Hacía mucho mucho tiempo que, en el Congreso, no se vivía una jornada como la del viernes y sábado que pasaron. La sesión que terminó con la aprobación del proyecto de ley que ratifica la vigencia de la ya cuasi legendaria resolución 125 exigió al oficialismo sangre, sudor, lágrimas y mucho apriete.
La trama de todo este episodio es reveladora de los modos de hacer política de este gobierno y ratifica, una vez más, esta situación inédita de un ex presidente en funciones, que se cargó personalmente la tarea de presión y hostigamiento que terminó habilitando el quórum y logrando la aprobación de la ley.
El tire y afloje fue permanente. La rotación de protagonismos también.
En el bloque oficialista se vivieron situaciones tremendas.
El jefe del bloque, el diputado Agustín Rossi, jugó una partida arriesgada al decidir ir adelante con la sesión. Rossi trató de hacerle entender al matrimonio presidencial los problemas que engendraba el aprobar el proyecto de ley a libro cerrado. A Rossi le costó mucho intentar mantener la disciplina del bloque. Esto disgustó a los Kirchner –sobre todo a Néstor– porque lo obligó a ponerle el cuerpo a la batalla y a tomar en sus manos las “negociaciones” con los aprietes y las promesas de un mundo feliz para aquellos diputados díscolos que, finalmente, aceptaran actuar bajo el imperio de la obediencia debida.
La mención que, en su discurso de la semana pasada, hizo Néstor Kirchner al diputado José María Díaz Bancalari no fue casual. Díaz Bancalari, junto con la diputada Patricia Fadel y Carlos “Cuto” Moreno tuvieron un protagonismo importante para tratar de disciplinar a los rebeldes del bloque oficialista.
En lo que sí había coincidencia entre la mayoría de los diputados del Frente para la Victoria era en lo incomprensible de la situación a la que se llegó en esta disputa entre el Gobierno y el campo. En el off-off nadie se privaba de manifestar su asombro frente a la dimensión que había alcanzado este asunto. “De la nada se ha generado un episodio de cuyas consecuencias políticas vamos a ser víctimas muchos de nosotros” expresaban varios de esos legisladores. “Cualquiera hubiera encontrado una solución a esto con una negociación rápida y nos habríamos ahorrado todo este lío”, agregaban (en realidad la palabra usada no era lío) para concluir diciendo que “… Todo ha sido una locura”.
En este contexto, el protagonismo de Felipe Solá alcanzó ribetes singulares.
Las cosas entre el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires y el matrimonio presidencial vienen mal desde hace tiempo. “Sabe que lo tienen proscripto. No le perdonan su independencia”, reconocen en su entorno.
Solá dio el quórum pero no votó el proyecto.
En la larga jornada parlamentaria le pasó de todo. Se peleó con la custodia de uno de los palcos asignados a la Jefatura de Gabinete porque a su actual pareja no le permitieron seguir el debate desde allí. Carlos Kunkel lo tildó de traidor. Lo mandaron a hablar a las dos de la mañana, horario ingrato y de poco rating televisivo. Durante su exposición fue hostigado por lo bajo por algunos de sus pares de bloque.
Hablando de su discurso, hay que detenerse en un párrafo en el que resumió, impecablemente, la realidad del sector mostrando, así, las falencias que en materia agropecuaria viene exhibiendo la administración de los Kirchner. Dijo Solá:
“Si tenemos que hacer una ley de arrendamientos; si tenemos que hacer una ley sobre el precio lleno del trigo, una ley de carnes, una legislación sobre lechería, una ley para igualar los pools agrícolas, una ley de warrants; si tenemos que hacer todo esto es porque no tenemos una política agropecuaria para un país que puede producir alimentos para 380 millones de personas”.
El ex presidente en funciones siguió el debate con todo detalle. Tan fuerte fue la presencia de Néstor Kirchner que, en algún momento, se llegó a rumorear que se encontraba en el Congreso. Lo que no fue un rumor fueron sus insistentes llamados telefónicos a muchos de sus diputados, a los que tamaño nivel de apriete hartó. Un par de ellos hicieron saber a sus asesores que, hasta que no terminaran el debate y la votación, habían decidido no atenderlo más. Y así fue.
La oposición es otro de los capítulos de este conflicto. Sus disidencias producen una atomización que le impide cualquier acción positiva. Esto afloró, una vez más, en esta circunstancia. Pudieron ponerse de acuerdo en una sola cosa: pedir la suspensión de la resolución 125. Después de eso, nada más. Esto lo graficaba muy bien un diputado oficialista en esa interminable noche del viernes: “Sabe qué pasa, al no haber nada enfrente, Néstor parece Schwarzenegger”.
En el sector rural, las internas también tuvieron su momento.
“¿Cómo se entiende que estén tan contentos con el resultado de la votación siendo que Alfredo De Angeli ha estado altamente intransigente diciendo que si no se suspende la resolución 125 habrá de convocar a un cacerolazo de protesta?”, preguntó un cronista a un dirigente de la Federación Agraria Argentina.
