COLUMNISTAS
la omnipotencia de la afa

Más impunidad, menos materia gris

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Quienes discutimos sobre las estructuras de los campeonatos del fútbol argentino, su extensión, la clasificación para las copas o la eliminación o no del sistema de promedios, estamos perdiendo el tiempo; es ir, definitivamente, detrás de una causa perdida.
Es tan estéril como gritar desesperadamente –así me voy sintiendo de un tiempo a esta parte– la necesidad de que la dirigencia deportiva, la clase política, los capos sindicales o los funcionarios de diverso rango resuelvan terminar con las barras bravas.
Aunque millones opinemos contracorriente –decididamente, somos muchos menos–, en la AFA decide uno solo y una decena de manos más se elevan para aprobar las decisiones de Grondona, casi como para disimular el unicato que controla Viamonte 1366 desde hace más de treinta años.

A veces, siento que en la AFA no sobra materia gris. Por lo general, aun lejos de creer que abunda la inteligencia, lo que siento es que sus habitantes tienen mucha más calle que los perejiles que soñamos con un espectáculo del fútbol que hace rato dejo de existir. Y si no les llegara a sobrar calle –o viveza de la mal entendida, como quieran–, por lo menos tienen aceitado el concepto de que, controlar algo tan influyente para nuestra sociedad como la ¿organización? del fútbol profesional convierte a los hombres de peso en omnipotentes.

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Las últimas semanas se habló mucho en nuestro país del poder de Moyano y sus colegas. Y del pánico que le tienen a la justicia “díscola”. Sin embargo, por mucho que haya sacudido a los medios la amenaza de paro máximo referente de la CGT, sabemos que en la Argentina muchas cosas pueden parar sin que eso implique ni una convulsión ni un cambio de rumbo en algunas conductas extorsivas. Es decir, puede no haber trenes, subtes o colectivos, pueden parar maestros, médicos, recolectores de basura o arrebatadores de semáforos. Lo que no puede parar, jamás, es el fútbol. Creo que en esta paradoja radica gran parte del enorme poder que representan Grondona y sus inmediatos inferiores en la jerarquía dirigencial futbolera. Poder que, por cierto, ejercen discrecionalmente.

Por eso, por ejemplo, ya casi nadie habla del doble crimen de Liniers de hace una semana. Por un lado, la muerte de un hincha en un episodio que, al menos, deja mal parado al operativo policial. Por el otro, una nueva muerte parcial de nuestro fútbol, al que los barrabravas o los violentos amateurs le dan permiso de tanto en tanto para funcionar según fechas, horarios y sedes. El fútbol no para. No paró para ver a Racing campeón en 2001, aunque ese día en la Argentina ni había presidente. No paró el Chorzow, el 24 de marzo de 1976, cuando la dictadura de Videla suspendió el encanto de comunicados y marchas militares en cadena sólo para emitir aquel mítico Polonia 1-Argentina 2. Sólo paró, en tiempos recientes, cuando la muerte de Néstor Kirchner. Paró mucho más por pudor que por convicción.

Por eso, a nuestro fútbol se lo maneja con omnipotencia. Esa que rechaza la posibilidad de normalizar los torneos y terminar con este monigote de tener dos campeones por año y torneos que en seis fechas ya se descarta a la mitad de los equipos de la lucha por el título. La misma que rechaza la posibilidad de cajonear el espantoso sistema de promedios. La misma que, de golpe, se dio cuenta de que es mejor que no jueguen los mismos equipos la Libertadores y la Sudamericana. Se dio cuenta, curiosamente, justo cuando ni Boca ni River –tampoco San Lorenzo, muy eventualmente Racing o Independiente– podrían clasificarse para alguna de ellas con el sistema clasificatorio vigente hasta esta misma temporada. Ahí es donde creo que la impunidad se mezcla con la falta de materia gris: son obvios porque no necesitan ocultar su miseria; pero de tan obvios dejan en claro que no les da demasiado como para, aunque sea, disimular.
En el fútbol argentino de Primera División, los tres puntos de una victoria valen distinto ya no sólo para diversos equipos sino que, muchas veces, para un mismo equipo según el objetivo al que apunte.

Ejemplos: Olimpo juega para ganar tres puntos que valen tres puntos para un torneo de 19 fechas y también valen tres puntos para un torneo de 38, que es el que se juega para llegar a las copas. También juega por tres puntos que se suman a los demás ganados en la temporada pero para dividirlos por la cantidad de partidos disputados desde que volvió a Primera. Al día de hoy, la suma se divide por 26 partidos. Sin embargo, los tres puntos que ganó ayer Huracán, que también pelea en la zona del descenso, se dividen en el acumulado por 102 partidos. Por suerte, esta temporada no hay equipos que hayan ascendido en la 2008/2009, si no tendríamos a quien lo que suma lo divida por 64 partidos. Tal fue el caso, por ejemplo, de Instituto, que descendió tras el Apertura 2006. Los cordobeses dividieron 70 puntos por 76 partidos y bajaron de categoría con Tiro Federal, que dividió 27 por 38. Ellos quedaron debajo de Olimpo, que dividió 131 por 114 y de Argentinos, que dividió 93 por 76.

Si le cuesta entender algo de esto, simplemente haga un copy/paste del artículo y mándele el mail a Stephen Hawking.
Por lo demás, relájese. Si nadie se altera por una muerte, ¿por qué habrían de conmoverse porque el punto del empate, los tres de la victoria o la nada de la derrota no siempre valgan lo mismo?