El día que se edite, necesariamente en varios tomos, una antología de las metidas de pata de Susana Giménez, no podrá faltar la que ofreció noches atrás en el programa de televisión que conduce, cuando les preguntó a sus invitados, entre los cuales se contaba Héctor Veira, si en alguna ocasión habían terminado presos por alguna de las tantas travesuras que habían cometido en sus vidas.
Tal vez haya llegado el momento de interponer un argumento en descargo de Susana Giménez. Yo no creo que su encanto se deba, según se suele plantear, a que dice las cosas que piensa; se trata más bien de lo opuesto, que es que dice cosas sin pensar. Claro que, al proceder de esta forma, desnuda un inconsciente que no es solamente suyo. No es que diga lo que la gente piensa, lo que querría decir y no puede: es que dice lo que mucha gente no se atrevería siquiera a decir o a pensar. Y lo dice como si tal cosa, sin hacerse responsable, y sin hacer sentir responsable al que escucha y al que ve.
Me encantaría poder suponer que, para Susana Giménez, quien sale de la cárcel después de haber cumplido su condena es un ciudadano recuperado para la sociedad y se encuentra en pie de igualdad con cualquier otro ciudadano. Me encantaría poder suponer que es ésa la razón por la cual recibe en su living a quien probadamente cometió un delito de abuso sexual, y que ya purgó su pena en la prisión. Pero me temo que no es el caso. Defensora declarada de la pena de muerte, del ojo por ojo ejercido por una justicia puramente vengativa, lejos está de asignar al sistema penitenciario una función de reinserción social; lo entiende más bien como un pozo fétido destinado a que los delincuentes se pudran ahí de por vida.
¿Cómo entender, entonces, esta sonriente hospitalidad televisiva? ¿Cómo explicar una disposición tan flexible por parte de una militante por demás inflexible del rigor de la mano dura? No se trata, según creo, de indulgencia o garantismo; se trata de un simple olvido. Lo demuestra precisamente la pregunta que Susana Giménez con tanta ligereza soltó. La soltó porque no se acordó de la historia del Bambino Veira. No la tenía para nada en mente. No se le cruzó para nada. Se la olvidó por completo.
Este olvido, sin embargo, no es solamente suyo: está bastante extendido en la sociedad en general. El Bambino es divertido, es ocurrente, es hilarante, es entrador; es tan macanudo el Bambino, salió tantas veces campeón, es un tipo tan del ambiente, que hasta resulta perfectamente posible preguntarle por sus locas travesuras y si alguna vez por una de ellas no acabó en un calabozo. ¿Y a los que no salieron campeones, qué destino les depara Susana? ¿A los que no son del ambiente, o son de un ambiente distinto, a los que no son tan divertidos, tan ocurrentes, tan hilarantes, o lo son pero para otras personas, qué destino les depara Susana? El estigma de por vida, o la muerte lisa y llana.