“Mire –respondió–, Alfredo es alguien a quien valoramos mucho pero que ha sido rodeado por personajes que pertenecen a los grandes pools que le ponen aviones, autos y gente que lo protege. Hoy hablamos con él y le pedimos que se alinee con la conducción de la Federación ya que, si no, tendremos que hacer pública nuestra disidencia. Hoy, por ejemplo, se pronunció en contra de la ley de arrendamiento y eso constituye una contradicción profunda con los postulados de nuestra organización ya que para la Federación Agraria es un pilar histórico de su lucha.”
Para esta agrupación el ideal lo representaba la conjunción de los proyectos de Felipe Solá que; entre otros, contaba con el apoyo de su par Laura Montero –ex ministra de Economía de la provincia de Mendoza durante la administración de Julio César Cleto Cobos– y el de Eduardo Macaluse, ex ARI. “El resto de la oposición fue pobre. Se quedaron en la anulación de la resolución 125 y nada más.”
“A éstos quién los entiende. Se la pasan pidiendo la suspensión de la resolución 125; le juntamos 90 diputados para que voten esto y ahora dicen que eso atenta contra la búsqueda de consenso”, despotricaba, muy molesto, un legislador perteneciente a esa otra oposición.
Estas son algunas pinceladas de la crónica de una jornada que recordará la historia parlamentaria de nuestro país. Habrá que ver si la historia recordará bien o mal.
Lo que corresponde ahora es hacer una evaluación de algunas de las consecuencias de este conflicto que ha producido una modificación del panorama económico, social y político del país de una manera que era impensada hasta antes del 11 de marzo pasado.
Ha habido un debilitamiento marcado del poder político del Gobierno. El resultado de la votación en diputados lo refleja claramente.
El frente interno del oficialismo se ha resquebrajado.
La concertación plural singular impulsada por los Kirchner agoniza.
La figura de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha sido esmerilada por el conflicto y por el desenfrenado accionar de su marido, que ha convertido lo de ex presidente en funciones en una realidad palpable a cada momento.
El Gobierno ha despreciado a una parte significativa de su base electoral. Es aquel sector del campo que votó a la Presidenta. “Votaron por conveniencia, no por convicciones”, supo decir en forma despectiva Néstor Kirchner ante militantes del justicialismo.
El conflicto ha puesto otra vez en vigencia la figura de Eduardo Duhalde y de otros dirigentes del justicialismo, como Carlos Reutemann y José Manuel de la Sota, que parecían destinados al ostracismo político.
Se ha producido un nivel de confrontación social que la sociedad argentina, en su amplia mayoría, ya no quiere más.
Se ha desgastado políticamente a gobernadores. Los casos más notables son los de Daniel Sioli y Jorge Capitanich.
La Presidenta ha mostrado un desconocimiento alarmante de la heterogeneidad y complejidad de la realidad del sector rural.
El Gobierno ha mostrado poca capacidad de visión política al no poder prever las consecuencias de la implantación de las retenciones móviles.
Se debió cambiar el destino de los fondos a obtener por el nuevo tributo. Como el ex ministro Lousteau lo expresó ante varios testigos, la idea de Néstor Kirchner era la de destinar ese dinero a pagos conectados a la deuda externa del país.
Se ha producido el enfriamiento de la economía al que tanto se opuso.
Se han generado pérdidas de reservas del Banco Central que equivalen casi a lo que se pensaba recaudar con las retenciones móviles.
Para castigar a los especuladores, ha habido una caída del valor del dólar que está perjudicando a la industria. Paradójicamente, cuando se quiera restablecer ese valor a 3,20 se generará más inflación, lo que perjudicará a los más pobres
Se ha operado un deterioro en la relación entre la Presidenta y el vicepresidente que trae reminiscencias de situaciones conflictivas y dañinas para la salud institucional del país.
Se ha debilitado la figura del jefe de Gabinete de Ministros, Alberto Fernández.
Se ha complicado el presente y el futuro político de muchos de los legisladores, gobernadores e intendentes.
El Gobierno ha debido beber la amarga medicina de las consecuencias de su permanente doble discurso. Ejemplo: el corte de rutas.
Al respecto, vale la pena también mencionar, el discurso del ex presidente en funciones el jueves pasado en la Unión Obrera Metalúrgica. Allí, además de criticar injustamente a Joaquín Morales Solá, despotricó contra la política de los noventa por sus efectos socioeconómicos perjudiciales para gran parte de la sociedad argentina. Estuvo muy bien en las críticas que realizó.
Dijo que eso era hacer memoria. En pos de eso, sólo olvidó decir algo: que tanto él, Néstor Kirchner, así comos también su esposa, la actual presidenta, apoyaron al gobierno de Carlos Menem, que fue el que llevó adelante ese programa que terminó siendo nefasto para millones de compatriotas.
Recordar eso, que el matrimonio presidencial siempre olvida, también es hacer memoria.
Producción periodística: Guido Baistrocchi con el aporte de Laura Bartolomé.