticamente el mecanismo de las internas. Salvo en la UCR, lo demás va por acuerdos de cúpulas que dejan a la ciudadanía al margen de todo. Esto debe ser revertido. En ello, la responsabilidad dirigencial es mayúscula y la participación ciudadana, esencial.

En la presidencia de Alfonsín hubo muchos hechos contrastantes. En el haber están el juicio a las juntas militares, la solución pacífica del dramático diferendo limítrofe con Chile por las islas del canal de Beagle, el plan de alfabetización premiado por la Unesco, el gesto de haberle ofrecido la presidencia de la Suprema Corte de Justicia a su opositor, el Dr. Italo Luder, actitud que tuvo un solo antecedente en nuestra historia durante la presidencia de Bartolomé Mitre.
En el debe están las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, el desastroso final del plan primavera y la hiperinflación, que significaron la ruina de muchos. Y en el medio, ideas de factibilidad casi utópicas, como el traslado de la capital a Viedma, o hechos como el de su destemplado discurso desde el púlpito para refutar al vicario castrense.
Es claro entonces que la figura de Alfonsín ha emergido escindida de su gestión, cuyos errores, finalmente, reconoció.
Tal vez esto se explique por la comprensión que, en los últimos tiempos, una parte significativa de la ciudadanía viene haciendo de la importancia de las instituciones, algo que fue un objetivo primordial en la vida política del difunto ex presidente. Sin instituciones sanas y fuertes no hay República. Ese es legado del Dr. Alfonsín para “nosotros, para nuestra posteridad y para todos los hombres del mundo que quieran habitar suelo argentino”.


Producción periodística:
Guido Baistrocchi