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efecto cristina

Más ficción que gestión

La brecha entre fantasía presidencial y realidad es tan grande que ni siquiera se reduce cuando pasa algo bueno.

¡FUERZA,  CRISTINA!
| Pablo Temes

Mal o bien, Daniel Scioli declaró la emergencia provincial para combatir lo que denominó la “inseguridad cruel” y caminó por la cornisa al decir que “hay algunos que por más que les des oportunidades lo único que quieren es salir con un arma y drogarse”. El ministro Alejandro Granados dijo que existe “un salvajismo extremo” y el comisario Hugo Matzkin, jefe de la Bonaerense, confirmó que “aumentó la irracionalidad” de los delincuentes. Florencio Randazzo reconoció que “está claro que existe el tema de la inseguridad”, recomendó un abordaje integral del drama y reclamó “no sacar ventajas mezquinas con el dolor de las víctimas”, que padecieron 82 delitos por hora durante el año pasado, según la Procuración General de la Suprema Corte.

¿Qué dijo Cristina?
Que no hay nada nuevo bajo el sol y que esto no empezó hace dos años. Mostró la tapa de Clarín del año ’93 para certificar la oposición de gran parte de la sociedad a la privatización de los trenes, dijo que habían pasado 11 años aunque en realidad eran 21 y se disparó un tiro en el pie porque en esos titulares no aparecían rastros de un apoyo del matutino al neoliberalismo menemista de “ramal que para, ramal que cierra” y sí se registraban fuertes noticias policiales como en cualquier periódico del mundo democrático.

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Porque en Cuba, por ejemplo, el jurásico Granma jamás exhibiría una encuesta que vaya en contra de una política oficial, ni daría cuenta de ningún crimen. En la ex isla de la libertad no existen opositores ni inseguridad para su periodismo militante. Es la utopía revolucionaria de Cristina.
Como si esto fuera poco, la presidenta de la Nación dijo que, pese a la resistencia que hubo a la privatización y desguace del ferrocarril, los gobernantes “ganaron” la elección. Debería haber dicho “ganamos” en lugar de “ganaron”, pero su memoria frágil –cuando quiere– olvidó que su apellido integró las listas de Carlos Menem en siete comicios. Qué bien le vendría un Granma ahora a Cristina. ¿O ya tiene varios?

Esta distancia inmensa que existe entre la problemática cotidiana del ciudadano y las batallas culturales obsesivas que da Ella tiene la misma longitud que hay entre la ficción y la gestión. Cualquier experto le explicaría a la Presidenta (si ella lo permitiera) que cuando se tiene algo potente y positivo que comunicar, ese mensaje debe emitirse limpio y directo. Que nada ensucie el canal entre el emisor y el receptor. Que nadie haga ruidos innecesarios. Y eso fue lo que pasó esta semana.

La verborragia y las obsesiones presidenciales la llevaron a dar su opinión en varios temas. Llegó al extremo al exponer su propia intimidad constipada por culpa del arroz. Habilitó chistes de todo tipo, como el que ahora explica el grito militante de: “¡Fuerza, Cristina!”. Y casi no dedicó tiempo a destacar una de las mejores acciones que realizaron en los últimos tiempos: la renovación total de 24 locomotoras, 160 vagones y 80 mil metros de vías del San Martín les van a cambiar la vida cotidiana a miles de argentinos. Los sociólogos que estudian los humores ciudadanos dicen que hoy la transformación de las condiciones de viaje es un tema fundamental. Bachelet tuvo la gran crisis de su primera presidencia por un mal rediseño de los recorridos de los colectivos. Forza Sindical, la segunda central obrera después de la CUT en Brasil, entre sus reivindicaciones gremiales, además de las tradicionales como el salario y las condiciones de trabajo, incluye el traslado de sus afiliados a las plantas industriales en San Pablo. Calculan que la mayoría pasa alrededor de dos horas diarias de su vida arriba de cachivaches, viajando como ganado y siempre al borde de un accidente. Gran parte del crecimiento de Macri en las encuestas es por “culpa” del Metrobus.

La Presidenta, sin embargo, citó las cifras de la inversión, ignoró al realizador del milagro, el ministro Randazzo, entró a un vagón como si fuera una boutique y se dedicó a lo que más le gusta: el show de la pelea. Les metió fichas a los empresarios y al enfrentamiento virtual que –según ella– generaron los medios, al noventismo, retó por cadena nacional al que le llevó tardíamente un vaso de agua (“gracias, se acordaron”), se comparó con una locomotora y, así como al pasar, dijo lo realmente trascendente: que en un trienio tienen previsto renovar todas las líneas ferroviarias del área metropolitana con una inversión de 1.630 millones de dólares.
Gobernar es fijar prioridades. Comunicar, también.

Randazzo lo entendió y enseguida largó su candidatura presidencial por radio. “No quiero ser funcionario de nadie”, alertó. Y sacó a relucir la eficiencia y la velocidad para sacar el DNI y el pasaporte, la Agencia de Seguridad Vial, las PASO y la tarjeta SUBE, entre otros logros. Incluso no dijo “La Nación miente” cuando se le preguntó sobre el escandaloso agujero negro de hasta 600 millones por año que se habían ido por la alcantarilla de los subsidios a los colectivos. Confirmó la información y redobló la apuesta porque dijo que “no me va a temblar la mano ante ningún empresario o sindicalista” para hacer la denuncia correspondiente ante la Justicia.

Randazzo no es el único. Tal vez sea el que más rápido está pegando el salto apoyado en sus realizaciones. Peronista al fin, prefiere realizar porque sabe que es mejor que decir. Pero son varios los funcionarios y dirigentes de matriz peronista que ya se están reciclando con vistas a 2015. Dicen que después del Mundial se larga la carrera.

La brecha entre la fantasía de “Cristina eterna” y la realidad es cada vez más grande. Nunca es triste la verdad. Lo que no tiene es remedio.