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Más allá de las dicotomías

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Cuando las generaciones futuras estudien estos días de Argentina, seguramente tendrán una visión por fuera de las dicotomías actuales, introduciendo la década de kirchnerismo en la historia como un producto de la sociedad, como lo fueron el alfonsinismo y el menemismo.

La Argentina retornó a la democracia en el año ‘83 bajo presión. Primero por parte del “partido militar”, luego por los golpes económicos, indemostrables, pero eficaces. Las hiperinflaciones de fines del gobierno de Alfonsín y principios de Menem, enseñaron que detrás de esos procesos venía el empobrecimiento masivo, los saqueos y la miseria.
En esa época, toma el mando un poder silencioso: el “partido del ajuste”. Allí la sociedad comienza a profesar el credo neoliberal: el mercado como el mejor organizador de los recursos. La nueva religión facilitaría el blitzkrieg privatizador menemista. Celulares, hipermercados, y tarjetas de créditos son pinceladas del nuevo paisaje, quedando como legado una deuda externa enorme, millones de desocupados y un Estado en quiebra. En aquel marco de descalabro social transcurre el gobierno de la Alianza, que profundiza el ajuste buscando sostener la paridad un peso – un dólar a cualquier precio, para culminar en el quiebre de 2001. Duhalde en el 2002 rompe la convertibilidad, pero la crisis y la represión a la protesta se lo devora.

Como se recuerda, Néstor Kirchner pierde la elección del 27 de abril de 2003 frente a un sobreviviente Carlos Menem que no se presenta a la segunda vuelta.
¿Cómo se gobierna sin poder real, en un país en debacle, arreciado por los golpes de mercado, y protestas sociales paralizantes? Creando un nuevo régimen político. Max Weber define en 1922 (Weber, Max; 2012; Economía y sociedad; México DF; Fondo de Cultura Económica) que el liderazgo carismático “resulta de situaciones singularmente extremadas” y “descansa en la entrega extraordinaria a la santidad, heroísmo, o ejemplaridad de una persona”.
Néstor Kirchner cimentará la construcción de un poder carismático mediante el enfrentamiento con quienes se consideraban “el poder”: los militares, la Corte Suprema, el ALCA, y los sectores agropecuarios. El capítulo con el Fondo Monetario fue particular: enfrentamiento discursivo y pago de lo adeudado.

La otra pata del poder kirchnerista es la reparación: la entrega masiva de planes sociales, la incorporación de jubilados al sistema, y el incentivo generalizado al consumo popular. También la defensa de los derechos humanos, y el principio de no represión de la protesta.

El incentivo al consumo sin una inversión sostenida tiene como contraparte la inflación, que afecta más a quienes consumen mayormente alimentos. La concentración y la extranjerización de las principales ramas económicas llevan a unas pocas empresas a tener un poder sin precedentes que el Estado no puede regular, excepto induciendo a una megarrecesión que algunos think tanks recomiendan a diario.

La construcción de un liderazgo carismático, establece un proceso de comunicación de carácter emotivo y en forma directa con el pueblo, reafirmando los atributos y salteando los estamentos tradicionales aliados al poder tradicional. La formulación de un relato unificador de la “misión” es parte de este modelo, y quienes lo rechazan también responden en forma emotiva mediante un “contrarrelato”. También, como no surge de un acuerdo general del sistema político tiene una estrategia de alianzas absolutamente coyuntural, (el aliado de hoy puede ser el enemigo de mañana) que lleva incertidumbre a los actores políticos, y puede llegar a la situación que todos se organicen contra él.

La fuerza del liderazgo carismático, tiene la capacidad de cambiar un estado de cosas aparentemente inmodificable, pero conlleva una tensión permanente y engendra dos problemas intrínsecos. Primero, la necesidad de refrendar el carácter reparador con nuevas convocatorias. El otro problema es la sucesión, pero quedando claro que el o la líder, son irreemplazables.

*Sociólogo y profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).