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hartazgo

Más allá del voto bolsillo

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Acaso por primera vez desde la elección de 1983, el 22 de noviembre una porción decisiva de la sociedad argentina no votó con la mirada puesta en el bolsillo. El voto cuota, el voto licuadora, el voto plan social o el voto “a mí me fue bien” jugaron papeles decisivos en casi todas las elecciones anteriores.
Y la campaña terrorista desatada por el candidato perdedor y sus acólitos parecía querer resucitar ese hábito, apuntando específicamente al pasado, a la conservación de lo materialmente acumulado, mientras desoía empecinadamente la música de los tiempos, cuyo volumen venía aumentando desde las elecciones legislativas de 2013, desde los cacerolazos, desde las PASO y desde el 25 de noviembre.

Es cierto que la economía está mal (ya se verá cuánto cuando se levante el grosero y antidemocrático cepo que desde la cabeza del actual gobierno agonizante se puso sobre la información). Es cierto que en ese sector hay decisiones inevitables a tomar y que será difícil el proceso de ordenamiento tras la prolongada mala praxis encabezada por un ministro apto para las chicanas de asamblea estudiantil pero no para un manejo responsable de la economía real. También es cierto que la mayoría de los ciudadanos no son expertos en economía y que quizá no advierten la dimensión de los riesgos a afrontar. Pero tampoco lo eran cuando votaban con la mira puesta en el bolsillo y recitando los versos de Góngora: “Ande yo caliente y ríase la gente”.
Esta vez no fue la economía la que decidió la elección. Fue algo más profundo que pide ser analizado y comprendido. Venía creciendo un indignado hartazgo ante la soberbia, la manipulación, la mentira, el deterioro de la justicia, la descalificación, el insulto, la corrupción obscena y exhibicionista, el narcisismo aberrante, el manoseo de la noción de derechos humanos reducidos a moneda de cambio. Y más. Pero eso no lo explica todo.

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Hubo un acto de rebeldía democrática contra el modelo que durante doce años engordó patológicamente al Estado mientras lo vaciaba de manera rapaz y dejaba una secuela de inseguridad, paupérrima salud pública, educación en galopante deterioro, desempleo mal disimulado y pobreza estructural. Y se expresó un anhelo de futuro. Quizá de una manera aún balbuceante un porcentaje sustancial de la sociedad anunció una energía que pide ser transformada en modelos de convivencia y construcción colectiva, en abandono de ese laberinto trágico que es la anomia, la cotidianidad sin ley, sin norma, sin reglas y sin destino.
Quizá sea la oportunidad para dejar de ser lo que el invalorable jurista Carlos Nino (1940-1993) describió como “uno de los pocos países del mundo en pronunciadas vías de subdesarrollo”, un caso notable de reversión fulminante y rápida, en Un país al margen de la ley, libro cuya vigencia aumenta día a día. En esa obra lúcida, dolida y doliente, Nino marca cómo el populismo aísla al país del mundo y cómo la agonía de la cultura del trabajo lleva a valorar lo que se tiene por sobre lo que se es, al tiempo que alienta la búsqueda de atajos y la corrupción.

No es la economía. La voluntad social de cambio esbozada en la elección deberá ser respondida desde el nuevo gobierno con mapas claros, legibles y posibles. Y con una honesta descripción de los riesgos y costos que encierra el viaje hacia una sociedad abierta, comunicada con el mundo, confiable, previsible y realizadora. Una sociedad, en fin, cuyo futuro aguarde adelante y no atrás, como ocurre cuando el populismo ofrece un pasado manipulado, no experimentado y falso como único (y eternamente relegado) porvenir. El concreto diseño de ese futuro y la puntual descripción de las tareas que requiere permitirán que también buena parte de los que fueron sensibles al terror sembrado por un candidato desesperado puedan sumarse a esa transformación colectiva y fortalecerla.
El verdadero desafío del nuevo gobierno tiene que ver menos con la economía que con el inicio de una profunda y balsámica transformación cultural que la sociedad argentina viene postergando desde el comienzo de la democracia. Y desde antes también.

 

*Escritor.