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grecia y europa

¿Más ajuste o más democracia?

El flamante gobierno griego de izquierda radical tiene por delante un formidable desafío: cómo enfrentar las deudas del país y, al mismo tiempo, cumplir con sus promesas.

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Corinto, Peloponeso, enero de 2015. La sala está repleta y enfervorizada; nunca antes vista así para oír a un líder de la izquierda. Es que en esta ciudad, situada a igual distancia de Esparta que de Atenas, va a hablar Alexis Tsipras, nueva (y descamisada) figura entre los dirigentes griegos y líder del partido Syriza.

Syriza, abreviatura de Coalición de la Izquierda Radical (“Synaspismós…”), venía asomando con irreverente pujanza desde que triunfó en las elecciones para el Parlamento Europeo el año pasado, y cuenta –desde la victoria del domingo 25– con 149 bancas propias, dos menos de las necesarias para gobernar con mayoría emancipada.

La propuesta de Syriza contiene promesas inesperadas, balsámicas, ¿posibles de cumplir?, para una población que continúa viviendo con un cuarto de su fuerza laboral sin trabajo, 40,5% de índice de pobreza, una deuda igual al 175% de su PBI y vencimientos (para el año 2015) de 22,3 mil millones de euros. El miércoles 28, Panagiotis Lafazanis (ministro de Energía) sostuvo que estaban en contra del embargo impuesto a Rusia, y que no tenían diferencias con ese país y con su pueblo.

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Al proclamar el lunes 26 que “la esperanza ya llegó”, Tsipras aludió a sus compromisos si triunfaba. Algunos: transporte gratuito para los pobres, asistencia médica gratuita, bonos de comida para 300 mil personas, electricidad gratis para los que no puedan pagar. Y aún más: terminar con las expulsiones de los hogares de quienes no han pagado el impuesto inmobiliario (el 76% de los griegos son propietarios); ir a Bruselas a negociar una reducción de la deuda; elevar el mínimo no imponible de 500 a 750; fijar un salario mínimo más alto y una profunda reforma del régimen fiscal. Una versión helénica de la frase de la bahiana Makota Valdina: “No soy descendiente de esclavos. Yo desciendo de seres humanos que fueron esclavizados”.

Pero para poder gobernar Grecia en los momentos dificilísimos que se inauguran deberá contar con el apoyo sin grietas del partido de derecha Griegos Independientes, con el que formalizó una alianza y a cuyo líder, Panos Kammenos, nombró ministro de Defensa. Lo que agrega 13 bancas y holgura parlamentaria, pero angosta la anchura del camino de coincidencias, aunque comparten la posición sobre un tema central: el rechazo de los dicktats de Bruselas y Berlín.

Grecia, miembro de la UE de los 28 y del Grupo Euro de los 19, tiene el 25 de febrero como fecha límite para llegar a un acuerdo con sus acreedores y conseguir un nuevo “paquete” de ayuda. Una fecha imposible.

Por todo ello, la primera y principal tarea de Tsipras será diplomática. Deberá llevar a Bruselas y a Berlín pocas ideas, pero “ideas fuerza”, como la que plantea la disyuntiva de decidir qué es más importante: ¿la austeridad o la democracia?, a favor de esta última.

Necesitará persuadir a la troika, compuesta por el FMI, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, que han anticipado su reticencia a considerar flexibilizaciones, y desdeñado la posibilidad de que la salida de Grecia del euro (“Grexit”) pueda entrañar algún peligro para la Eurozona o para la Unión Europea. Al contrario, no se han privado, desde antes de las elecciones, de formular advertencias y predicciones negativas para Grecia en caso de que Syriza ganara e intentara modificar los términos de sus compromisos con las políticas de austeridad y ajuste. La diplomacia es la habilidad para ponerles límites a los berrinches del poder, y Grecia necesitará mucha diplomacia.

Syriza y Tsipras tienen por delante una pulseada formidable, a saber: ¿cómo cumplir con sus deudas sin incumplir algunas de sus promesas que tanto apoyo suscitaron en 36,3% del electorado griego? En el centro del ring, más diplomacia que fórmulas financieras. Y flexibilidad de las dos partes. En suma, lograr conjugar un cumplimiento de los compromisos sin matar al deudor. Como dijo Owen Jones: “En Grecia, un desafío democrático a la locura económica está queriendo ser estrangulado a muerte”.

Habrá que ver si la Unión Europea puede hoy reponer la política en su sitial preferente e insuflar sensatez estratégica o si elegirá aplicar los chalecos, cinchos y hebillas del ajuste ortodoxo.

El plan Marshall surgió como respuesta urgente a la agudísima situación económica y social en que se debatía Europa en el invierno del 45/46. Ciertamente no es ése el escenario actual, pero no es menos urgente para Europa, como lo es para Grecia, encontrar el camino de las reformas que hagan posible la supervivencia del Estado de bienestar, admirable logro histórico conjunto, agregando importantes dosis de igualdad, por medio de políticas que refuercen dicha igualdad. Unas: “predistribucionistas”, que redistribuyen oportunidades para participar de forma efectiva del mercado de trabajo; y otras: “posdistribucionistas”, como lo son las políticas que corrigen las desigualdades de resultado, fiscales y afines, según sostiene el economista Pablo Beramendi, de la Universidad de Duke.

La proximidad del caso griego y sus buitres peloponésicos con la lucha de Argentina por deshacerse de los ávidos caranchos que la sobrevuelan no se limita a esa comparación. Hay que agregar un dato: dos de los asesores de Alexis conocen al dedillo el caso de nuestro país; uno de ellos, Kostas Isijos, nació y se crió aquí, en Quilmes.

Y una semejanza punzante y actual: una de las más importantes promesas electorales formuladas por Syriza es la de llamar a una licitación general para todos los medios y sus correspondientes licencias, con el fin de deshacer los monopolios pro conservadores, actualmente en manos de las grandes fortunas de ese país.

Tsipras, primer jefe de Gobierno de la izquierda radical en Europa, juró su cargo sobre “su honor y su conciencia”, dejando de lado la tradicional fórmula: “Por la santa e indisoluble trinidad”. Ha recibido apoyo entusiasta del líder de Podemos, quien lo acompañó en actos de campaña, pero también de Marine Le Pen, que “saludó la victoria y celebró la cachetada monstruosa que el pueblo griego acaba de administrar a la Unión Europea”. ¿Una forma de la justicia? Tomar, cada uno, lo que cree que es suyo.

Desde Atenas, a 25 siglos de distancia, un fulgor verde esmeralda asoma en el horizonte de Europa.